Por Arturo Valdez Castro
I
Esto ya sabes cómo termina. Pero antes está aquella explanada, a la entrada del Instituto Ibero-Americano de Berlín (IAI), donde ocurrió esta entrevista. El frío, humo de tabaco y nuestras voces en la noche o -mejor dicho- la suya, su lenta y reposada voz que repentinamente se vio acompañada por el desgajado sonido de las campanas de la iglesia evangelista de San Mateo. El poeta Ricardo Castillo (Guadalajara, 1954) no se inmutó o no le dio importancia y siguió la charla, fumando, aunque –dijo— ya había dejado de fumar.
En algún momento le pregunté cosas sencillas o básicas, no sé si necesarias. En una noche de ocho grados de una ciudad como Berlín, esas preguntas pueden adquirir una perspectiva alterna, o eso supuse cuando pensé que es difícil comprender del todo cómo es que inician las cosas. Cómo, por ejemplo, llegué a los versos de este poeta, cómo es que esos versos me habían sacudido, influenciado desde la primera vez que leí el libro con el que irrumpió brutalmente en el panorama de la literatura mexicana: El pobrecito señor X.
–¿Una forma de volver al origen, un estado volcánico… qué es para ti la poesía?
-Me gustaría creer que la poesía es una forma de pensar, una forma de vivir, un procedimiento para sentir el privilegio de estar vivo. Y esto es independientemente de que la poesía la escribas tú o la escriba yo. Es eso que nos muerde y nos toca a todos, finalmente. Es aquello que nos hace sentir el privilegio de estar vivos. Es eso. Ojalá alcanzara para algo más, pero creo que es una cosa de todo mundo. No es ni de los poetas. Es eso que ni siquiera llamamos poesía, pero es cuando sentimos o por mucho dolor o por mucho placer, eso: que la vida vale la pena.
II
En aquella explanada no hay nadie. Sólo él y yo, y las luces de los autos a través de la avenida Potsdamer. Estamos frente a unas bancas de cemento picado, donde ha puesto su copa de vino tinto. “Oye, cómo ves si salimos y platicamos afuera, mejor, ¿no?”, me propuso, cuando le pregunté si me daba una entrevista. “Es que quiero echarme un cigarro”, agregó. Luego tomó una de las copas dispuestas para el brindis de inauguración en la larga mesa de manteles blancos, y salimos de los bajos del lugar donde, momentos antes, se había inaugurado la décima edición del Festival Rodante de Poesía Latinoamericana (Latinale), de Berlín, por el que han pasado ya 100 poetas nacidos entre Tijuana y Tierra del Fuego. Ricardo (junto con las poetas Maricela Guerrero (ciudad de México, 1977), Amaranta Caballero (Guanajuato, 1973) y Monika Rinck (Zweibrücken, 1969)) fue invitado estelar.
Gorro de invierno, sudadera con capucha, abrigo, pantalón cargo, botas y mochila colgada al hombro, parece un muchacho que acaba de salir del CCH –aunque nunca terminó la prepa–. En esa mochila, quizá con cuadernos o libros, lleva seguramente el vestuario que usó en el performance con el que abrió el Latinale, que este año reunió a 21 poetas de Argentina, Costa Rica, Chile, México, entre otros.
La presentación de Castillo fueron sombras, sonidos, video, versos dichos de memoria, los cuales se fueron diluyendo en algo así como el origen del lenguaje: gritos, bramidos paleolíticos.
Ser fan del entrevistado hace de la entrevista un caballo difícil de montar. Sin embargo, Castillo emana calma y sencillez abrumadoras, lo que facilita la conversación. Nada que ver con la figura que me construí de él cuando, a los 17 o 18, leí El pobrecito señor X, libro que con apenas 22 poemas sacudió y reconfiguró el panorama de las letras mexicanas oficiales de los años setenta.
En los noventa del siglo pasado, este poemario era vigente. Hoy sigue siendo vigentísimo. Han pasado 40 años de su primera edición, publicada por Ricardo Yáñez (Guadalajara, 1948), en la colección El ciervo herido, de la editorial Cefol, y este año le han hecho algunos homenajes, como el de la pasada Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México. Mordaz, Castillo es el primero en advertir que si dicho libro se mantiene vivo es “gracias” a que el país no ha dejado de generar “familias disfuncionales”. Los señores X, dice, siguen entre nosotros, aunque no les importa la poesía.
