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Desayuno

Por Beatriz Osornio Morales

Los pensamientos iban sucediéndose lentamente, como si supieran lo que vendría después, iluminando el cuarto con una naturalidad abstracta. A Roberto de momento no le concernía analizar la abstracción de los pensamientos, reparaba sólo en el instante que llegaba sobre la línea de un sonido externo. De ese modo, el sonido de la aspiradora, el canto de un pájaro, la aceleración de los autos en la calle, no tardaban en formar parte del libro que leía al escribir…

“La plenitud del descubrimiento y las secuelas de imposibilidad que experimenta el individuo, para retener el instante, eso es lo que expresa el poema de Horizonte del Alma” piensa Roberto.

Con la misma desazón que experimenta el personaje del poema, Roberto advierte que es más de lo que ve, más de lo que de él se puede ver con los ojos; un hombre es el sonido que percibe, el libro que toca y vive, la respiración que emite al escribir, las palabras que le alcanzan y entibian su pecho cuando lee, es todo eso, es más, pero el porcentaje oculto del ser humano es mayor a la masa visible que le tocó en la repartición de la vida. Curiosamente, la parte pequeña es la que muere. El pensamiento lo tranquiliza pero no del todo.

Roberto interrumpe la lectura al escuchar el ruido de la licuadora que sube las escaleras desde la cocina, seguido por el grito de Nadia llamando a desayunar.

-¡Nadia, querida!…emite Roberto sin darse cuenta de que su aseveración apenas si es un entre dientes que se queda atorado en el libro, en la tecla o en la intencionalidad.

Al terminar el siguiente párrafo, cierra el libro, se asoma al espejo, limpia algo invisible en el pómulo izquierdo, luego peina sus sienes con los dedos. Baja las escaleras acompañado de un eco que no está seguro de dónde proviene. Unos escalones antes del final, lo encuentra el olor del tocino y el zumo de la fruta recién partida.

Foto: Alejandro Saavedra

Abajo, todas las ventanas están abiertas, la luz se congrega sobre la mesa puesta. Nadia le recuerda mientras sirve, la cena con los Garcés, Roberto finge no haber olvidado. A Nadia le molesta que olvide, cosas importantes que después pretenda tener siempre presentes, le fastidia que no se dé  cuenta que de todas formas, ella sabe que olvida, sin embargo, no reclama, sonríe y esconde la cara en el refractario de sus manos internas, para protegerla contra la voracidad del olvido.

-El desayuno fue una delicia.

-La compañía ¡una delicia!…los dos acuerdan.

Después de bajar a prepararse él mismo un sándwich semi tostado, Roberto vierte en un vaso, jugo de naranja de un cartón refrigerado, sin sentarse a la mesa, vuelve a la habitación donde desayuna a medias.

Con sentimiento de completo abandono, feliz  retoma la historia que había empezado a escribir.

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