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Amarillo canario, un cuento de Amaury Estrada

Por Amaury Estrada

 

“El gol dividió al estadio. El grito y el silencio. Pero en cuanto el silbante reanudó el partido todo el estadio estaba unido en un mismo griterío. Todos comenzaron a clamar porque querían más goles. Los que tenían la ventaja gritaban para que su equipo anotara de nuevo. Los que habían recibido el gol gritaban para que el equipo redujera la ventaja inmediatamente. Parecían dos bandos contrarios y parecía que en cualquier momento se echarían unos encima de otros y sin embargo estaban más unidos que nunca. Todos estaban allí esperando lo mismo. Al rey gol.

Y cuando el estadio grita uno siente la piel de gallina y claro que lo que más quieres es que el gol llegue rápido y vas tras él. Para eso está hecho el futbol para los goles. Y ese día fue así, apenas unos minutos y cayó el segundo gol del partido y otra vez el estadio dividido entre el silencio y el grito. ¿En qué puerta crees que cayó? ¿Nos tocó gritar o nos tocó quedarnos callados?…”

“Claro que uno está concentrado y estás muy atento a lo que ocurre en el campo de juego pero uno se da cuenta de que va a caer el gol porque el estadio se queda en silencio. Es apenas un instante, yo creo que es menos de un segundo pero alcanzas a notarlo. Allá abajo, en la cancha se escucha más. Es como un suspiro. Eso, como si escucharas el silencio y entonces sabes que aunque tú no lo veas, va a ser gol. Y en cuanto piensas ahí está de nuevo ese silencio ya todo el estadio está gritando gol y tú no puedes sino hacer lo mismo, decirte a ti mismo la palabra gol aunque sea en tu propia puerta. Si me dijeran que cómo se puede saber que va caer un gol diría que uno se da cuenta porque antes de que el balón cruce la puerta allá abajo en la cancha se escucha puro silencio…”

“Una vez escuché a un escritor que decía que un partido de futbol sucede dos veces, una en la cancha y otra en la mente del espectador. Pero yo creo que le faltan un par más. La que vive uno allá abajo en la cancha y la que viven las madres de uno. Uno puede ir perdiendo un partido por ocho a cero y haberse equivocado en cinco de esos ocho goles en contra y aun así nuestras madres creen que somos el mejor jugador del planeta. Al día siguiente es otro partido el que ellas vieron. Y hasta nos dicen bien jugado o algo que nos reanime. Ahora imagínate el partido que ve la pobre madre del árbitro. Sí, yo creo que un partido de futbol sucede muchas veces…”

“Caminábamos mucho. El estadio estaba lejos de nuestra casa y caminábamos mucho. A veces mi papá hasta me cargaba en hombros para que yo no me cansara y llegara animado al estadio, pero aun así muchas veces llegábamos al estadio y en cuanto yo tocaba la tribuna caía dormido irremediablemente. Mi papá me dejaba dormir y muchas veces me llevaba en brazos de vuelta a casa. Sólo al llegar preguntaba si habíamos ganado. Y aunque perdiéramos el partido mi padre me contaba cómo habíamos ganado hasta por cinco goles. Describía tan bien cada uno de ellos que yo me emocionaba aún más que en el mismo estadio. Cómo no iba a amar a ese equipo que siempre ganaba, cómo no iba a amar a mi padre…”

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“No sabíamos que ese año quedaríamos campeones. No sabíamos siquiera si íbamos a terminar la temporada. No había dinero ni para comprar camisetas de visitante. Jugábamos siempre con la misma camiseta amarilla y la franja roja. Y si jugábamos contra otro equipo de amarillo nos daban ganas de proponer que así como en el barrio, el que metiera el primer gol se quedaba con la camiseta y los otros a encuerarse. Pero éramos más inteligentes. En cuánto nos decían que no podríamos jugar con esa camiseta decíamos que el nuestro era otro amarillo. Un amarillo más encendido, que se fijaran bien, que el nuestro no era amarillo huevo ni otro de esos amarillos que parecen crema rancia. El nuestro era un amarillo canario, un amarillo más vivo…”

“Vivíamos junto al estadio pero nunca podíamos ir a los partidos. Nomás veíamos pasar a todos. Y si llegábamos temprano a casa después del trabajo, hasta veíamos pasar los autobuses de los dos equipos. Siempre quería que me llevaran a ver el partido pero a pesar de estar ahí al lado nunca podíamos. Mi mamá trabajaba. Mi papá trabajaba. Y yo mismo trabajaba con ellos. Así que un día pensé que si quería ir al estadio tenía que trabajar en el estadio. Y pues me hice futbolista. Ahora llevo a mis papás al estadio y siempre que voy en el autobús volteo a buscar mi vieja casa…”

