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Conciencia, soledad, redes sociales y el valor de la vida: notas sobre México y la pandemia

Conciencia, soledad, redes sociales y el valor de la vida: notas sobre México y la pandemia

Conciencia, soledad, redes sociales y el valor de la vida: notas sobre México y la pandemia

1. La conciencia es un lujo

En el capítulo 14 de la temporada 5 de la serie televisiva de comedia The Office, Dwight Schrute, uno de los personajes más genuinos de la serie, decide darle una lección a sus compañeros de oficina. El capítulo comienza con Dwight hablándole a la cámara, explicándonos: “Hace una semana les di una charla sobre protección en relación a incendios y nadie me hizo caso”. Dwight entonces prepara una emboscada y simula un incendio adentro de la oficina, provocando desconcierto, miedo y finalmente pánico entre todos. Inmersos cada vez más en la desesperación, todos corren sin saber cómo actuar, mientras él les pregunta sarcástica y maquiavélicamente qué deberían hacer. La perversa y sociópata lección termina con el gerente de la oficina rompiendo una ventana, uno de los contadores tratando de escapar por el techo y un empleado sufriendo un ataque cardíaco. Dwight reflexiona: la gente aprende de distintas maneras, pero la experiencia es el mejor maestro.

Si bien hay personas que aprenden a partir de situaciones abstractas, habemos muchos que no aprendemos salvo con experiencia, es decir, a madrazos. Para muchos, nos es difícil percibir a ese enemigo invisible o inexistente. La educación tiene mucho que ver. Si tuvimos una buena educación básica, sabremos diferenciar tal vez entre RNA y DNA, pero también existe un uso práctico del conocimiento. Como dice Sherlock Holmes a Watson: el conocimiento es como un ático, solamente guardo lo que me sirve. La pandemia actual nos ha obligado a crear la imagen de un enemigo abstracto, invisible. Los científicos tienen ojos para ello, pero el resto de la población, que es la gran mayoría, no lo tiene. Empero, no significa esto que no combatamos enemigos invisibles. Una deuda bancaria, por ejemplo es un enemigo invisible.

Si aprender de lo abstracto es difícil o para algunos imposible, no es porque las personas que no utilizan la abstracción tengan una falta de inteligencia, sino porque hemos vivido desde siempre en una cultura en que no aprendemos, como se dice coloquialmente, “a la mala”. O como dice el dicho popular: “muerto el niño, a tapar el pozo”. Es decir, que nuestra capacidad de prevención es casi nula y tenemos que estar de frente a la desgracia para poder reaccionar. Y no solo de la población. ¿Cuántas nuevas leyes, protocolos y ordenanzas se han creado después de un evento desafortunado y no para prevenirlo? La prevención, por otro lado, es más común en países donde milenariamente se han utilizado como parte de la supervivencia. Los inviernos europeos, por ejemplo, obligan a la población a prevenirse. En México, solamente algunos huracanes o terremotos han provocado cambios de conducta. La violencia en las calles también provoca que los individuos que las circulen se prevengan. O experiencia o abstracción, o demasiados estímulos externos (como consejos, memes, información de redes o de medios masivos) contribuirán a esto.

Hay discusiones constantes sobre la prevención y cómo muchos consideran que sería obvio, por ejemplo, taparse la boca al toser o lavarse las manos constantemente. Tenemos necesidad de estandarizar, tal como lo hace el mundo con nosotros. Sin embargo, la verdad es más cruel y triste: lo que para unos es obvio, para otros sencillamente no lo es. Y lo no será. A menos que muera el niño y tapen el pozo. Y aún así, quién sabe. Recuerdo una visita a un jaripeo cerca de Morelia, hace algunos años. La gente se congregaba en el ruedo. Era domingo. Había un solo acceso y una sola ambulancia. La ambulancia estaba junto al ruedo pero todos los coches y camionetas de los asistentes impedían el libre tránsito de la misma. Imaginé que hubiera un accidente y tuvieran que sacar a un jinete con urgencia. Hubieran sido más de veinte minutos para poder desalojar el camino. La inconsciencia era colectiva. Como mexicano he visto (y estoy seguro que muchos también) cómo en una avenida una ambulancia hace sonar la sirena y toca el claxon desesperadamente para que los coches que están adelante se muevan y abran paso. ¿Qué sucede, que no podemos tener esta flexibilidad para quitarnos del camino, aún ante la gravedad y no podemos prever, para lo que pudiera venir?

