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Aquel final era inevitable

Aquel final era inevitable

Aquel final era inevitable, un cuento de César Miguel Calderón

 

La muerte ha venido a visitarme. Te queda poco tiempo, me dijo, y se diluyó en la penumbra de la noche. Abrí los ojos y sentí por primera vez el dolor en mis pulmones.

—Está invadido —sentenció el doctor—. Lo siento, no hay nada más qué hacer.

Me sumergí en las pantanosas aguas del pasado. Mi vida comenzó a desmoronarse tan pronto tú te fuiste. Soledad. Fue todo lo que me dejaste. Esta soledad impregnada de recuerdos y de alcohol y de café y de tabaco, mis fieles compañeros. Veinte tazas al día junto a cuatro cajetillas alternadas con altas dosis de tequila. ¡¿Qué esperaba?! No hay organismo capaz de soportar semejante coqueteo con la muerte.

—Es mejor que arregle sus asuntos —me propuso el doctor— honestamente no creo que llegue a los nueve meses.

Nueve meses, los mismos nueve meses que han pasado desde que te fuiste.

Dudé. No quise hablarte. ¿Para qué? Al fin que estás feliz con los tuyos. Los tuyos. Debo confesar que terminé por habituarme a mi café, a mi alcohol y a mi cigarro. Y a mi soledad. Todo estaba jodido desde antes, mucho antes de que tú te fueras. No tengo motivo para seguir, me dijiste un día, y te fuiste. No tengo motivos para seguir, me dije cuando el doctor anunció mi sentencia de muerte, por eso he rechazado el tratamiento.

—No puede rendirse así de fácil.

Ya estaba derrotado desde hacía mucho tiempo. No veo sentido el someterme a altas dosis de veneno para retrasar lo inevitable, para prolongar más esta agonía.

—Al menos tiene que luchar.

—Créame, doctor —le dije—, a mí no va a matarme el cáncer.

Me vine para el pueblo. Tramité el permiso y contraté a un par de albañiles. Siempre quise una tumba en mi pueblo. Nadie lo sospecha, ni siquiera mi abuela, quien dice que tanto me conoce.

—Un hombre precavido vale por dos, hijito. Está bien que vayas viendo todo eso, aunque aún te falta mucho, mucho tiempo.

—Uno nunca sabe, abuela —le dije, y guardé esta hoja al lado del revólver.

Una cosa más, cariño: seguramente en esta carta habrá salpicaduras de mi sangre, espero que no te causen gran molestia como tantas otras cosas de mí te provocaron. Espero que dichas manchas no entorpezcan el mensaje.

Era inevitable.

Foto: Flickr/MaruLango

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