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El día que murió Kurt Cobain

Hand-tinted portrait of the vocalist with the grunge rock band Nirvana.

Para mi entrañable Tomás Torres Ibarra

En 1994 el mundo pareció dar un giro de timón hacia una nueva realidad. El año comenzó con un levantamiento armado en Chiapas, estado del cual muchos no habíamos escuchado. El tratado de libre comercio echó a andar nuestra nueva forma de consumo. Un terremoto destrozaba partes de Northridge, en Los Ángeles. Nuestra mente buscaba estímulos en otras latitudes. Algunos privilegiados podíamos ver el mundo a través de MTV en inglés.ahí se entremezclaban MTV Raps con Headbangers Bal. No había realities y los tardíos como yo que aún no habían probado la mariguana sabían que había mejores formas de ver Liquid Television, solo que no podíamos hacerlo.

Había pasado muy poco tiempo del asesinato de Colosio. Recuerdo haber estado en la combi de un amigo, en la colonia electricistas. Escuchamos la noticia en la radio. Aún no había celulares. Algunos tenían(mos) Beeper, un sistema de mensajería electrónica que enviaba mensajes a un aparato cuadrado. Algo así como recibir un telegrama en el cinturón. Fue una extraña sensación saber que moría Colosio. No podíamos votar aún, pero comenzábamos a tener cierta conciencia. Estábamos adormecidos, escuchando a los clásicos y el grunge, por fortuna, comenzaba a despertarnos. Bleach había salido en 1989 pero en la provincia mexicana era muy difícil encontrar algo así. Tuvimos que esperar a que el mainstream trajera a Nevermind (y el debut de Dave Grohl en la batería) para que supiéramos que éramos una generación destinada al aburrimiento, la procrastinación y demandar que nos entretuvieran a pesar de no hacer nada para merecerlo: here we are now, entertain us.

Era 1991 cuando salió el disco, el sencillo, el video amarillento con jóvenes sentados que después chocaban entre sí. Íbamos en secundaria. Tomás había sido mi compañero desde 1o de primaria. Él vivía entonces en la colonia Chapultepec, a unas cuadras de la secundaria federal 5. Yo en Camelinas, a unas cuadras también. Él también tenía televisión satelital con una antena parabólica. Grabábamos videos en cintas VHS. Y en MTV vimos a Kurt Cobain por primera vez, con suéter de lana, la cara cubierta del cabello largo. Qué privilegio tener el cabello largo. A los 14 vivíamos en una represión. Solamente la patineta o el aerosol nos daba cierta libertad. En la secundaria era impensable tener el cabello largo, en una secundaria federal al menos. Anhelábamos que llegara la prepa para poder vestirnos y tener el cabello como quisiéramos.

Dios maldiga el casquete corto. Mi cuarto comenzaba a llenarse de posters. En Sanborns compraba revistas de rock y metal. Uno podía leerse al mundo entero ahí. Quién iba a pensar, que muchos años después, la mítica Cahiers du cinema podría encontrarse en sus estantes. En ese año, 1994 (y los anteriores) caminábamos por la noche con walkmans que comprábamos en los portales del centro de Morelia, en los puestos de fayuca. Nirvana había hecho ya Incesticide (92) e In Utero (93). Y entonces llegó el 5 de abril. Abril, el más cruel de los meses, diría T.S. Eliot. Era martes. Era noche cuando en México llegó la noticia. No habían celulares. Seguramente estaba en mi cuarto, ya hacía calor, la cortina doble estaría corrida. Seguramente escuchaba mis CD’s o jugaba Super Nintendo. No tenía tarea porque acababa de reprobar todas las materias del primer semestre de esa preparatoria sobrevaluada y feudal llamada Rector Hidalgo.

Yo tenía 15. Kurt tenía 27. Frances, la hija de Kurt, tenía un año 7 meses. No recuerdo si contesté el teléfono o mi mamá me gritó para que contestara. Era Tomás. No mames güey, ¿ya viste quién se murió? – dijo. Su voz estaba tan entristecida y falta de esperanza, tan llena de fúnebre sorpresa que me preocupé. ¿Quién podría ser? Tenía amigos «junkies» pero aún no era para tanto. No había nada más duro que la mariguana en mis amigos, aún. En los años 90 en México despertábamos muy tarde en casi todo.

¿Quién? – pregunté, esperando que no fuera el Ciego, George, Humberto, Julio, la Flaca o cualquiera de los amigos, conocidos, muchos de ellos «buenosparanada». Kurt Cobain, respondió. Me enojé tanto que no recuerdo si le colgué el teléfono, aunque no fue de inmediato porque sé que dije algo como: no mames, pensé que era alguien conocido. Seguramente Tomás dijo algo como «era muy importante». Lo desacredité, como siempre desacreditaba sus viajes mentales, las canciones que nos robábamos de Pink Floyd o las reflexiones sobre cómo cuando fumas en realidad aspiras e ingresas en tu sistema toda la mierda que hay a tu alrededor.

¿Kurt Cobain, importante? Me tardé 23 años en darme cuenta que sí lo era.

 

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