Dice el psicólogo Rafael Lara: “Tiene que ver con la sensibilidad que tengamos al respecto, ya sea por una situación que hayan vivido por educación o por enfermedad… pero por otro lado el cultural. Ejemplos como los de Corea del Sur o China, donde todos (los ciudadanos) se alinean y han tenido tradicionalmente dictaduras. Y tal vez ahí hay más afinidad a acatar este tipo de órdenes. En cambio en México, el gobierno es visto incluso en burla.” Y como menciona el doctor Alberto de la Chica, psiquiatra: “…esto se compararía con la pirámide de las necesidades de Maslow: (si alguien tiene que) sacar la chamba, dar de comer a los hijos, pues eso lo va a hacer el individuo. Y no va a pensar en el virus.”.(1)

La falta de prevención está relacionada con la posibilidad de contener y guardar. Prevenir implica hacer una reunión de elementos, bienes materiales o no, que nos ayudan a tener un sostén para edificar esa prevención. Hoy día, millones de mexicanos no pueden prever porque viven, subsisten, sobreviven sin esa posibilidad. Y es que ahorrar dinero, energía o sabiduría, ya es un lujo. Tal vez la conciencia también.

2. Reuniones y fiestas… o la soledad

Como menciona Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad: “…un pobre mexicano ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria?” El mexicano de hoy día se encuentra entre dos aguas. Pertenecer a una cultura que nos hace alegres, míseros, imponentes e impotentes, cercanos y odiados, nostálgicos y fiesteros… o anhelar pertenecer a otra cultura, diametralmente distinta a la nuestra, que en primera instancia puede ser la de las estrellas y las barras, o la del sol naciente y vecinos. Pertenecer a medias o del todo, pero saberse dueños de dólares y ropa “americana”. Los que antes eran amantes de los New York Yankees o los Dallas Cowboys, hoy son entusiastas de todos los equipos de la NFL. No es accidente que seamos el segundo país con más seguidores. Y los que antes hinchaban por el América, Atlante o Chivas, hoy hinchamos por el Liverpool, Real Madrid, Juventus, Barcelona o Ajax. Porque ser mexicano nunca es suficiente.

No extraña por eso que las nuevas ofertas de productos artísticos y culturales, han creado nuevos fanáticos de música, literatura, cine y televisión japonesa, coreana y en general del lejano oriente. Para un nuevo grupo de jóvenes, ya ni siquiera ser mexicano no es suficiente: también ser occidental. Y entre los que añoran las fiestas que nos extraen de la miseria y los que abrazaron ya la soledad como si fueran jóvenes orientales, hay un grupo secreto que poco a poco se ha convertido en uno de los mayores en el mundo: los gamers. Si bien no entran en la misma reunión que los Otakus (fanáticos del ánime, por encontrar una clasificación muy reducida y somera), los gamers aglutinan en total más de 2,500 millones en el mundo. La de los videojuegos es, hoy día, la industria de entretenimiento más exitosa, comercialmente hablando. Existen diversos tipos de gamers: los hay dueños de consolas, los que solo juegan en celulares y los que utilizan una computadora. Pero todos tienen en común algo: el parcial o total aislamiento. Empero, quienes en estos días echan de menos más los amigos y las fiestas son los qué, viven de la fiesta y la vida social para subsistir, porque quedarse en casa no es aburrido, es miserable. Empero, estar cerca, en fiesta, abrazándose todo el tiempo, es cultural y muy mexicano. Como menciona De la Chica, no es de extrañarse que en países como Italia o España tengan la incidencia más alta de infectados, siendo países muy físicos (dos besos en la mejilla, saludo de besos entre hombres), donde la vida transcurre en las calles.

 

3. Las redes sociales y el solipsismo

Vivimos en burbujas que fueron obligadas a juntarse para compartir lo que vivimos en una potencial tragedia global y universal. Aparente, porque no podremos tener los resultados a la distancia. La ansiedad de medir el presente con el presente mismo, jamás ha sido tan necesaria para la humanidad. Por tanto, publicar en una red social es un simulacro. Nos hace creer que estamos en una plaza pública con un megáfono, extendiendo nuestra voz urbi et orbi. La realidad es que lo hacemos solo a un pequeño grupo de personas y el equivalente sería una habitación, o tal vez una casa o un patio. No importa si es Twitter o Facebook, aunque ambas tienen segmentaciones distintas. Sucede que muchos usuarios expresan sus quejas sobre la falta de empatía, de conciencia, de ignorancia. Las tres (de muchas otras, pero escogeremos esas tres solamente), tienen mucha razón de ser en nuestra cultura, en nuestra vida cotidiana, en nuestro país.