“Es un poco lo que me ha pasado. El libro que en realidad puede dar una referencia mía es El (…) señor X y es un libro que escribí a los 21, 22 años. Ahora tengo cuarenta más”. La estructura de este clásico, sin prólogo ni anotaciones al pie que expliquen los hilos o mecanismos con los que fue creado, surgió del cómic:
“Este primer libro, que además es muy visual, muy literario, lo intenté hacer como un cómic, que cada poema fuera como un dibujo de un personaje: El señor X, que partía de una situación individual, el poema Autogol, aquel que termina: como alguien me lo dijo una vez: valgo madre, partía de eso para llegar ahí, a un ser colectivo y desarrollar la historia, finalmente común, que yo sentía abarcaba pues a mis cuates, a mi generación, a lo que me rodeaba. Es el primer trabajo y creo que tiene más la filiación literaria”.
-El pobrecito señor X fue o es necesario, surgió a contracorriente, inauguró o refrescó la manera de concebir y hacer poesía en México, su lenguaje coloquial, las imágenes cercanas, los temas a partir de situaciones cotidianas, quizá por haberlo pensado como un cómic. Podría pasar por un libro ligero, pero creo que es profundísimo. Han pasado cuatro décadas de que irrumpió en la literatura mexicana de forma brutal. ¿Cómo lo ves a la distancia?
-Sí, bueno, yo había tenido una formación de talleres en donde lo que te enseñan directamente es la gran tradición de poesía mexicana que hay: Tablada, López Velarde, Los Contemporáneos, Paz. Aquellos poemas enormes, aquellos poemas río: Muerte sin fin, Canto a un dios mineral, Piedra de Sol; en fin, esos poemas, y yo estaba queriendo escribir, con 20 años, poesía y tenía esos modelos. Así, pues, mis primeros poemas eran completamente imitando a estos grandes modelos.
”De pronto descubro filones de otra factura, como lo es la poesía sudamericana, los chilenos como Nicanor Parra; los peruanos, como el mismo Vallejo, los de Hora Zero; en fin, en donde, finalmente a lo que me lleva es a decir, ‘bueno, tengo 20, 21 años, no tengo porqué tratar de escribir como alguien de 40, con cultura’, bueno, sentía que no me salía y que se veía ridículo, pedante que escribiera así. Así que empecé a escribir como alguien de mi edad, con mis temas, mis asuntos. No eran los grandes temas, sino cosas cotidianas. Era lo que sucedía en mi entorno, dándole la espalda a la trascendencia del poema y buscando la inmediatez, que era lo que podía escribir realmente, dignamente a mi edad, y creo que por ahí es que aparece El pobrecito señor X. Es un poco también la provocación, la insolencia a la gran poesía mexicana, ¿no? Sale también, en los años 70, una década bastante heterodoxa que le da la espalda a los moldes, ¿no?, al Arte con mayúscula, al Progreso con mayúscula. Entonces estaba como en el ambiente, en la música, y lo que yo creo es que el libro tal vez corrió con buena suerte, porque había muchos compañeros poetas que ya andaban también con el registro coloquial, con la inmediatez. Lo que pasa es que este libro corrió con suerte, llamó la atención, traía lo suyo. Y ahora, nos podemos acordar de él, gracias al país que también es un fabricante imparable de familias disfuncionales. Sí, por eso sigue vigente, porque creo que finalmente siguen ahí los señores X, aunque ya no les importe la poesía tanto, siguen ahí.
III
Aquí una parte del poema Autogol, con el que inicia el libro:
(…)
Mi papá se moría mirándome en los resquicios
con el encabronamiento a oscura, con la violencia a tientas,
muriéndose en a cámara lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.
Jamás he servido para nada.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.
Como alguien me lo dijo alguna vez: Valgo madre.
IV
Cuando le mostré a una amiga la única foto que pude tomarle a Ricardo Castillo, cerca de la estación Hackescher Markt (centro de Berlín), comentó: “hasta parece bueno”. El adverbio se desprende de la lectura que meses atrás ella había hecho de El pobrecito señor X. No esperaba que aquellos versos hubieran sido escritos por un personaje de aspecto “común”.
