Al día siguiente escribo: “Eres una chuladita chingona”, pero lo borro.
Escribo “I wanna kiss you badly”. Le doy enviar.
Nos vimos ese mismo día, el siguiente; la encuentro en la calle con previo acuerdo. Abrazo, y dos “¿Cómo estás?” que suenan respectivamente a “Quiero que estés bien” y a “Eres una chuladita, quédate conmigo siempre”. Me entrega el saco, torpe préstamo de anoche. Le había ofrecido un aventón a su casa en la camioneta, pero como mi habitación estaba de locos –calzones enredados con corbatas, medicamentos y gatos– entonces simplemente aventé la pequeña cámara fotográfica al escritorio y no encontré las llaves de la camioneta. Pero vi el horrendo saco y resolví cubrirla del frío con él. Salí rápidamente.
–Ponte esto y te acompaño, puede ser más divertido caminando, Criatur.
–Pero la policía, ya ves nuestra suerte con esos puerquitos. Además vamos bebiendo, valiéndonos verga. –Dijo ella, mirándome mientras se ponía el saco con expresión calmada.
Choqué mi lata de cerveza con la suya para desplegar y compartir el descaro. Caminando hacia su casa, fría la noche y la cerveza, teníamos la letra de Paulo en la mente, después del concierto: “¡Con los testículos calientes!”, es el nombre de la canción y el coro gritado con verdadera ira.
–Sé que hay algo de autobiográfico en ella, –le digo– estuve con él mientras la componía en aquel viaje a la playa en el que chocamos un carro y nos dimos a la fuga, y tantas otras pendejadas.
Hablando de gónadas en ebullición; por ahí nos pusimos a besuquearnos con la Criatur y no tardó en pasar una jodida patrulla, como ya decía ella, pero que por suerte nos ignoró. Para celebrar la vista gorda de los puercos nos refrescamos la besuqueada con mentolados y el resto de la cerveza. Se me complicó soltarla a la entrada de su casa.
Lo primero que hago al recibir el saco, ya hoy, retorno del torpe préstamo de anoche, es comprobar que éste tenga un poco del perfume de ella, mientras caminamos hacia el centro tácitamente, ahora de día y sobrios.
–¿Viste las fotos de anoche? –Le pregunto.
–Sí, ¡salgo de la chingada! –Contesta ella, feliz.
–La cámara convierte en esperpentos a algunas personas, pero tú estás hermosa, Cría.
–¡El efecto esperpentizador! –dice ella riendo, dando cuenta de que sí me cree, de que sí sabe.
Mientras, me pregunto con intencional bobería y seriedad: ¿Por qué la gente no sale como es en las fotos? Alguna gente. Y claro, acuden las resonancias de los clichés sobre la existencia del alma y la eternidad invisible de la misma.
–Hay que tomar el bus, –le digo– sigo sin encontrar las putas llaves de la camioneta.
–¿Buscaste en el refrigerador? –Pregunta, haciendo referencia a la reciente ocasión en la que ella
encontró sus llaves en el congelador.
–Dos veces, Cría. Y nada. –Contesto entre risas.
–¿Cuál bus?
–El que sea, no bajaremos de él sino hasta regresar a este mismo sitio, nomás hay que tomar fotos.
Recuerdos de anoche otra vez, en el concierto: nerviosismo crónico lavado con chupe, besos, risas y las cabriolas de Chucho el loco y el Crazy Fuck, dos personajes que terminaron vomitándose mutuamente en todo el sentido de la expresión. Los apodos no son inventados, debo aclarar. Más de eso, (besos, risas y cabriolas) y todo cobró sentido, es decir; dejé de buscárselo para mejor ponerme más pedo y a captar imágenes, esta vez sin cámara.
Recién pagado el pasaje del autobús y tomando la cámara, le digo a la Criatur:
–¿Ves que Chucho el loco sí sale tal como es en las fotos?, mira –le muestro la pantalla de la cámara–. ¿Por qué tú no? (bobería intencional de nuevo en la pregunta) ¿Será porque él ya se mató el alma a base de alcohol, mota y accidentes de coche?
–¿Qué es ese diez por ciento de mi cara que no sale en las fotos? –Pregunta pensativa, mientras siento la mirada del microbusero, coronada por un letrero que dice “No fear”, desde el retrovisor. Ella continúa:
–Las cámaras funcionan igual que los ojos, o a veces mejor. Captan imágenes exactas. No pierden detalle, ¿dónde está ese diez por ciento de mí que no sale en las fotos y que es lo que me salva de ser como salgo en ellas? –Contesta preguntando, no tanto a mí sino a sí misma.
–¡Carajos, no sé!
–Es que nuestra condición de humanillos que se creen mucho nos lleva a decir lo que ya dijiste.
–¿Qué coña dije, Criatur?
–Siempre se nos ve a las personillas en esos intentos de separarnos de la materia. Nos encanta andar diciendo por ahí que nuestra esencia es intangible, fantasmagórica, única y ese tipo de chorradas. –Contestó ella.
–Cuando sugerí que el alma muerta de Chucho es lo que le permite salir como realmente es en las fotos bromeaba en más de un sentido, Cría. ¿Te pasa desde siempre?
–¿Qué pasa?
–Desde siempre eso de no salir como eres en las fotos.
Se queda pensativa antes de responder, mirando por la ventana del bus. Yo aprovecho para tirar una foto de la escena. Revisando las fotos de anoche tampoco se ve al Cesarijas cantando tal como es, con su actitud un tanto convincente de Dave Gahan moreliano, sino sólo borracho e inspirado.
