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El más buscado y el presidente 56

Por Francisco Valenzuela

En el México del presidente 56, el que le siguió al de las botas, leemos a diario historias que jamás debieron contarse: “Puede quedar uno atrapado en un tiroteo o quedar encerrado dentro de un frigorífico haciéndole compañía a un manojo de cadáveres que jamás serán identificados. Se puede amanecer colgado de un puente, previa castración, o desaparecer en pleno día”, nos dice el Chalo Gaitán en El más buscado (Grijalbo, 2012)  donde desembucha toda su verdad al Cuervo, un viejón compositor de corridos, esos himnos personales que enaltecen a los capos de la mafia.

Alejandro Almazán toma prestada la jerga de un clásico narco mexicano para llevarnos en tiempo real, con solo algunos flashbacks, por las reflexiones, el odio acumulado y la resignación de quien se sabe cercado. Leído así, con esas palabras sinceras, el tipo más buscado por la DEA parece decir la absoluta verdad, pero ya sabemos, y lo sabemos gracias a Los Tigres del Norte, que las historias de la mafia están compuestas por el contrabando y la traición.

Creyentes, apegados a la familia, astutos y pragmáticos, los jefes de jefes pactan con gobiernos y de paso le sostienen el discurso: crean miles de empleos gracias al lavado de dinero, ayudan a montar la infraestructura y no dejan morir esas añejas tradiciones en los poblados más lejanos, esos donde el panorama es tan árido y salvaje que «el mismo Jesucristo sería bajado de la cruz para ser decapitado», se narra en la novela.

Hay algo en la mente de estos forajidos que los hace sentirse incomprendidos; se asumen como salvadores de un país que los necesita, crecieron entre pacas de a kilo, entre matorrales, entre esa hierba que hace tal efecto que hasta los sordos podrán oír. Dice el Chalo Gaitán que los gringos están encabronados con él “porque ha sacado millones de dólares de ese país para traer a México fe y esperanza (…) con una mano me acusan y con la otra se meten el perico que me compran”.

Entender el enturbiado mundo del narco en México no es nada fácil; se necesitarían kilos de libros, comprar el Proceso cada domingo, revisar a diario el record de muertos y aún así nos vamos a quedar con pequeñas partes incompletas de una serie de leyendas más rurales que urbanas. Ahí un mérito de El más Buscado, porque le da voz a un capo que entre whiskies devela una serie de amarres y desajustes con gobiernos corruptos y ambiciosos.

La turbulenta cabeza de este capo llega al delirio pero razones y justificaciones tampoco le faltan. Ha vivido en la fuga prácticamente toda su vida, aunque de vez en cuando compre las conciencias de los militares más fieles para que lo dejen hacer sus fiestas en paz. Está contra las cuerdas porque el presidente de las botas le propuso encabezar un solo cartel, pero luego llegó el presidente 56, el otro chapito, para romper acuerdos y meter al país en un baño de sangre que no tiene fin.

Los capos, como los más encumbrados políticos, no conocen la palabra fidelidad. Traicionan a sus mujeres, traicionan a sus compadres, traicionan a sus amigos y traicionan a sus pueblos. Y con ellos está arando este país; porque unos financian las campañas de los otros para que luego regresen el favor y en medio quedan cientos de paredones para ajusticiar a hombres, mujeres y niños que pasarán a una estadística de, literalmente, números rojos.

El más buscado es una novela de ficción escrita por un periodista que escarba en la verdad; por ello, si atendemos al capítulo 17, encontraremos cifras que sospecho tienen algo de verdad:

 “Yo soy el hombre del siglo y las leyendas no se mueren así nomás, a lo pendejo”; nos dice el Chalo Gaitán, el hombre que, en la novela, pactó y rompió con el presidente 56, ese que se masturba en los desfiles militares.

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