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Alma en Pena, cuento de Cesar Miguel Calderón

En gracia de Dios concebida, padre… Confieso que he pecado de muchas, muchas cosas. Hice cosas malas, pecaminosas, cosas que me retuercen el alma como si juera una herida sangrante y el mismísimo diablo le echara gotitas de chile en la mera abertura. Sí padre, lo acepto, si mi alma no está condenada es porque le falta poco, muy poco pa’ que se rejunda en los infiernos.

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Foto: Eduardo Sánchez

Afigúrese usté padrecito, Pancho llegó del norte hará cosa de dos semanas. Es el mismo hombre: grandote, con los brazos repletos de carne; pero carne dura, de la buena, no como la de Matías que está más guanga que una pelota desinflada. Sí, me casé con Matías nomás por el qué dirán. Lo acepto ante Dios y ante usté padrecito. Yo ya había rebasado los veinte y todavía de soltera, ¡Imagínese! A esa edá mi amá ya había parido a Martín y a José y a Epifanio, y creo que yo estaba por nacer. Por eso es que me casé con Matías. ¿Que por qué no me juí con Pancho? Ay padre, pos cómo me iba ir con él si se jué pal otro lado sin despedirse siquiera el muy ingrato. Mire nomás, lo que son las cosas, hasta me hizo suya antes de irse, ya sabe padrecito. Pero ahora que supe que Pancho andaba por estos lares me regresaron las ganas y que me entran pensamientos cochinos y que siento como si se me hincharan las carnes; pa qué le digo cuáles padre, usté es un santo y no es bueno que sepa de esas cosas.

Nomás de que supe que Pancho había llegado me jui pal arrollo a bañarme todita. Quería estar prevenida. Matías se había ido a vender unas reses al pueblo y no volvería en tres días. Pero esa mesma noche llegó. Ora tú, me dijo, qué te traes, ¿se te adelantó el domingo? Yo sentí un coraje tremendo padre, hasta me dieron ganas de arrancarle la lengua y los ojos y arañarle la cara. Nunca me ha hecho un cumplimiento, nomás se la pasa en sus tierras y su ganado y a mí ni caso me hace, ni siquiera me abraza. Figúrese, vamos pa cinco años de casados y nada de criaturas. Quén sabe cuando fue la última vez que me tocó. Pero, como le iba diciendo… ¿Que qué le dije yo a él? Pos nada padre, me quedé callada, como si no hubiera escuchado las burlas y los desagravios. Sentí las tripas retorciéndose en los charcos de bilis, como cuando uno pone a freir lo chiles en la manteca. Qué se le va a hacer padrecito, es la voluntá de Dios ¿qué no? Entonces le serví los frijoles y la carne y me puse a tortearle. Sí padre, no tiene de que felicitarme, es lo que le toca a una como mujer.

Y le decía padre, con todo y bilis todavía me sentía hinchada, como si tuviera pegado el aguijón de algún animal ponzoñoso. Luego que acabó de comer, Matías se echó en el petate a fumar. A mi no me gusta ese olor padre, por eso me salí pa’ juera. Bueno, también pa’ ver si divisaba poray a Pancho. Y lo vide. Estaba por ancá los Flores, comprando su alcoholito. Sí padre, también a él le gusta beber pero no es corriente como Matías, a él se le ve rebonita la bebida en la mano; la agarra con clase, como usté también padrecito, con su perdón. Y, como le iba diciendo, vide a Pancho en donde los Flores; le pasé por enfrente y meneé las enaguas pa’ que me viera y me jallara bonita. Ay padre, si sí siento pena pero qué quere, traía la ponzoña bien adentro. Entonces lo miré de reojo. Él también me miró. Me esperé tantito pa’ ver si entendía las señales y que me voy pa’l potrero y allá que me llega. Ni hablamos padre. Apenas me dijo “quiubo María” y que se me deja venir. Ya ni me dejó saludarlo, decirle su nombre. Me apretujó contra un huizache y me subió las enaguas y… Ay padre, ya ni me quiero acordar que me vuelvo a emponzoñar.

De regreso a la casa pasé por la tienda de don Narciso y compré unos bolillos y una barrita de chocolate pa’l disimulo. Me sentía aturdida pero aliviada, como si algo me hubiera estallado por dentro. Haga de cuenta como cuando uno va al baño después de hartas ganas de…, ya sabe padre. No me fijé que traía el pelo hecho una maraña y las enaguas desaliñadas. Matías seguía echado en el petate con el Negro a su lado. Maldito perro, como que traía el diablo adentro padre. Figúrese, nomás me venteó y que se pone a ladre y ladre, como si yo no le diera de comer todos los días al ingrato. Matías se jué a ver si no había algún intruso poray. Pos dónde te metiste, me dijo cuando volvió. Yo le dije la verdá. Bueno, nomás le escondí lo del potrero. Si no estoy tarada padre, Matías es capaz de matarme a palos. Entonces le enseñé los panes y el chocolate. No me dijo nada al principio, se quedó como sonso mirando hacia el suelo, luego que agarra el mecate del burro y que empieza a sonarme. Yo grité, le suplicaba que no me pegara. Él se reía como loco padre, se carcajeaba de veras. Parecía endemoniado, como si le hubiera brincado el diablo del Negro; mientras yo más lloraba él más se ensañaba. Yo gritaba y gritaba y él dale que dale y a risa y risa. Y que me pongo a rezar el magnífica por dentro y entonces él que se aplaca. Me dijo que no me pegaba, que me sacudía la tierra y el lodo que traía pegado en las enaguas. Y que empieza a reírse otra vez. Yo sentí coraje, de veras padre. Creo que ahí mero fue cuando se me metió el diablo, me brincó ese que traía el Negro a mí también. Pobre Negro. Lo hice sin querer padre. Cogí el machete del suelo, ese que se lleva Matías pa’l ecuaro. El Negro ni siquiera chistó. Matías me miró con sus ojos de búho, esos que pone cuando se enoja de adeveras, endiablado padre. Que se me deja venir como toro desbocado; me dio reharto miedo padre, por eso quise encajarle el machete también a él pero el Negro lo tenía bien apretujado. Pa’ mí que el dijunto apretó sus carnes de adrede pa’ defender a su dueño. Me hice pa’ atráss y que tropiezo. Todo fue tan rápido que nomás me acuerdo que la nuca se me puso calientita, como si me hubiera puesto un lienzo de agua vaporosa. Luego sentí que algo resbalaba por mi cuello; era un líquido caliente y grueso, más grueso que el agua, como aceitoso; mojó mi espalda y mis sentaderas y mis piernas también. Ya no supe más Padre. Luego el jacal se llenó de gentes que no supe a qué horas llegaron. Escuché que alguien decía que según yo me había hecho un hoyo en la cabeza con la punta de una piedra. Ay padre, viera cómo me asusté cuando decían esas cosas. Entonces me vine acá con usté, pa’ calmar la conciencia. Por eso le digo Padre, que si mi alma todavía no está condenada es porque le falta poco, muy poco pa’ irse al infierno.

Sí padre, soy María Luisa, la mesma. Pero no se altere, mejor bendizcame…, sáqueme de estos apuros que traigo en el alma.

* Cesar Miguel Calderón. Nacido en Churintzio, Michoacán en 1982, estudió la carrera de Químico Farmacobiólogo en la UMSNH y desde el 2006 se desempeña como maestro de Telesecundaria. Dentro de sus influencias están Juan Rulfo, Ray Bradbury, Edgar Allan Poe y Charles Bukowsky.

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