Ricardo Castillo, de quien podría decirse, es una leyenda viva o, incluso, uno de esos poetas etiquetados como “de culto”, no se traga ni se toma en serio tales calificativos. Tampoco eso de que su primer libro refrescó o logró inyectarle vitalidad, sensatez a la lírica mexicana. O que la resucitó. No tiene nada que ver con la supuesta figura del enfant terrible mexicano que quizá representó. Esa etiqueta tampoco le importa. Si fue eso, ya se superó. Ahora más bien luce como un veterano lúcido y tranquilo, poeta maduro (como dijera el autor Víctor Manuel Pazarín), investigador de literatura en la Universidad de Guadalajara, padre de familia y autor experimental que ha viajado por distintos países para presentar sus performances poéticos. Aun así, parece mantener intacta cierto tipo de vena lírica, curtida en los barrios lúdicos de la desesperanza.
–¿Qué es para ti la muerte?
-La próxima estación (risas). Ya muy cerca, cabrón. Bueno, no, no. Espero que no. Quitemos lo de “muy”. Pero, ya por la edad, está cabrón, ¿no?
–¿La derrota?
-La derrota… pues la condición natural del ser humano, por haber nacido (risas). No hay de otra.
–¿Qué piensas de la relación (¿intrínseca?) entre drogas, alcohol y literatura?
-Qué dios nos ampare (risas). Ponle así, eso que dije: “qué dios nos ampare”, y, después, risas (risas).
Ligeramente encorvado por el frío, sus palabras carecen de acento académico o categórico, de esos que suenan como queriendo imponer verdades. Podría decirse que cuando habla, más bien, su tono está permeado por la duda o la timidez.
Quién carajo, pues, se vanagloria de ser héroe, de intentar salvar una humanidad destinada al fracaso, condición inherente a nuestra especie, según dice este poeta. Así que vuelvo a la carga con esta pregunta sencilla, básica: ¿Qué es para ti la felicidad?
“La felicidad es serlo sin darte cuenta. Ser feliz sin estar pensando si lo eres o no. Y eso está hecha como de fragmentos, ¿no? Estar en el escenario, por ejemplo, o ¿por qué no? estar aquí, en Berlín, contigo, platicando. Lo imprevisto. Es decir: cuando las cosas se acomodan solas, que no son como un producto del esfuerzo, sino un regalo de la vida”.
Ricardo me hace evocar la palabra infalible.
V
Tras su primer éxito, su poemario La oruga acompañó la edición de El pobrecito… que publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE) en 1980. En esa etapa, dice, “nace una de mis fuentes que es el rock, la oralidad”.
Ricardo hace ahora otra poesía. Más experimental: lúdica-corporal, vestida de negro, descalza. Poesía para escenarios. Dura. Deconstructiva. Usa sonidos, pantallas, imágenes. Invertebrada. Habrá a quien le guste, habrá quien prefieran otra. Da igual. Su contenido provoca. Disloca. Es volcánico, dicen algunos. Sus ruidos golpean, sus imágenes. El aullido, su aullido estalla en el núcleo del lenguaje cotidiano.
Evolución de libro a performance. Castillo explica que, influenciado por el rock, La oruga se estructuró como un disco de “aquellos de acetato, de cuatro caras”. Intentó una especie de Rock Ópera, con cuatro secciones para cada lado del disco:
“Jamás expliqué esto en un prólogo o en un texto ni lo creí necesario, como me pasó con el señor X. Pero esa fue la intención del libro. En este punto empezó a sonar el fraseo de los poemas. Vinieron las ganas de colocar el poema fuera de la página. De repente encontré, en lo que buscaba, la vocalización, alguna necesidad de sacar el poema del libro. No para desterrarlo, sino para que tuviera esa distinción oral”.
Después de esto, publica Concierto en vivo (1981), el cual, “como su nombre lo indica, ya iba directamente sobre lo oral”. Este libro, cuyo subtítulo reza Más oído que leído, lo encaminó al performance, preparando un trabajo en conjunto con el cantautor tamaulipeco Jaime López (Matamoros, 1954).
