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El teatro para sordos es una prioridad

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Por Raúl Mejía

Primera llamada

Hace unas tres de semanas leí un artículo de Caliche Coroma sobre la puesta en escena del texto de una joven mujer llamada Sayuri Navarro: Antígona. Nudos en la garganta. El tal Caroma me parece una persona confiable y cuando de recomendaciones teatreras se trata suele sublimarse.  Luego de leer el catálogo de “doxas” vertidas por ese el juglar urbano local, me propuse ir a ver la obra dirigida por José Ramón Segurajáuregui allá, en el Foro Eco, en la calle Nicolás Bravo 430.

Antígona, la de Sófocles y como todos lo saben, es la historia de una chica cuyo hermano muere en un combate por el trono de Tebas. El nuevo jerarca de ese lugar, el señor Creonte, en polémica decisión de Estado, decide no sepultar a Polinices, hermano de Antígona y dejarlo ahí, a media calle para que se lo coman los animales o termine pudriéndose a la intemperie -lo que ocurriese primero.

Antígona, hermana polémica y muy luchona, pretende darle sepultura porque, como es de todos sabido, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, o sea: al margen de lo que digan las leyes, está el derecho de una familia por sepultar dignamente a uno de sus miembros. El drama… o tragedia, para ser precisos, es más complejo (no tienen idea de cuánto se complica esa milenaria soap opera)  pero, para fines ilustrativos basta y sobra.

Soltar el rollito anterior no es para que usted lector, diga “uy, cuántas cosas sabe el autor del artículo que tengo bajo mi augusta mirada”. Lejos de mi ánimo está eso de apantallar lectores. Cualquiera que se meta a Google y escriba “Antígona” tendrá rete hartos detalles sobre el caso de la señorita Antígona. El objeto de soltar choros informativos con el auxilio de Wikipedia es para contextualizar la puesta en escena de Sayuri, pues su Antígona de Nudos en la garganta anda en las mismas tribulaciones que su lejana referencia, pero ubicadas en el México de hoy, en el Michoacán de hoy y la Morelia de hoy, o sea, buscando la forma de, primero, encontrar a su hermano desaparecido y, segundo, darle sepultura como debe ser.

Hace unos dos mil cuatrocientos años se estrenó la versión de Sófocles en donde la presencia y el protagonismo femenino tiene un papel central. Sí. Más de dos mil años y su forma y fondo siguen estremeciendo conciencias.

Hoy, en todo lo que se refiere a los hermanos, esposos, sobrinas, tías, novios desaparecidos -por parte del ejército, el gobierno, delincuentes comunes oficiales y extraoficiales; por el PRI, el PAN y la 4T en funciones- quienes tienen el papel protagónico en esa desgarradora tarea de encontrar seres queridos sin tumba, convertidos en ceniza, destazados y dispersos en el desierto, zanjas o lo que sea, son las mujeres, quienes se ven precisadas a pedir permiso -dirigiéndose en un respetuoso lenguaje a los asesinos- para excavar en ciertas zonas en donde esos delincuentes almacenan a sus víctimas.

Antígona

La Antígona de Sófocles va contra la ley encarnada en Creonte; la Antígona de Sayuri Navarro busca el amparo, la venia del narcotráfico.

Pues de eso va la obra de teatro en la que me apersoné hace una semana. Llegué, saludé a José Ramón (director), a Juan Velasco (jefe narco… en la obra) y saqué mis avellanas cubiertas de chocolate.

Pasaron tres minutos y yo, la mera verdad, no entendía nada pero lo que se llama nada.

Fue casi a los cuatro minutos que recordé algo esencial: soy sordo (*).

Segunda llamada

Hace unos meses, otro amigo director -Fernando Ortiz- me invitó a ver una puesta en escena. Esa vez fue de un tal Shakespeare. Ajusté mi aparato auditivo en su modo más cañón y pos no. No entendía nada. La cara de los actores me quedaba tan lejos que leerles los labios -una habilidad en la que uno termina siendo experto- era una empresa harto complicada. Ahí supe que si yo no nací para amar (nadie nació para mí), tampoco estaba para el teatro porque mi sordera es alarmante…. pero vuelvo al Foro Eco y la obra dirigida por Juanjo Segurajáuregui.

A los ocho minutos con diez segundos murmuré mi clásica “esto no puede seguir así” y decidí regresar a la calidez de mi hogar para seguir viendo la serie del calamar (con subtítulos, obvio). Era absurdo estar viendo sin escuchar nada.

