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Borracho de bar

Por José Uzquiza Araúzo

Esto es vida, te lo digo yo. Nada se puede comparar a estar borracho. No me mires así, a tu edad también tenía la cabeza llena de pensamientos razonables. Te han lavado el cerebro, muchacho, tanta televisión y anuncios en cada esquina… No les hagas caso y presta atención a esta historia.

Yo, aunque te cueste creerlo, fui un estudiante aplicado. No me perdía una sola clase de ese profesor… cómo se llamaba… no lo recuerdo. Era Director General de un gran banco. Sabía hablar. El futuro es vuestro si os lo trabajáis. Es la entrega lo que os hará diferentes. El trabajo duro rinde sus frutos. Y yo le creí. Después de todo, si a él le había funcionado, conmigo también serviría. Sonaba razonable, ¿no lo crees?

Era un poco más joven que tú cuando entré a trabajar a ese mismo banco. No tardé en tener responsabilidades y gente a mi cargo. Mis superiores confiaban en mí. Para cuando me casé, ya tenía un sueldo alto. Porque yo estuve casado, muchacho, con una hermosa mujercita de rizos de oro. Mi sueldo dio para comprar una casa grande. Tenía un gran ventanal que daba a la avenida arbolada. En primavera, el verde de las hojas invadía nuestro hogar. En invierno, la calle se enmoquetaba bajo nuestros pies con los restos marrones de la primavera. Era hermoso, puedes creerme.

Me compré un coche familiar. El plan era tener, por lo menos, 4 hijos. Has de entender que eran otros tiempos, y que aquello no resultaba extraño. Estábamos tan ilusionados. Al año de casarnos tuvimos una niñita. Hermosa como su madre y con una sonrisa angelical. Fue más o menos por ahí cuando empezó a torcerse la cosa. La culpa fue del exceso de horas en el trabajo. Todo ese rollo de la entrega… No era raro que llegase a las doce de la noche, cuando había entrado a la empresa a las ocho de la mañana. Me la pasaba entre papeles y archivadores. La vida era un compartimiento estanco con focos de luz blanca apuntando a mis ojos. Lo más parecido a una cárcel, aunque en lenguaje empresarial lo llamen a eso despacho.

Los fines de semana tocaba viajar. Era una multinacional, muchacho, y no se andaban con tonterías. Estarás de acuerdo en que lo único razonable era estar a altura y responder con energía. Recorrí muchos países, eso es seguro, o más bien debería decir que visité muchos aeropuertos y hoteles. No me quedaban fuerzas para nada, ni para tener hijos. Te sonríes, pero yo que tú no me confiaría. La empresa te mete en un bucle mental del que no es fácil escapar. Sueñas con cuentas, con planes de inversión, con chequeras. Estás tan imbuido en ese entorno, presionado para tomar decisiones rápidas, sin poder demostrar flaqueza ni a tus subalternos ni a tus superiores. Créeme que cuando llegas a casa, lo único que te apetece es que te abracen sin exigencias y dormir un rato, porque pronto comenzará otra jornada laboral.

Sin darme cuenta, mi hija se hizo grande, con sus falditas y esa mirada seria. ¿Cuándo sucedió? Supongo que al mismo tiempo en que a mi mujer le aparecieron aquellas ojeras azules y profundas. Todavía era joven, pero ya no se parecían en nada a la muchachita con la que me casé. Y sí, tuve algo que ver, lo reconozco. Los gritos de aquel día… Estoy seguro de que tú sabrás comprenderme. Estábamos en mitad de una fusión, yo era uno de los máximos responsables, y el estrés era galopante. Había pasado tres días sin dormir. Por algún motivo exploté. No le puse la mano encima, hubiera sido incapaz, pero supongo que algo tuve que ver en aquel aborto. Iba a ser un varón.

Después de aquello me dejaron. Las dos. Se fueron. Yo estaba tan aturdido que no me daba cuenta de lo que sucedía. Algo estaba fallando irremediablemente. Pero tuve suerte, ¡mucha!, con mi primera borrachera comprendí que aún no era tarde para volver a empezar. Una cerveza para superar el aturdimiento. Dos para sentirme normal. Y ya empezamos con el whisky. Si lo llego a descubrir antes, muchacho, créeme que no hubiera perdido tanto tiempo intoxicándome con el aire acondicionado y el papeleo constante de la empresa.

Dejé el trabajo a velocidad fulminante. Ahora me la paso en los bares. Hablo regularmente con mi esposa, bueno, ya no debería llamarla así porque se ha casado con otro. Tiene buen aspecto, ya lo creo, deberías verla, casi como cuando nos conocimos. A mi hija lo único que hago es sonreírle, con eso es suficiente. La vida es todo menos razonable, muchacho, y mucho más amplia que ese maletín que llevas. Créeme que cuando tengas mi edad, querrás saber que hiciste algo más que pasar todas tus horas metido en el cubículo de una empresa.

Así que ven, deja de pensar tanto, y tómate un trago conmigo.

http://cartondevinomalo.blogspot.com

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