“Era un texto que me llevó a tener una serie de presentaciones, me llevó al performance, con Jaime López. Mucho tiempo estuvimos haciéndolo en vivo en el (ex)D.F. El cantaba unas canciones, luego me dejaba un puente y yo intervenía, era un montaje del Concierto en vivo, alternando. Fue la primera vez que me enfrenté a decir los poemas de pie, aunque los decía leyendo. Ahí, Jaime me dio una buena lección, porque le dije que me gustaría decir los poemas de memoria y le pregunté cómo le hacía para aprenderse tantas canciones, porque Jaime sabe cualquier cantidad de canciones y él se la pasaba cantando toda la noche sin repetir una sola canción. Entonces, él me hizo el favor de darme el concepto de la memoria física, que es una memoria que no tienen que ver con la memorización propiamente, sino con la memoria del cuerpo. Eso me llevó a memorizar el texto y a atreverme, ahora sí, a apartar el libro y a decir el poema directamente en su dimensión oral”.
Después de una temporada en la ciudad de México, regresa a Guadalajara, donde conoce al compositor poblano Gerardo Enciso (1962), con quien graba un disco: Es la calle, honda (1992). Al momento de montarlo para su presentación, se realizó más o menos el mismo procedimiento que había empleado con Jaime López, es decir, “canción, puente, texto, etc”.
Ricardo ya decía entonces sus poemas de memoria. Realizó un video interdisciplinario de poesía, música y danza llamado Borrados (1998), “acompañado de una plaquette, Borrar los nombres, en torno a la ‘borrada’, del grupo étnico los Coras, en la Sierra Madre Occidental en Nayarit que, como muchas etnias en México, durante la Semana Santa hacen su propia interpretación de la pasión de Cristo.
”Yo había participado ahí, corría maratón y acompañé a unos a los de la revista Hojarasca a hacer un reportaje ese año. Me les pegué y conocí al doctor de la comunidad. Le pregunté si podía correr y ya después de que me discriminaron un rato, me dieron chance y pude participar. Y ese es el poema con el que ahora empieza la participación del performance que hago: Al doblar la esquina la carrera/ me siento más en los bufones/ que en mi propio cuerpo compañero/corro detrás de sus gritos y sus burlas/ y una fuerza involuntaria te socorre el corazón/ con su acento primitivo.
”Esos bufones son puro malandrín que anda ahí en la celebración haciendo reír a las mujeres, pateando perros, asustando niños. En fin, aquello es una locura. Es un carnaval que vale la pena por lo visual. Estando ahí adentro, de pronto fue un poing, pues eso me permitió hacer el performance con Gerardo. Dije: ‘olvidemos la calle y vamos a hacer el Borrados’. Ese fue el segundo, y pues de ahí viene un libro que se llama Il re lámpago que ya tiene que ver con estos poemas de deconstrucción del lenguaje, a partir de la sonoridad de las lenguas romances, empleando la sonoridad del español y muchas veces apartando el significado y buscando más el sentido. Claro, si tú lo oyes parece que se me ocurre en ese momento, porque no hay una referencia, pero es un poco la intención. Es un poema que busca más el sentido que el significado, es decir, lo que está previo. Es un esfuerzo completamente destinado al fracaso, pero que vale la pena figurar como el nacimiento del lenguaje, las primeras palabras que se dijeron, cuando todavía no se podían entender unos con otros, lo cual, si llegó a ser posible, fue porque el sentido es más importante que el significado. El sentido es el que nos lleva a que las cosas signifiquen, ¿no? Por eso es un libro que tiene que ver más con el sentido que con el significado, como dice el prólogo: es un fraseo como si estuviera inaugurando el significado”.
VI
–En la época en que se publica El pobrecito… están también los Infrarrealistas. Aunque nunca estuviste dentro de ese grupo como tal, hay ciertos ecos, cierta atmósfera, aspectos en los que parecen coincidir, como si fueran contracorrientes paralelas. Ellos, los Infras, fueron grupo, pandilla; tú has sido solitario, tu propio grupo. Aun así, parecen hermanos.
-Para hacer justicia, no tanto a los Infras, pero sí a Mario Santiago (1953-1998), te cuento esto: Mario se va a trabajar a Guadalajara por ahí del 75; era mi compañero en el trabajo, en la mesa de Corrección, en el departamento de Bellas Artes de Jalisco. Él había ido para allá porque fueron a hacer una revista. En realidad, Mario estaba dedicado a la revista, pero también para poder seguir chambeando y ganarse los frijoles le consiguieron un puesto de corrector, y yo trabaja de corrector ahí. Entonces fue un alucine porque, te mencionaba la poesía peruana, pues él me la presentó, y además varios de estos cuestionamientos, de que había que ir directo al poema, usar nuestro lenguaje. A mí Mario me ayudó muchísimo. Realmente, en su momento, yo estaba en la provincia, y él era bastante más vago y más corrido y me puso en contacto con una bibliografía a la que difícilmente yo hubiera podido tener acceso. Además, la misma poesía de Mario, en ese momento, y que le encantaba recitar y era brutal recitando, buenísimo. Entonces sí, sí hay un parentesco.
