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El muerto, un cuento de Oswaldo Árciga

Un hombre fue encontrado sin vida en una calle de la ciudad. Eran alrededor de las seis de la mañana cuando lo descubrió un panadero. Se acercó para corroborar lo evidente y hacerse de la vista gorda “el pan no se vende solo”, pensó. Cruzó la calle y comenzó a vender. Un poco después llegaron las madres de familia a comprar leche en Liconsa y de paso por el pan. La primera en llegar le preguntó al panadero por el fallecido y el panadero sólo contestó con un “ahí estaba cuando llegué”. La mujer se arrimó al muerto para examinarlo y en pocos segundos concluyó: “se parece al hijo de doña Irma”. Compartió sus hallazgos con el panadero, pero este no sabía quién era doña Irma y mucho menos si tenía hijos.

A las ocho de la mañana el panadero estaba a punto de terminar. Todos los clientes le preguntaban quién era el muerto. Él les informaba “es el hijo de doña Irma”. Cuando recogía las cosas una última mujer se le acercó y preguntó:

-Oiga ¿de quién dice que es hijo ese muerto? –se persignó.

-De doña Irma. Dicen que andaba en malos pasos –susurró el panadero.

La mujer arrojó la bolsa con dos cuernitos y una semita para correr hacia el difunto. Lo abrazó y llorando vociferó: “¡hijo mío!”. Todos alrededor la miraron, pero nadie quería acercarse. La señora paró de golpe su llanto cuando lo agarró de la cabeza y le vio la cara:

-¡A chinga! este no es mi Carlitos –se asustó y soltó al cadáver. Se pasó las manos por la falda como si se las hubiera ensuciado–. No, mi Carlitos está más llenito y ese está en los puros huesos.

Tomó el pan y se retiró.

A las diez el panadero se había ido y la calle se quedó sola. Un perro se acercó para orinarlo.

A las doce y media los jóvenes de la secundaria salieron. No faltó quien se acercara al muerto para picarlo con un palo y para darle balonazos en la cabeza.

Uno de los niños llegó a casa y le contó a su madre sobre el muerto. Ella le respondió:

-¿Ves hijo? por eso estudia mucho, para no acabar como él.

Pasó el tiempo y nada relevante había ocurrido en ese cuerpo más allá del proceso de descomposición. Ya olía feo. Fue hasta las seis de la tarde que un hombre lo despojó de la ropa y le escupió. Los motivos siguen siendo un misterio.

Mientras tanto, a unas cuadras de ese sitio se llevaba a cabo un mitin de la Hermandad por la Independencia Juvenil y Observadores Sociales del Partido Nacional (no es necesario abreviar). Uno de los jóvenes que salió de su casa con rumbo al mitin encontró al muerto totalmente desnudo y tirado en la calle; no dudó en avisarles a sus amigos.

“No mames, pobrecito: lo encueraron y lo dejaron ahí, tirado” dijo uno de los amigos a otro entre la multitud. Cuando un fosil de universidad que estaba cerca escuchó los hechos se aceleró a declarar “de seguro fue la chota, ellos operan así”, de esa forma se pasó la voz y el dirigente social comenzó a gritar:

-¡Camaradas!, nos acaban de informar que uno de nuestros compañeros fue privado de su vida por un grupo de desalmados policías ¡El gobierno nos quiere muertos y no nos rendiremos!

Todos gritaron en señal de unidad. Recogieron al muerto, desnudo, lo intentaron pasear en hombros pero eso era tarea imposible porque se caía como regla. Pintaron lonas y pancartas con el rostro del fallecido. No sabían cuál era su nombre y decidieron ponerle Emiliano Guevara, por ser un libertador y revolucionario. El presidente municipal pronto se dio cuenta de la situación:

-No podemos permitir un escándalo de este tipo y menos a tan poquito tiempo de las elecciones. No, si yo hago muy bien mi trabajo. Ni una callecita se me ha agrietado ¿o sí? –le dijo a su asistente personal.

-Claro que no señor, si usted es un “maestraso” –respondió el asistente

-Pues claro. La culpa es del gobernador.

Mandó hacer una estatua con los mejores escultores de la ciudad, pero se negaron debido al poco tiempo para hacerla (una hora), así que se dirigieron a los estudiantes de bellas artes quienes esculpieron una caricaturesca imagen de Emiliano Guevara tomando de la mano a un niño.

Por fin hubo una relativa paz y cuando enterraban al tipo en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Un director se acercó para realizar un documental sobre la vida de Emiliano Guevara, pero ahí se dieron cuenta que no sabían nada de su historia. Decidieron enterrarlo y ponerle en la lápida: aquí yace Emiliano Guevara (¿?-2016) un libertador. La fama del muerto pasó rápido y tras lo viral de Facebook y de los hashtags: #TodosSomosEmiliano. Pasó de moda.

Y fue así como Macedonio, el hombre que una noche antes había muerto tras darle un infarto al perseguir a una chica de quince años, quedó grabado en la historia.

* Imagen de Surian Soosay

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