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Crónica: Metallica y el fin de la adolescencia

Principio del día

El 1 de Marzo del 2017 empezó con una llamada. Mi querido amigo Vladimir me informa que no podrá acompañarme al concierto de Metallica. Los perros, las mascotas predilectas del hombre, han causado tal nivel de integración que en muchas familias son un miembro más. Este es el caso. Su perro agoniza y él tiene prioridades. No lo culpo. Cuando Odiseo regresa a Ítaca tras la batalla de Troya, 20 años después y disfrazado de pordiosero, el único que lo reconoce es Argos, su fiel perro. Argos muere, ladrándole, pero Odiseo no puede abrazarlo para no ser descubierto, tan solo seguir su camino y lamentarse. No lo culpo, a veces los perros deben ser prioridad.

El autobús va lleno de metaleros. Pienso que, 20 años después de mi primer concierto en la Ciudad de México, nunca había visto un concierto de metal. Pasaron todo tipo de bandas en vivo frente a mis ojos, pero no la más importante en mi cancionero metalero. Entonces recuerdo cuando tenía 17 o tal vez 16, cuando en los 90 teníamos walkmans que comprábamos en la fayuca de los portales y grabábamos nuestras canciones favoritas. Recuerdo que en 1993 Metallica publicó un «box set» con 3 VHS y 3 CD’s que tenían conciertos grabados en Seattle, San Diego y Ciudad de México. También tenían un stencil con una singular imagen: una especie de diablo, con cabello a lo tomahawk, con dos espadas sangrientas cruzadas. Ese stencil se convirtió en un preciado pantalón de mezclilla, cuando me acompañaban las cadenas, las botas y las baquetas. Qué prodigio tener una batería Tama, la misma marca que utilizaba Lars Ulrich. Qué envidia no tener un pedal de doble-bombo. A esa edad, todos somos metaleros. A esa edad, el pelo largo no es excusa.

Llegamos a la Ciudad de México hacia las 2 de la tarde. El calor de la primavera cercana ha dado un golpe, como si abriera la puerta de una patada. También los 40 y algo que vamos en el autobús contribuyen a la subida de temperatura. Nos estacionamos entre las chicanas del Autódromo Hermanos Rodríguez, donde circularán una vez más los Ferrari, Mercedes, Force-India y Williams. Juan Carlos, uno de los promotores y metaleros más legendarios de Morelia, nos da una lista de recomendaciones. Algunos son tan chicos que pareciera que es su primer concierto. La edad sorprende, porque seguramente a los 15 o 16 ya había visto a Metallica, en aquel maratón del 2012 en el que tuvieron 8 conciertos continuos en la Ciudad de México. Salgo a dar una vuelta por la colonia Roma. Después de comer algo, regreso al camión. El tiempo va en muletas cuando uno está solo. Descanso un poco en el camión y después de las 6:30 decido ir al Foro Sol para sentarme a que las 3 horas que faltan para Metallica tal vez pasen más rápido.

Fotos de Anabelle Paulín

Iggy Pop y la tristeza de verse viejo

Me dice mi amigo James que su madre le manda mensajes diciendo: me veo en el espejo y no reconozco a la persona vieja que está ahí. Iggy Pop seguramente no lo ha hecho. Y yo tampoco lo he reconocido. Cumpliendo 70 años, con un pie más corto, problemas de cadera y después de muchos ácidos ingeridos y heroína inyectada, es casi un milagro que siga ahí, de pie. El real wild cone, el pasajero, el dog pudo mostrar la mitad de su cuerpo y recordarnos que hubo un gran amigo de David Bowie al que, como todo músico que se precia de serlo, no le importó lastimarse de vez en cuando. Los años, dicen los viejos, no pasan el balde. Aquel Iggy Pop que vi en 2004 en Santiago de Compostela, aquel que brincaba y corría, que se esforzaba en tirar las bocinas, que subía al público al escenario en medio de una llamarada de éxtasis musical, ya no pudo hacer gran cosa arriba del escenario; acaso un suave boxeo al aire, correr al lado del «snake pit» y desabrocharse los pantalones a la mitad sin llegar a escandalizar. Una parte del público no quería verlo, pero fue lo suficientemente respetuoso para no abuchearlo. Algunos se reían, como seguramente de ellos se reirán cuando sean viejos. Si se suben a un escenario, claro está.

Antesala

El cielo se va diluyendo. Hay 5 pantallas verticales, resguardadas por las gigantescas letras «M» y «A». Un nombre que no fue ideado por ninguno de los miembros, pero que supieron capitalizar el ingenio de otros para su beneficio propio. Metallica es probablemente uno de los nombres más simbólicos y una de las marcas más representativas en la música. Pocos han tenido un nombre tan elegante, certero y vigente, 35 años después de su nacimiento. Tres bajistas han pasado por su alineación, y los tres originales, James, Kirk y Lars, siguen juntos como si fuera ayer. Todos están en las mitades de sus cincuenta. Y hoy día, de alguna forma, representan la diversidad cultural de la cual debería presumir Estados Unidos: James Hetfield, de ascendencia británica y alemana; Kirk Hammet, de ascendencia filipina e irlandesa; Lars Ulrich, nacido en Dinamarca y Robert Trujillo, de ascendencia mexicana.