”Ahora, yo siempre tuve un camino aparte. Mario nunca me invitó a ser Infra, cosa que le agradezco, porque podía ser bastante presión, impresionar. Pero no, él siempre fue muy respetuoso. Fuimos amigos siempre, ya cuando yo me fui a vivir allá (al exD.F.). En ese sentido, para mí el contacto directo con el Infrarrealismo fue Mario Santiago, porque lo tuve cerca. Con el tiempo conocí a gente que él llevaba a la casa, como Pedro Damián, (José) Peguero, el mismo Orlando Guillén, quien no se reconoce como infra, en fin, a muchos que integraban el Infrarrealismo. Pero sí, también sentía que los grupos no eran para mí. Sin embargo, a Mario, al grupo, los respetaba. Muchas veces la poesía infra tenía el problema de que se les identificaba como en bloque y muchas veces no dejaba ver las obras individuales, ¿no? Además, eran bastante beligerantes en su momento. Pero sí, hay algo de Mario Santiago. A (Roberto) Bolaño (1953-2003) nunca lo conocí, por ejemplo, y cuando me voy a México, ya el movimiento infra estaba desintegrado. Duró unos años desintegrado, pero Mario me visitaba en la casa y fue una muy buena amistad, que se dio justo porque se fue a Guadalajara”.
–¿Alguna vez leyeron juntos?
-Nunca leímos juntos. Bueno, en las fiestecillas, ahí, de repente, sí. Nos pasaban la guitarra y luego cada quien decía poemas. Como cuando estaba (Jaime) López, que por cierto no se cayeron muy bien entre ellos (risas). Muy talentosos los dos, y pues también los egos. No se llevaron.
–Orlando Guillén, los Infras, tú, y 40 años después, tu libro sigue vigente, tiene recepción porque, dices, México sigue generando las condiciones para que así sea. ¿Hay entonces alguna diferencia entre hace 40 años y este momento? ¿Cómo ves a México, la situación actual?
-Híjole, lo veo tristísimo. Tristísimo. La verdad es que son cosas que a mi edad se soportan cada vez con menos optimismo. Y no veo por dónde, realmente, porque en México hay una clase política que quiere hacernos creer que es diferente el de chile, de mole y de manteca, o ¿cómo se dice eso de los tamales? (risas). Pero la verdad es que son una bola de rufianes, todos. Están juntos. Y yo no le veo esperanza en el sentido político, o sea, tú, ¿qué te puedes esperar? El que venga, aunque cambie de color o partido, va a ser lo mismo que Fox, Calderón, el de ahora. Son socios. En los periódicos pueden estar disque peleando, pero cenan, comen y se acuestan juntos. Realmente es desesperanzador, y ojalá me equivoque, pero esto es un poco como los músicos del Titanic.
–Y la poesía, en estos tiempos de barbarie, ¿juega algún papel?, ¿puede o podría hacer algo? o ¿ese tamal se cuece aparte?
-Yo creo que hace comunidad, da identidad. Pero resolver los problemas, creo que está muy lejos de hacerlo. El poeta sufre de esa situación. No está para salvar a nadie, tampoco. Sí, yo pienso que, lamentablemente, para los grandes problemas que atraviesa México, no aporta gran cosa, la verdad.
VII
–¿Cómo es tu proceso de construcción de un poema?
-Esto ha ido cambiando a través de los tiempos. Como El (…) señor X que fue a través de un modelo de cómic, de dibujo. Te comentaba lo de La oruga como un disco de acetato, tipo Rock Ópera, como de los Who. El Concierto en vivo, que era el reflejo de un concierto en vivo, directo, sin tanta preocupación por darle una presentación convencionalmente literaria, o lo que era ese concepto. Como agua al regresar (1982) es un libro que intenta una noveleta, una cuestión narrativa que combina los dos tonos. Luego viene un trabajo que para mí rompe y que es Borrar los nombres. Creo que ahí se cierra un ciclo. Ah, espera, antes está Nicolás el camaleón (1989), que es un guion de cine, una película literaria, digamos.
