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Cuando la patria la defiende un extranjero

Por: Mané Gaucho

¡Goooooooooooooool!!!!! Gritan al unísono los dipsómanos congregados en el antro en turno. Las gargantas se hinchan mientras claman el grito de laurel más coreado en el mundo. Incluso algunos hombros se dislocan al festejar la heroica gesta.

Pero el gol no es del equipo nacional mexicano. No. Era el gol de la Selección de Estados Unidos obra de Graham Zusi. Gol que le permitía a la funesta Selección Mexicana ir a la ronda de reclasificación contra Nueva Zelanda. Mientras tanto en el partido de México contra Costa Rica el marcador se mantenía 2-1, favor los ticos.

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Los goles que casi condenan al Tri fueron obra de Bryan Ruiz, al minuto 25, y de Álvaro Saborio, al 64. Oribe Peralta había logrado el empate momentáneo, al 29 y el Chicharito Hernández, otrora héroe nacional, se había convertido en enemigo público al fallar la jugada de gol más clara del partido, de la eliminatoria, de su carrera, del mundo.

De esta forma el decente desempeño de los autoproclamados americanos, le daba un halo de esperanza a varios millones de mexicanos a los cuales todavía emociona ver a México, y a su patético e insultante futbol, en el mundial de Brasil 2014.

Así es, un extranjero vino a rescatar la “dignidad” patria y a dar una segunda oportunidad a quienes no se lo merecían. Pero curiosamente, no es la primera vez que un oriundo de otras tierras defiende la causa mexicana. Más curioso aún, no es la primera vez que un gringo defiende la dignidad mexicana.

En 1846, en plena guerra contra las intensiones anexionista de Estados Unidos, un batallón estadounidense de no más de 800 soldados, en su mayoría irlandeses, decidió desertar y unirse a las filas del ejército mexicano para defender el territorio nacional.

El 21 de septiembre de 1846, un batallón comandado por el ex teniente del ejército  estadounidense, John O´Reilly, defendió el centro de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, de los intentos imperialistas de las tropas norteamericanas.

Esta fue la primera batalla en la que el Batallón de San Patricio participó del lado mexicano, y lo hizo con bastante decoro, logrando repeler dos ataques del ejército invasor y causando severas bajas a las tropas comandadas por el teniente Taylor.

Pero, de manera turbadoramente similar, ese día las tropas mexicanas y su dirigente Pedro Ampudia fueron quienes, sin pundonor ni dignidad, prefirieron signar la derrota y entregar la plaza al enemigo, que mantenerse firmes y luchar por mantenerla.

El partido de México había perdido todo el interés para los aficionados, quienes le pedían al dueño del bar que cambiara de canal y pusiera la transmisión del Estados Unidos-Panamá.   Todavía no se desinflamaban las henchidas gargantas mexicanas, cuando un nuevo grito de ¡gol! las inundó. Ahora Aron Johansson marcaba el tercero y definitivo gol de la escuadra de las barras y las estrellas. Con este tanto se sepultaban los sueños mundialistas de los panameños y se mantenía la mediocre esperanza mexicana de ir al mundial después de jugar la ronda reclasificatoria contra Nueva Zelanda.

Así fue como, guardando las evidentes y abismales proporciones, una vez más un gringo se puso la camiseta de México, y le dio al país unos minutos más de vida, unos minutos más para soñar despiertos.Si la selección mexicana tiene algo de dignidad debería ceder su lugar y evitarnos la pena de verlos con su ensuciado futbol en el mundial del 2014.

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