–No puede ser algo material; físico, lo que se le escapa a la cámara. –Suspira con paciencia- Creo que antes no me sucedía eso, no desde siempre.
–Siempre hacemos intentos de separarnos de la materia que nos conforma, Cría, porque la materia es putrescible, perecedera, imperfecta y pendeja.
Agrego a la conversación, con otro tono:
–Pero claro, nos la vivimos tratando de desvivírnosla, pensando y diciendo que somos inmortales, que aunque sea una porción de nosotros lo es.
De nuevo anoche: me puse a mirar el aire con las gónadas sumergidas en alcohol, y la razón que se va pallá. Más besos y se le encuentra sentido al sobrevivir a la pinche ansiedad heredada por generaciones de pacientes mentales, que vagaban por la casa, en su vejez, aullando a raíz de la picadura de un mosco o porque se cagaron de nuevo en los pantalones. O se le encuentra sentido o se le deja de buscar, digo.
Un Jim Morrison grafiteado en una barda, cuyos pezones están constituidos por dos Peñas-miento hechos con esténcil capta mi atención, y el reflejo de la luz sobre éste es captado por la cámara. Miro la sonrisa de la Criatur y pienso: esta maravilla no puede salir en fotos tal como es, y ya no creo que eso esté tan mal.
Anoche también cogí la cámara, y fui a mear y mirarme al espejo: un cocodrilo besuqueado, envejecido por el cigarro pero con el peinado de algún modelo más reciente de la cadena de producción de personillas con la recurrente y problemática obsesión por la eternidad. La botella se resbaló y quedé mirando los pedazos y la espuma. Afuera había vientos y vagos… y lagos, y lugares donde se baila, y políticos de mierda, etc. Y pensé en ello un rato, lo vi en la mente, verdaderamente.
Al día siguiente, antes de verla y de subir al autobús, escribo: “Mira Cría, las fotos de anoche”. Le doy enviar.
Después de tirar otra foto a través de la ventanilla del bus, me dice:
–Se podría confirmar como falsa la teoría de que lo que se le escapa a la cámara es el alma si ponemos a, no sé; por ejemplo tu papá, y sale igualito como es.
–No estoy completamente seguro de que mi papá tenga alma. No estoy completamente seguro de que yo tenga alma. –De cualquier modo, –continúo– no poder separarnos de la materia nos jode, míralos a los pacientes mentales que se quieren morir pero ya no se les ocurre ni cómo suicidarse, además de que francamente les da miedo. Y todos los demás que queremos la eternidad pintando, cantando o comprando.
–¿Sabes qué? –Pregunta ella, y agrega lentamente con énfasis en las mayúsculas:
–No estamos considerando que las personas posiblemente no SON de ese modo que la cámara no alcanza a capturar por completo, sino que simplemente son así bajo la mirada del observador. –Nota mi confusión y recomienza:
–O sea que todas las personas son en realidad como salen en las fotos, pero el que las ve en persona, como tú me ves ahora, se inventa ese otro diez por ciento que no es capturado por el lente, o lo percibe con otra cosa que no es la vista.
–Si no hay eternidad en nuestras jetas, –comienzo a decir– eternidad que las cámaras no captan, entonces nos la inventamos. Desde siempre nos la hemos inventado, por miedo a lo contrario de ésta: una (también) eternidad silenciosa y vacía, o algo todavía más terrible que eso. –Le digo, ya con un tono de inseguridad derivado de lo abstracto de la conversación en un microbús con cumbias clásicas de los noventas.
–Pienso que esta conversación está medio mamerta, pero hay que agotarla. –Dice la Criatur, con cierta autoridad.
–Creo que ya se agotó porque mira, ya llegamos, hay que bajar del bus.
Antes de bajar puse la pequeña cámara en el bolsillo de mi saco que, de nuevo el frío; de nuevo portaba ella.
-¿Qué miro? –Dijo, cuando estuvimos juntos en la acera, en el mismo lugar en el que abordamos.
-Todo lo que se pueda –le digo, viéndola a los ojos-. Pero te iba a decir que si le seguimos a la mamertería de la conversación para agotarla, fíjate que lo que pasa entonces es que no venimos a encontrar la eternidad, ni en las fotos ni en ningún lado, porque esa mierda no existe. Venimos, eso sí, a inventárnosla y eso tal vez sea suficiente. Porque eso que es intransferible y fantasmagórico que no sale en las fotos, no es que esté ahí, como la eternidad, sino que está en el ojo del espectador. “El sentido de la vista vino a crear el mundo”, leí por ahí una vez.
–Me late que dices verdad, Criatur. Venga el beso –la besé y, riendo, continuó:
–Hablando de encontrar cosas, deja de buscar las llaves de la camioneta.
–¿Por qué? –Grité, sabiendo casi la respuesta, debido a la sonrisa que estaba en su cara y sobre todo a la manera en que hurgaba dentro del bolsillo del saco. Y yo que iba a mandar a hacer unas llaves… Las sacó del bolsillo del saco con ojos chispeantes enfocados en ellas y luego en mí.
–Éstas había que encontrarlas, no inventárselas. –Dijo por último.
* Noé Contreras González, Morelia, Michoacán, nacido en 1983. Músico e Ingeniero, Moreliano y borracho. Escribe cuando no puede evitarlo.