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El corazón del aire

La ayudó a mudarse a su apartamento cuando recién volvió a la ciudad. Se habían conocido en una fiesta donde ambos tenían una amiga en común: ella, una antigua compañera de la carrera, en aquella otra urbe, que también regresaba, aunque no tenía ya familia; él, esa chica que era novia de su amigo. Paula se llamaba.

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Primera de dos partes

Por Omar Arriaga Garcés

Paula los había dejado solos pronto, y pronto había notado la chica esa tristeza contenida en sus gestos. Le preguntó qué tenía. Respondió que llevaba algunos meses separado de una novia con la que había estado durante cinco años. Ella le contó que acababa de terminar una relación con su pareja de la ciudad de la que ahora tornaba, como para buscar refugio en los brazos de sus padres tras un naufragio, aunque no aceptaba que había vuelto porque estaba sola y necesitaba sentirse protegida por su familia. Intercambiaron teléfonos y en unos días ya iban al cine o a cenar, aunque ella era vegetariana y no podía comer grasa ni ciertos alimentos por un problema de salud del que no quiso decir nada.

Vio un globo azul sin inflar cuando cerraba el coche. Lo puso en un cajón del escritorio. No se había fijado mientras hacían el cambio de las pequeñas cosas desde la casa de sus padres que algún disco de música new age, una bufanda o un llavero se quedaban en el piso del auto, al igual que el globo. Los padres se habían quedado viéndolo y ya se preguntaban si su hija viviría con él. Ella les aseguró que no, por supuesto.

Pasaron los meses. Empezaron a salir juntos ya como pareja. Juntos estuvieron otros tantos meses que también pasaron pronto. Toda la galería de imágenes de los lugares que visitaron podía ser vista en una red social hasta hace pocos días, pero ahora parece que fue borrada. En una foto estaba ella con un vestido rosa cerrado hasta el cuello, pero que le dejaba descubierta la espalda, con un gesto de autosatisfacción y alegría, sabiendo que él la volteaba a ver, la miraba fijamente y no podía dejar de hacerlo.

Aunque era de esperar, los sorprendió el inevitable declive de la relación. Comenzaron a discutir y llegar a un arreglo fue cada vez más difícil, hasta que una noche no hubo película antes de dormir, no hubo llamada nocturna para que pasara por ella en la madrugada ni encuentro sobre la cama hasta el amanecer, no hubo beso al despertar ni desayuno a las cuatro de la tarde. Un día la habitación se quedó apagada; simplemente el resplandor se había ido. Uno de los dos envió un mensaje que el otro no devolvió. El pacto, ese pacto que se suscribe sin saberlo muchas veces cuando se conoce a alguien, se había roto. Él trató de olvidarla, pero la labor era más difícil de lo que parecía. Ella trataba de ignorarlo, pero una fuerza de gravedad terminaba imponiéndose muchas de las noches.

Cuando ella sentía que lo extrañaba mandaba alguna señal para que él se diera cuenta. Si él no se daba cuenta ella mandaba otra señal más clara. “Ven, búscame”, quería que escuchase en su mente. Al final, él percibía el guiño y telefoneaba, platicaban aquello que había sucedido, él pasaba por ella en la noche, en la madrugada hacían el amor y se escuchaban y se veían uno al otro durante horas, y el río retomaba su curso.

Ella le escribió un mensaje dándole las gracias por todo. Él no supo cómo contestarle. Ella le escribió otro mensaje para hablar de una película de la que él le había contado, y que ella apenas había visto en el cine. Él contestó lacónicamente. Esa noche, él también había ido al cine y, sin saberlo, se habían encontrado en la misma sala, a unos cuantos metros, aunque a años luz de distancia. Ella le escribió un mensaje preguntándole cómo estaba. Él imaginó haber contestado. Luego le envió un mensaje donde le preguntaba si podía pasar por un libro que se había quedado en casa de ella y que necesitaba. Ella no respondió, resuelta como estaba a no ceder, lastimada porque él no respondía lo esperado.

Pasaron los días, pasaron las semanas y, nuevamente, los meses. No recibieron noticia uno del otro. A punto de mudarse de ciudad, ahora él, pensó en buscarla. Pero se dijo que si ella quisiera ser buscaba ya habría hecho algo más. ¿Por qué entonces había mandado aquellos mensajes a los que él no había sabido responder? Buscaba una vieja carta para tratar de comprender mejor cuanto sucedía cuando encontró el globo en un cajón.

 

Lo infló hasta donde era posible sin que se rompiera. Y pensó que esperaría a que el globo se desinflara como plazo para que diera alguna señal o para decidir si iba finalmente en su busca y trataba de platicar con ella. Lo dejó sobre la cama, pero antes de dormir, vio bien de no aplastarlo. No lo percibía hasta prender la luz. Lo colocaba sobre una silla y se quedaba dormido luego de varias horas pensándola.