Hace meses compré dos boletos, como casi siempre hago desde hace años. No sé quién me acompañe, pero sé que alguien lo hará. Mi amigo Vladimir vendió su boleto a Andrés. Andrés me manda un mensaje: no me dejan entrar. Faltan pocos minutos para que el concierto que llevo 20 años esperando, comience. Salgo a la puerta y discuto con los cro-magones que OCESA tienen trabajando en la entrada. Por fortuna, uno de ellos sí es Homo Sapiens y entiende que hay soluciones. Entre pila baja e ingreso a la página de Ticketmaster, por fin podemos acceder al boleto faltante. La burocracia privada es peor que la burocracia pública. Andrés dicta el número del boleto y por fin entra.

El concierto, 20 años después

La noche del 1 de marzo por fin comienza. Hace 20 años esperaba este momento y no entiendo aún por qué nunca decidí ver a Metallica en vivo. En muchos videos había escuchado lo que ahora atestiguo. La leyenda se hace realidad. Las pantallas muestran una escena de una película de Sergio Leone: El bueno, el malo y el feo. El tema musical fue compuesto por el italiano Ennio Morricone, ese tan famoso que apenas le dieron un Oscar hace un años, ese gran compositor que quería absurdamente Eugenio Derbez para su infame película.

El tema es coreado por el público. Las os no alcanzan todas las notas, pero la comunión ha iniciado. Ir a misa nunca fue tan placentero. El último disco grabado por fin se inaugura. Hardwired dice que «we’re so fucked» (estamos tan jodidos), que estamos sin suerte. Un par de canciones son suficientes para dar un brinco al pasado. For thom the bell tolls (título inspirado en Hemingway) de su segundo disco. Me llega un flashback, cuando tenía 17, un amigo conservaba en su librero Por quién doblan las campanas, de Ernest; se lo pedí prestado y me respondió que tonto el que presta un libro, pero más tonto el que lo regresa. Sigo sin leer ese maldito libro.

El siguiente tema es The memory remains de su séptimo álbum, ReLoad. El final de la canción acompaña un coro. El público, los grandes seguidores, fieles, siguieron coreando ese famoso «na na na» por un par de minutos. ¿Qué más puede pedir una banda, que ser coreada? Como The Cure con Play for Today en Paris o Depeche Mode con Everything Counts en Pasadena. Welcome Home, Sanitarium, Now that we’re dead, Moth into flame siguen, como una ruleta que nos hace girar hacia atrás y adelante en el tiempo, en la discografía de Metallica. Harvester of Sorrow y Confusion hacen antesala a la primer gran himno: The Four Horsemen. Kill’em all fue el disco – primer álbum- que vio a cuatro jóvenes buscando llevarse la vida de los escuchas.

También vio por única vez a fallecido Cliff Burton. Robert Trujillo lo sabe y por eso lo homeanjea, haciendo una nueva versión del famoso Anesthesia, ese bajo de guitarra que cautivó a Lars y James para traerlo a sus filas, allá en los 80. Sad but true nos trae a la mitad de la carrera, ese muro entre el viejo Metallica y el Metallica «milenial». Hasta que la pantalla se hace blanca, vuelve a oscurecerse el escenario y en esas cinco pantallas verticales vemos un grupo de soldados volviendo de la guerra, en contraluz. Suenan metralletas y bombas. Sale humo. Es One, tal vez su Opus Magnum. Sorpresivamente, aparece a nuestra derecha Tito de la banda mexicana Molotov. Como cualquiera de nosotros, él y su chica acompañante mueven la cabeza y se llenan de éxtasis.

Al terminar la gran pieza que es One, la descarga de energía es tal que no me doy cuenta del rededor. Andrés sí y dice «ahora vengo» y corre a tomarse una foto con Tito. El concierto sigue, como una expedición cuesta arriba. Siguen tres cimas, monstruosas montañas en forma de canciones: Master of puppets, Fade to black (elegía en forma de metal) y la incitación a la violencia convertida en el primer lema de Metallica: Seek and Destroy. Andrés decide irse a colar al frente. Yo por mi lado, también. Una batería emergió de un rombo, al final, más cercano hacia el público. A unos metros, entre codos y pantallas de celulares, puedo ver de cerca el rostro de los elegantes metaleros.

Encore

El concierto termina en su primera parte. Se van, como siempre, para volver. El regreso con Fight fire with fire tiene algo de misticismo y nostalgia. Se dice que fue la última canción que Metallica tocó en Suecia, en 1986, con su primer bajista, Cliff Burton. Esa misma noche, el 26 de Septiembre, Cliff moría en un accidente de autobús y Metallica tomaría un nuevo rumbo. Dos canciones cierran la noche. De uno de los discos más controviersiales y a la vez más emblemáticos, llamado The black album, que contenía en la portada la famosa serpiente de la bandera Gadsden, utilizada en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Nothing else matters y Enter sandman cierran la noche. Abajo, los cuerpos se agitan; arriba, los fuegos artificiales son la luz verde del nuevo tour de Metallica. Un grupo de elegantes hombres de 50 años, vestidos como metaleros, sin necesidad de presentación, recuerdan que una guitarra aún es capaz de imitar el rápido latido del corazón. O decir que la vida es vida con solo un acorde que sale de las bocinas para alejarse hacia el valle de México. La noche del 1 de marzo hace un largo fade to black, acompañada de juegos pirotécnicos. A lo lejos, mi adolescencia por fin se despide.

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