Por Alejandra Quintero
Hace dos días se cumplio el 42 aniversario de la muerte del poeta José Carlos Becerra. Una “joven promesa literaria” de finales de los años 60, aunque no podría llamársele del todo así, porque generalmente las promesas literarias se desvanecen, y él a pesar de su muerte, no lo hizo. José Carlos nació en Tabasco en 1936, desde principios de su segunda década de vida, comenzó a rodearse de amistades tales como Carlos Pellicer y Juan José Arreola, este último editó su primer libro “Oscura Palabra” en 1965, libro que habla de la muerte de su madre, el cual fue escribiendo en los meses sucesivos a su fallecimiento.
Me has dado una cita pero tú no has venido,
y me has mandado a decir con alguien que no conozco,
que te disculpe, que no puedes verme ya.
Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;
¿ahora que les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto
qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?
¿Qué les voy a decir a tus cosas, si no puedo
pasarles la mano suavemente y hablarles en voz baja?
(El otoño recorre las islas, Era, 1973)
Entre 1963 y 1966 asistió como oyente a la facultad de Filosofía y Letras, al mismo tiempo frecuento al taller Literario de Juan José Arreola. A partir del 65 comenzó a publicar en las revistas literarias nacionales más importantes como “El corno emplumado” y “La Revista Mexicana de Literatura”. Ya una vez instalado en la Ciudad de México, cursó la preparatoria y la carrera de arquitectura en la UNAM, ahí conoció a José Emilio Pacheco y Carlos Monsivais. Fue antologado en “Poesía joven de México” y obtuvo una beca del desaparecido Centro Mexicano de Escritores y la beca Guggenheim en 1969, por la cual partió a New York y después a Londres, en donde vivió unos meses y conoció al poeta Hugo Gutiérrez Vega, y a la escritora Silvia Molina, con la que comenzó una relación, siendo está ultima muy joven. Años después de la muerte del poeta, Silvia Molina publicó el libro “La mañana debe seguir gris” en donde relata la manera en la que José Carlos marcó su estancia en Londres hasta la muerte de él.
-Él es Hugo Gutiérrez Vega, nos dice.
-Qué tal.
– Buenas tardes.
Un hombre joven de mirada infantil se levanta de su asiento, Hugo hace un gesto para indicar que nos sentemos al mismo tiempo que nos lo presenta; es José Carlos Becerra, quien sacude la cabeza para quitarse un mechón de pelo que le cae por la frente hacia los ojos y nos regala una sonrisa muy franca.
(La mañana debe seguir gris, Joaquín Mortiz, 1977)
En su breve paso por la literatura mexicana, José Carlos dejó un camino marcado de metáforas que hasta hoy, se introducen en los pequeños rincones de nosotros, y que se mueven en lugares desconocidos hasta que terminamos evocándolo una y otra vez. Recuerdo hace ya varios años hicieron un homenaje al poeta en la que ya era la Escuela de Lengua y Literaturas Hispánicas. Marco Antonio Regalado, uno de los promotores de este evento, meses antes en las noches del taller de la Casa de Cultura, nos había regalado esa fascinación a las letras de José Carlos, nos enamoramos de su otoño y presenciamos un homenaje que nos hacía sentirnos parte de algo importante, sobre todo cuando entró José Emilio Pacheco, y no cruzaba ni la mitad del patio cuando todos aplaudían y se levantaban. Pacheco junto con Gabriel Zaid fueron uno de los principales interesados en la recuperación de los textos inéditos que se encontraron en el auto de Becerra cuando murió. “El otoño recorre las islas” aparece 3 años después de su muerte con prólogo de Octavio Paz, y en donde se incluyen estos textos recuperados, conversaciones con Carlos Pellicer, Federico Campbell, Luis Terán y Alberto Díazlastra; que al parecer deja en evidencia esa pasión por las entrevistas que el poeta tenía, y la correspondencia con José Lezama Lima, Octavio Paz, Maria Luisa Mendoza y Mario Vargas Llosa.
La poesía de José Carlos se volvió inevitablemente una referencia y una influencia, de un grupo de jóvenes que nos reuníamos dos veces por semana en el taller Tomás Rico Cano, cuando no teníamos bien claro el oficio de la escritura, pero que imágenes como las que nos regalaba José Carlos nos llenaban el mundo, las conversaciones eternas en Vips, en El Ahijado, en la casa de alguien, porque solo él sabía esa manera exacta de nombrar a la ausencia, y porque en aquel entonces también estábamos dispuestos a escucharlo.
A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti. JCB