Si nos quejamos de que alguien tosió a nuestro lado y veinte o treinta personas nos dan ‘like’, eso no contribuye a generar conciencia, sino a hacer un poco más grande la burbuja. Al menos, durante un tiempo hasta que venga un nuevo intento. Facebook, justamente nació como una burbuja que se dividió en burbujas: primero en la Universidad de Harvard, después Columbia, Yale y Stanford y así progresivamente. Su principio fue como el de una religión: encontrar adeptos y luego que entre ellos se encontraran a sí mismos. La ilusión de trasladar a la sociedad a Facebook o Twitter se termina con los números reales: el 99% por ciento de los usuarios de redes sociales en México usan Facebook y 39% usan Twitter. Cada usuario de fb podría, potencialmente, llegar a 5,000 usuarios “amigos”. Sin embargo, el promedio mundial es de 338 “amigos” por cuenta y la media es de 200. De modo que, cada queja o llamada que hacemos “al mundo” se reduce a esos amigos, que a su vez se reduce a la cantidad efectiva de los que reciben ese mensaje, que en promedio será menos de 25%. O lo que es lo mismo, a darnos palmaditas en la espalda y decirnos mutuamente: ahí vamos.

 

4. La autoridad y el valor de la vida

La comunicación masiva y algorítmica de nuestros tiempos obliga a tener una variedad de opciones para las mentes millenials que, como adictos a las redes sociales y los teléfonos inteligentes, están sedientos de nuevos estímulos de forma constante. Empero, repetir una y otra vez el mismo mensaje, no necesariamente será efectivo. ¿Cuántas veces ha dicho una madre a su hijo la frase, “te he dicho mil veces” y el hijo no entiende? Es porque el hijo, ante todo, buscará desafiar a la autoridad. Si el pueblo mexicano es el hijo y los secretarios, gobernadores, presidente o quienes sean que representen al estado, son la madre, aun cuando sean muy convincentes y den clases magistrales de epidemiología, el niño no entenderá y se mantendrá reacio. Porque el hijo, desde hace mucho, dejó de creer en la madre y si bien no tiene forma de escapar de ella, hará hasta lo imposible para evitar cumplir sus mandatos. Lo que para muchos de nosotros es razón y sentido común, para ellos es una vociferación de la autoridad que, ante todo, merece ser cuestionada.

Ante la falta de autoridades válidas, comienzan a haber miles en las redes. Alguien con suficiente confianza en sí mismo y un poco de trabajo visual y corporal se puede convertir en una autoridad. De menor escala pero autoridad al fin. Puede decir algo que influirá a un pequeño grupo de personas. No es propio de nuestra época. Los chismes, los desinformantes y los charlatanes han existido desde siempre. Empero, hoy son más visibles que nunca. Para dictar quién tiene las mejores alternativas en forma de controlar una pandemia, como la que vivimos, deberíamos atender a quienes justamente están validados para hacerlo. En este sentido, los medios, deberían fungir como intermediarios y dispersores de la información, ni más ni menos. Suena a un uso de los medios como a la vieja usanza soviética, pero es justamente la variedad de opiniones y la multiplicidad de pequeñas o grandes autoridades, las que contribuyen a que no exista una sola narrativa. Incluso, el usuario común de internet que tiene un poco de curiosidad y juicio, puede preguntarse y buscar por su cuenta, así como busca cuál es la cura para una enfermedad cardíaca o cuál es la mejor rutina para trabajar abdominales en cuarentena.

Sin embargo, en el México no virtual, el de la calle y el campo, pareciera que solamente hay una autoridad que sigue siéndolo: la que utiliza la fuerza y la violencia. No es entonces nada extraño que hayan personas creyendo firmemente que el COVID-19 es un invento del gobierno para “mantenernos jodidos”. Y si los hombres, como dijera el psicólogo social Stanley Milgram, requieren estructuras jerárquicas, pues es más que evidente que en México han dejado de ser válidas, y por tanto respetadas desde hace años, décadas. Añada usted el ingrediente cultural que recogió muy bien la canción de José Alfredo Jiménez, porque definitivamente en México… “no vale nada la vida, la vida no vale nada.” O será que, como le enseñó Dwight a sus compañeros en The Office, hay que hacer experimentarlos (y con esto convertirse en autoridad) para que sufran el pánico ante la emergencia y entonces sí aprender a reaccionar. Está por verse. Dice Dwight Schrute de The Office que la experiencia es el mejor profesor. De seguir así, el costo de esta experiencia será muy cara. Y como siempre, acabaremos pagando justos por pecadores.

 

(1)   La pirámide de Abraham Maslow, propone que existe una jerarquía de necesidades en el ser humano: En primera instancia las necesidades fisiológicas: respiración, alimentación, descanso, sexo, homeóstasis. En segundo lugar, la seguridad (física, empleo, recursos, moral, salud). En tercer lugar la afiliación (amistad, afecto, etc.). En tercer lugar el reconocimiento y en cuarto lugar la autorrealización.

Foto: Eneas de Troya / Flickr

 

 

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