“Pero a partir de Borrar los nombres viene un trabajo que ya venía haciendo con Gerardo Enciso, Jaime López, de performance, de leer, de la memoria. Eso me lleva a experimentar más. Antes era al teclado, la máquina y, de pronto, empiezo a darme cuenta que inicio a partir de la sonoridad del mismo texto, que muchas veces yo, ya caminando, lo venía trabajando en la mente, y luego ya, pues solo llegaba a escribirlo. Pero, a partir de la sonoridad, directamente. Creo que es como crear a la inversa, y esto te lleva al origen, es decir, a la fuente de la poesía, cuando no había escritura. La primera página de la poesía es la memoria, ¿no? El poeta oral escribe en la memoria a base de ritmos y melodías y temas del propio escrito, así es como se te va grabando. Pero no para ir y decirlo, sino más bien para escribirlo. Es la preescritura, que es la memoria. La primera página de la poesía, yo sostengo, fue la memoria. Antes que se inventara, inclusive la escritura, el hombre ya escribía poesía sin escritura: lo hacía en su memoria”.
–¿Ves una escena, una imagen, escuchas un sonido, una palabra y entonces surge un verso, el poema?
-Puede ser todo eso. Esas cosas para mí son muy difíciles de fijar. Puede llegar de cualquier lado, según yo entiendo. Claro, cuando ya estás con un proyecto definido, ya sé cómo, pues se extiende el campo semántico, y los instintos para esos intereses están más atentos. Al principio, es más difícil. No sabes por dónde viene. Ya que dices: “ah, aquí hay una hebra”, pues le vas jalando al hilito, al hilito y esperando que se haga un poco más gordo, y creas relaciones, un conjunto.
”A mí me sigue interesando el concepto de poesía escrita. El poema escrito me interesa. Pero me interesa más que lo escrito no se quede entre los muros de las dos tapas; una poesía silenciosa, una poesía que sí, a cambio se lee, pero en silencio.
”Pero yo creo que el disparador no ocurre por tu cuenta, es algo que tiene que sucederte, que te tiene que ocurrir y es por ese algo que se llama poesía del instante o instante poético. Es algo que te permite que se guíe tu trabajo, es una relación con el instante poético. Un lugar común”.
–¿Andas con tu libreta, anotas en papeles, servilletas?
-No. En los primeros poemas, sí; pero actualmente, no. Si hay algo, lo trabajo en la cabeza y llego rápidamente a escribirlo, a vaciarlo en el papel.
–¿Cómo ves el escenario poético en México, movimientos como el slam, la AltLit, la experimentación con nuevas tecnologías?
-Para mí, el problema es que todo este movimiento, como el slam, que parte de la oralidad como que ha provocado que muchos jóvenes metidos ahí se hayan desinteresado por la escritura. Lo cual nos lleva también a que el sonido de lo que se dice no sea tan importante para ellos, sino dar un mensaje que muchas veces tiene que ver más bien con el registro del merolico, que se puede lograr o no, pero siempre es arengando a la población a que tome conciencia, es decir, el poeta como maestro de la humanidad. Particularmente lo veo con reservas, pero también es muy interesante ver qué va a pasar con eso. A mí, alguien como Rojo Córdova (Ciudad de México, 1986) me parece el más interesante de todos ellos; es la punta visible. Él lo logra con malicia y sentido literario, y creo que es muy prometedor a la larga. Por otro lado, la explosión de las redes sociales ha creado algo muy interesante en México, porque se ha cancelado esa posibilidad de que solamente Letras Libres, como órgano que finalmente consolida si publica o no, y directamente se va a internet y se publica. Yo he detectado una generación estupenda de gente de 40 años para abajo, como Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969), Luis Eduardo García (Guadalajara, 1984), Daniel Bencomo (San Luis Potosí, 1980), es decir, gente a la que yo, gracias a internet, tengo acceso, y siento que sí, hay ya una vuelta de rosca, gente bastante colmilluda en la literatura, con bastantes herramientas, fuera de la ingenuidad y las buenas intenciones.
