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Diario de un viajero VI: el viejo

Por Juan Martínez Prau

Dos viejos, uno más viejo que el otro, en un bar, discuten con un hombre, más joven que ellos. Juegan el Sevilla y el Atlético de Madrid en la pantalla, de los que dice el hombre que simpatiza con ambas escuadras y que le da igual cuál gane. Mientras lo indica, el Sevilla mete gol y yo le digo que por estar hablando se lo ha perdido. El más viejo empieza a reírse, y con su cerveza golpea la barra. El futbol no me da de comer, dice el hombre, y me enseña sus manos llenas de grasa.

Es mecánico automotriz y afirma con orgullo que trabaja todo el día y toda la tarde, hasta los sábados en que hay partido y él se toma una cerveza saliendo del taller. Presume que sus hijos le envían mensajes todo el día, cada día de la semana y que no tiene tiempo ni para responderles. Sólo los escucho y oigo, qué oigo, qué cosas dicen.

Desde mi comentario, el hombre de las manos engrasadas deja de prestar atención a la TV, mira al viejo que no es tan viejo como lo es el otro que ríe como niño, atragantándose con los cacahuates. Cacahuetes. Hablan del número de coches que atiende, de que al otro se le ha descompuesto el suyo, de que es difícil comprar no sé qué pieza, de que cuesta mucho una limpieza de no sé qué parte, y se enfrascan en una de las pláticas más aburridas del mundo como si hablaran de las joyas del Marajá de la India, con increíble detenimiento.

Finalmente, el mecánico automotriz se acaba su cerveza y sale del local, como quien fuera víctima de una fuerza de gravitación que proviniera de uno de los lados de la habitación, y desaparece por la puerta, sin voltear a ver la pantalla. A mí me parece harto chistoso que hiciera eso, si estaba disfrutando realmente del partido.

El más viejo va al baño, el otro viejo sale a fumar. Y cuando el más risueño regresa me dice que es de Ecuador, que el Real Madrid es bueno pero que sin Cristiano no lo es tanto, y que le falta un buen rematador. Cristiano es bueno pero no le llega a Hugo Sánchez, le digo. Y le muestro mi playera de los Pumas debajo de la sudadera. El viejo que fumaba había entrado al local y ahora escuchaba nuestra plática. Inquirió si era de Ecuador yo también, luego de que le había preguntado al más viejo si había nacido en Guayaquil. Soy de México, le comenté, por eso hablo de Hugo Sánchez. Hugo “Tequila” Sánchez, dijo el viejo.

Spagna, old man

            – Yo a éste lo conozco desde hace más de 20 años, yo le arreglé los papeles.

            – Es cierto, es cierto, este viejo lo hizo, pero no sabría nada si no fuera por mí.

            – Ve a por esto -le dijo el otro-, y alcanzámelo.

            -Ya estás viejo.

            – Viejo pero no como tú, como la vez de la cocina.

            -¿Qué vez es ésa?, tercié.

            – Estaba éste, con una mujer, y entonces yo salí con su amiga, y en eso llegó mi esposa, y me encontró con ella así, a mitad de la cocina-, dijo, y ambos rieron.

No pregunté en que había acabado el ensalmo pero ya el no tan viejo decía que él se iba a morir bebiendo y fumando y como un enamoradizo. Es que me gustan mucho las mujeres.

Cuando empezaron a hablar de colados y vigas y milímetros del piso y de que desde un coche se podía poner la música de un apartamento, supe que era hora de marcharme. Pagué los dos euros del refresco que me había tomado después de la caña; fui por mi mochila, mientras el no tan viejo decía que su hijo de veinticuatro años sería una joya mundial de la albañilería. El más viejo señalaba con sus manos los sacos de mortero que cargaba cuando joven. Le apreté la mano a cada uno y me despedí bajo el sol invernal de la costa vasca. Comenzaba a hacer calor, aunque todavía eran los últimos días de febrero. Leopoldo Etxeberria no me había respondido los mensajes aún.

Imagen superior: Flickr

 

*Agradecemos al portal La Vida Útil por compartir estos diarios del viajero. 

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