“Siempre llevo una camiseta amarilla debajo del jersey de juego. No importa de qué color juguemos; si estamos en casa o nos toca hacer la visita, no importa. Siempre llevo el amarillo en el pecho. Y es que mi abuelo jugó en este mismo equipo y él me contaba que siempre jugaban vestidos en color oro porque no alcanzaba para comprar otras camisetas. Ahora ya podemos escoger entre tres uniformes y aunque hace mucho que el equipo ya no se llama Club Oro y que mi abuelo ya no está a mi lado, yo llevo siempre el amarillo debajo de mi camiseta y sé que mi abuelo se emociona y que si meto un gol él lo gritará y me dará ánimos esté donde esté…”

“Dicen que la línea roja en el pecho representa la línea de meta. La línea del gol. Por eso está ubicada en el pecho. Ahí es donde se sienten los goles. Apenas el balón cruza esa línea y nuestro pecho se llena de gritos o de silencio. El futbol es estar al límite, siempre a la orilla de la línea del gol. Por eso me gusta tanto esta camiseta con su franja roja. Como si siempre estuviéramos por anotar el gol de una victoria importante o como si siempre estuviéramos a punto de parar un gol casi hecho. Así es el futbol, siempre una línea, siempre un límite…”

“Yo mismo me decía que era el Cancerbero del equipo. Me gusta esa palabra, me hace sentir invencible. Pero un día mi hijo me contó un libro que leyó en la escuela y resulta que cancerbero era un perro que cuidaba la entrada del infierno. Luego leí el libro y me di cuenta de que ni siquiera se llama en realidad Cancerbero sino simplemente Cerbero. Es el can Cerbero. El perro Cerbero. Y creí que me daba un poco de coraje que me llamaran así pero luego pensé en cómo las palabras siempre van unidad y forman nuevas palabras. Por ejemplo guardameta. Y volví a sentirme invencible, temible. Y pensé que ser el portero es también una unión de dos cosas, las cosas más importantes del futbol: el balón y la meta. Y ahora siempre que alguien dice cancerbero se me hincha el pecho y siento que puedo parar cualquier balón en cualquier cancha del mundo. Leo el libro en todos los viajes del equipo…”

“Siempre entro con el pie derecho. Cábalas hay muchas. Yo hago esa, tres pasos con el pie izquierdo. Y llevo en el zapato un poco de arena de mi pueblo. Me traje una lata llena y antes de ponerme los zapatos pongo unos granos en la calceta del pie izquierdo. Me siento entre el cielo y mi tierra. Jugar es como volar como que te sientes flotando. Y para no irme, para no crecerme nunca pongo esa tierra que me jala de vuelta y me hace sentir cerca de casa, me recuerda que debo volver a casa siempre. Todos los goles del campeonato los hice con el pie izquierdo, es decir con mi tierra en el zapato. Como si ahí fueran mi padre y mi madre y todos mis hermanos, como si ellos me empujaran el pie para anotar en el momento preciso…”

“Me parece que el futbol es muy parecido al billar. Aunque pensándolo bien también se parece un poco al ajedrez. Y al tiro con arco. Cómo explicarme. Quiero decir, uno debe meter la bola, una a la vez. Pero también debes mover todas tus piezas para poder hacerlo. Y si falla la puntería pues fallas todo y tienes que volver a empezar. Hacerte de nuevo con la bola, mover las piezas y volver a apuntar directamente. Y así hasta el infinito, bueno, quiero decir hasta que llegue el infinito de los 90 minutos, eso quiero decir…”

“El momento más triste del partido es el silbatazo final. Sin duda alguna. Ese silbido final lo pone a uno triste. Pero ahora que lo pienso quiero decir que aunque muchos creen que es un solo silbido, en realidad son tres los sonidos que el árbitro pita. Y es muy triste, tienes que esperar una semana más para volver a sentir la emoción del estadio lleno. Y es más triste cuando perdiste, claro. Pero aunque gane tu equipo, de todos modos a uno le da una sensación de vacío. De querer volver a empezar. Si por mí fuera jugaríamos partidos más largos, de unas tres horas. Pero ni modo. El árbitro lanza los tres silbidos y sabes que aunque no quieras tienes que dejar el campo. Luego me reanimo, pienso ya en que en una semana volveré a pisar ese césped y salgo contento de regreso a casa. ¿Que qué significan los tres silbidos? Eso sí no lo sé… algo así como Descansen En Paz o algo parecido…”

*Imágenes: Charis Tsevis

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Amaury Estrada Ramírez. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Diplomado en Escritura Creativa por la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ). En 2008 obtuvo al Premio Michoacán poesía con el libro Tremolina. Y en 2013 el Premio Michoacán de Cuento “Xavier Vargas Pardo” con la obra Albaricoque.

 

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