Hoy es otro año, nuevamente mal cumplo otro cumpleaños, en la cara llevo cincuenta y uno perdidos y el frío de las seis de la mañana. Vuelvo a ser el detective preso en su tiempo, esclavo del instante, desheredado del por-venir, del destino. Al escribir se me sigue partiendo el corazón a pedazos y ni que decir de la memoria, es ya peor que el más difícil delos crucigramas a resolver. De pronto la luz tenue de la madrugada se extingue, se consume por una claridad donde uno cree ver fantasmas, o la realidad toma esa forma, parece que la vida esta apagada, los pasillos de la memoria son turbios, y la puerta de la verdad clava su ruido en la espalda de la mañana.
“Mi amiga imaginaria” sigue en el sur, y sé que también van a partirle el corazón si sigue en ese puerto hermoso. El amor, ella y yo lo sabemos, arrastra una cadena sombría y pesada de vehemencias heladas, es un frío que cabe solamente detrás de las palabras.
La veo caminar, despacio, perderse en lo que anda, fugitiva de la realidad con una tristeza que viene y va de la sombra de esta ciudad a la soledad de ese puerto. La vida en estos días es como la luz artificial, deja en nosotros el temblor silencioso de las tres parcas cuando se reflejan en las ventanas lo sé por aliento que se queda pegado a los cristales de las ventanas o en los espejos. Cuando ellas cruzan cerca de mí, siento como si un golpe de guadaña estuviese a punto de asestarse sobre mi cabeza y un murmullo de agua triste dice mi nombre.
Los labios de “Mi amiga imaginaria” tienen ese brillo extrañamente hermosos todavía, esos labios de hace unos años y me parece inédito el gesto de su beso a esas mujeres de cabellos rojos. Este lugar es cada vez menos tranquilo, con tanto recuerdo a cuestas, ya he perdido la serenidad del que tiene por cómplice la vida y su rutina.
Hoy sé que entonces, cuando a sus veintitantos años y mi primer saludo, comenzamos por ser sobre todo indecisos, y “Mi amiga imaginaria” salió corriendo de esta ciudad hacía la vieja Europa, se refugió en España, un país que ahora no quiere, quizá es como lo cita Vila- Matas en su libro de los Suicidios ejemplares, y “viajar es perder países”, y es que “no se conocen países sino que se van perdiendo” entre las experiencias de la vida; luego, su regreso por amor a esta país de la violencia y lo surreal, una relación que le dolió tanto, pero que ahora ya no existe, sólo queda la tímida torpeza de aquellos días, que hoy son solamente recuerdos almacenados en la cajas de antiguas pandoras y la dificultad con que dejar las manos en el hábito infiel de nuestros vicios.
Ahora es extrañamente hermoso estar aquí, extrañando a “Mi amiga imaginaria” demasiado a menudo y decidido a seguir aquí hasta su regreso, incómodo de no sentir el peso de los días aprendiendo con su fantasma la premeditación y escribiendo en la piel de la memoria los sueños. Porque suele haber bancas donde uno se sienta a esperar lo que sabe que nunca va a llegar, calles que uno prefiere por costumbre o andenes de trenes a ninguna parte, boletos de avión que pensamos comprar pero nunca lo hacemos, boletos de autobús al mediodía que se alejan sin nosotros abordo. Y es que uno, cobardemente, se siente mejor aquí, al resguardo de lo conocido o bajo la luz de las seis de la mañana, cuando uno sabe que si se va siguiendo al amor inexistente, uno acabará por ser otro suicida ridículo más.
Sin embargo, ella reaparece en las fotografías con su sonrisa extraña e inédita, con un gesto tan hermoso para decirme hoy, que le conteste al tiempo sus preguntas, pero yo prefiero escuchar la lluvia caer y ver como se pasean las tres parcas por fuera de la casa.