II

Una tarde invitó al cine a aquella amiga en común que los había presentado en la fiesta. Ésta respondió que tenía muchas cosas que hacer y que no había dormido lo suficiente, que ya lo acompañaría otra vez, así que él, para no sentirse tan sólo, tomó el globo y lo llevó consigo. No se atrevió sin embargo a bajarlo del coche. Caminó a través de las filas de autos e ingresó al cine. Con todo, cuando tuvo ganas de ver una película de nuevo y aquella chica que acababa de conocer le inventó una excusa para no ir con él, él -viendo que la sala estaba casi vacía- tomó el globo, lo guardo en su mochila y entró acompañado por su color añil a la función.

Cobró este acontecimiento un sentido peculiar, pues ahora cargaba consigo el globo a todas partes, cuidándose bien de no dejarlo al sol cuando bajaba del carro. Incluso, cuando visitaba a algún miembro de su familia, que era muy devota, decía que estaba cumpliendo una manda y que por tal motivo no se despegaba del globo. ¿Qué clase de manda es ésa?, inquirían, y él contestaba que no se trataba del globo en sí, sino que le recordaba en todo momento algo que no debía olvidar y sobre lo que hacía penitencia. La respuesta satisfizo a su abuela y sus tías lo tomaron como un beato, con excepción de la menor que era un tanto hereje y veía con humor que su sobrino llevara un globo azul hasta al café, donde los amigos se mofaban de él, aunque en cuanto amante de la literatura y del teatro experimental cualquier acto suyo, cualquier extravagancia, podía justificarse en nombre del arte y de su carácter insólito.

Ya en casa, se sentaba a ver durante horas la televisión junto al globo, y trabajaba con el globo al lado suyo. Así, vio las seis películas completas de una conocida saga de ciencia ficción; de la misma manera, vio la versión de siete horas de la mejor película de aquel director sueco; la nueva película del realizador danés sobre la ninfomanía y la versión larga de la de por sí larga película francesa ganadora de la Palma de Oro; la tetralogía más famosa de Wagner y tres series de televisión que había comprado cuando estaba con ella; sin mencionar que durante el tiempo que pasaba con el globo azul escribió su tesis de licenciatura (tenía 30 años pero aun no se titulaba), dos tesis más para compañeros de la escuela, un manual de geometría analítica, una nueva teoría sobre la extinción de los dinosaurios que buscaba justificar el calentamiento global, un guión de cine, los lineamientos editoriales para una revista de incipiente aparición, una ópera de gran formato, una historia de los cenotes en el estado de Yucatán y un artículo sobre el aprovechamiento industrial de todas las partes del cerdo. Un instante pensó en ponerle nombre al globo, pero creyó que aquello acabaría con su eclecticismo y que le impondría una personalidad. Quizá ya no quisiera ver una película de Tarantino si antes había visto la ópera más célebre de Leoncavallo, aunque él pensaba que guardaban similitudes. Pero qué tal si el globo no opinaba lo mismo.

Pronto dejó de ir a comer donde sus padres, se encerraba en casa y si debía ir por provisiones, el globo lo acompañaba, si bien la mayor parte del tiempo éste prefería quedarse en el auto. Su profesor de francés era lo que se dice un “amante de la anécdota”, y veía en el globo una estratagema idónea para pensar nuevos cuentos, por lo que dejaba que asistiera a clases con él. Al principio, los compañeros le preguntaban las razones para que anduviera para todos lados con ese pedazo de plástico con aire adentro, pero finalmente se habituaron como si éste tuviera alguna clase de voluntad propia, hasta que en vez de dirigirse a él se comenzaron a dirigir al globo. Alguien dijo que le causaba ternura el sujeto con ese globo, por lo que le pusieron “tandres” (tendresse) los compañeros de la clase. Sin quererlo, el globo había sido bautizado.

Él se olvidó de su ex novia y empezó a preocuparse por la poca atención que obtenía de los demás. Su madre prefería telefonear al globo para saber cómo había ido la semana y ya ni siquiera lo invitaba a comer si no era por mediación de Tandres. Tandres se había vuelto popular en la escuela (seguían yendo a la escuela y entraba a algunas clases aunque apenas había terminado la tesis) y aunque todos sabían que él había escrito todos aquellos trabajos (el del aprovechamiento industrial del cerdo obtuvo un premio por el mérito científico), en silencio se los adjudicaban a Tandres.

Se sentía más solo que antes, pero esta vez era como si no existiera. Hizo caso a una amiga y acudió donde un terapeuta al cual contarle sus temores: desaparecer de su propia historia. Al principio, el doctor lo escuchó con interés y hasta se podría decir que con benevolencia, pero conforme fueron pasando las sesiones éste insistió en que todas sus pulsiones se habían concentrado en Tandres y que había tenido lugar una transferencia, por lo que era necesario que lo llevara a terapia y lo confrontara. Dos horas a la semana dedicaron a esta labor; con todo, al final, el psicoanalista terminó enamorándose del globo, había algo misterioso en su temperamento y todos lo encontraban fascinante. Él no era la excepción. Tuvo que dejar de ver al médico. Cayó en depresión y empezó a encerrarse en su cuarto, ahora solo por completo.

Mientras, Tandres se había convertido en el más popular entre los de tercer y cuarto año. Durante una gresca, incluso, algunos dijeron que había intercedido para que unos y otros no siguieran peleando. Las hazañas de Tandres pueden ser consultadas en el libro con referencia a él, pero debemos proseguir con nuestra narración.

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