”En general, es una poesía bastante mordaz, bastante sarcástica y va. Lamentablemente, también muy desolada y decepcionada de la realidad. Pero en cambio, provista de un ingenio y una imaginería y un sentido literario que a mí me gusta. Pero eso es lo que a mí me gusta. Igual puedes ver un montón de frentes, también bastante interesantes, que están ahí, directamente, en internet. Yo creo que esta generación de internet va a terminar haciendo, pues, la siguiente hornada. De hecho, ahí está Maricela (Guerrero) y Amaranta (Caballero), quienes son de esa generación. Gente a la que le llevo 20 años o más”.
VIII
El año pasado, durante el VII Congreso Internacional de Estudios Transatlánticos de la Universidad de Brown, en Providence, Estados Unidos, Ricardo Castillo presentó un performance poético. En el congreso –cuenta el poeta— estaba Rike Bolte, fundadora y curadora, junto con Timo Berger, del Latinale. Ahí ocurrió el “feliz encuentro”, dice. Rike, quien al parecer ya tenía referencias de su trabajo, le dijo que en cuanto se pudiera lo invitaría al festival. Un año y medio después, aquí está.
“Me parece sensacional, fabuloso, estar en Berlín. Me encantaría haber llegado un poquito antes, para poder hacer bien las pruebas, y estar más relajado”, señala, no sin humor, “pero igual eso está sabroso, la sensación de ‘a ver qué pasa’”.
-¿Tienes algún trabajo nuevo en puerta?
-Sí. Es un poemario transgénero que se llama El climaterio de Kirk Douglas.
–Órale, ¿y por qué Kirk Douglas?
-Es una cosa un poco fantasiosa porque es un poco regresar al poema escrito. No son poemas tan orales. Digo que es transgénero porque se supone que lo escribe una mujer que está en la menopausia y que, a lo largo de la historia, se deja entrever que es gay. Entonces es así como jugar, porque realmente el climaterio no es el de la mujer, sino es mi climaterio, pasado por la voz de esta mujer imaginaria. Esto me libró de caer en una poesía confesional, exclusiva de mi persona y al mismo tiempo me da para no sólo ver mi propio proceso menopáusico, sino también el de la mujer que me parece otro caso.
”Yo, desde chico, veía a mis tías cuando les llegaba esto, entre risas y lágrimas, y me di cuenta que eso existía. Entonces, qué es eso, lo sabes hasta que ya te toca. Pero es que, con nuestra educación, no te das cuenta que los hombres también tienen menopausia. Es algo muy loco, pero en eso está. Supuestamente ya lo terminé. Lo quiero dejar descansar y después darle un repaso.
–¿Ya hay editorial?
-No, todavía no. Está ahí, y voy a esperar para revisarlo.
IX
Ricardo y yo nos encontramos la mañana siguiente en su hostal. “Te quería regalar esto, te lo doy así, en esa carpeta porque, mira, la edición parece muy delicada, forros blancos, parece una invitación de bautizo o bodas (risas). Está bien, sí, pero no quería mancharla o ensuciarla. Toma, carnal”, me dice, con una sonrisa suave o desvelada, y gafas de sol que ocultan sus ojos aceitunados. Voy a pedirle que me dedique el libro, pero antes de terminar la frase, dice: “ya está, ya está”. Le agradezco. Después, a unos pasos del Spree, esto: un hasta pronto entre turistas abrigados, un abrazo entrañable bajo cielo nublado, una carpeta roja del Instituto Cervantes de Berlín en mis manos, en cuyo interior hay un ejemplar de la edición conmemorativa por los 40 años de El pobrecito señor X.
Veo a Ricardo perdiéndose, cigarro en mano, abrigado igual que la noche anterior, entre bullicio y ruido de pájaros, por las calles otoñales de la capital alemana.
Cuando llego a tomar el tren, me doy cuenta que he olvidado hacerle otra pregunta sencilla, básica: ¿qué es para ti la amistad? Lamento mi error, aunque igual no le doy importancia. No puedo hacer nada. Así terminan las cosas, pienso, con errores, faltas, vacíos. Abordo la línea 42 que da la vuelta a la ciudad como un anillo. Los colores callados de los edificios y los rostros se deslavan en las ventanillas. Abro el poemario que hace años me perturbó como devastadora claridad de días ordinarios. Leo la dedicatoria.