Mi educación no me permite irme de un lugar sin despedirme de los anfitriones y decidí ir al sector en donde Juanjo observaba las acciones y le dije, sin rodeos: “oyess, Juanjo, se me olvidó que estoy sordo y no entiendo ni madres de lo que está pasando, mejor me voy a mi casa”. El aludido, pragmático, me dijo: “no te vayas, sólo déjate llevar”. Refunfuñé sin éxito y terminé diciéndome “no es mala idea”.

Antes de regresar a mi asiento tuve una brillante idea y volví sobre mis pasos para preguntarle al director si en su mochila traía el libreto original para al menos ir leyendo lo que pasaba en el escenario. Obvio, no lo tenía a la mano. ¿Qué hice? Ver e imaginar.

No tienen ustedes idea del relato que me inventé ni las broncas en las que me metí para darle sentido a lo que el silente “movimiento actoral” me provocaba. Di por hecho, por ejemplo, que Daniel estaba muerto y se comunicaba con Antígona en el formato de los personajes de Pedro Páramo; que el jefe narco vacacionaba en Ixtapa y fumaba más de lo que marca el reglamento; que sus amiguitos eran los secuestradores de la protagonista.

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Nunca entendí los motivos para tantos brinquitos de Antígona, como si estuviera muy nerviosa porque al mismo tiempo se tomaba muy tranquilamente el hecho de estar secuestrada (eso en caso de estarlo, claro); que cuando a un actor le dio por romper la “cuarta pared” (me informan que así se le llama al hecho de que un actor se dirija, en tiempo real, al público) lo hizo para funcionar como el coro de las reales y auténticas tragedias griegas y entregando importantes datos de la trama.

Lo que sí escuché clarito fueron los balazos.

En la parte resolutiva de la función me rendí y me puse a pensar en la conveniencia de ir a echarme unas gorditas de carne deshebrada a San Agustín en cuanto cayera el telón.

Al terminar, cuando todo es abrazos, felicitaciones y opiniones sobre la calidad de las actuaciones y lo chido de la historia, le pregunté a Juanjo (en discreto conciliábulo) de qué se había tratado la obra para al menos salir airoso de las preguntas que me hicieran.

Obvio, mi sorpresa fue mayúscula cuando supe que Daniel no estaba muerto ni lo había estado. Incluso me mencionó algo de la “red oscura” de internet. El delirante relato que confeccioné en mi mente estaba lejos de la realidad, pero una vez explicados los detalles todo tuvo algo de sentido.

Juanjo prometió (y cumplió) enviarme el libreto y lo leí en cosa de cuarenta minutos. Me ocurrieron cosas muy chistosas y se las cuento. Hagan un esfuerzo hermenéutico porque lo que sigue está medio pacheco: al leer el libreto tuve la impresión de que mi asistencia al teatro había sido una experiencia de lo que, “en el futuro”, el director, se imaginó poner en escena. Digamos que, al no escuchar los diálogos, yo estaba en ese futuro imaginado por el director.

Una vez leída la historia sentí una invitación, “en el futuro”, a ver ese empalme de palabra y obra (aunque seguro seguiré sin escuchar nada, pero queda la imaginación).

Por ahora y una vez leído el libreto, recuerdo la experiencia silente: los movimientos de los actores, las omisiones que Juanjo decidió, los movimientos de los protagonistas, las intervenciones de los personajes y la cuarta pared derruida. Todo lo que vi sin escuchar nada.

Eventualmente alguien me espetará: “¿Recomiendas o no la obra?” Mi respuesta es “denme chance de ir a verla otra vez porque el teatro para sordos, en Morelia, está en pañales”.

Pienso que los mimos, tan calladitos, están soslayando un mercado en franca expansión.

Nota marginal

(*) Mi condición de sordo es una experiencia en proceso.

Aunque no estoy “sordo lo que se llama sordo”, sí estoy en ese camino de cardos y espinas a pesar de usar artefactos con tecnología de punta que uso lo más que puedo y sólo amplían mis dudas.

A la fecha y según el último reporte, he perdido el 50% de mi capacidad auditiva, lo cual -no sé los motivos- divierte mucho a algunos de mis amigos quienes invariablemente se ríen cuando escucho una cosa por otra (y creen que eso es divertido para mí).

Puro aprendizaje.

En otras palabras, la obra de teatro a la que asistí la medio escuchaba, pero no le entendí nada.

Un día que ande en el modo Reivindicador de las Personas con Capacidades Diferentes” les contaré cómo es eso de aislarse (o no) siendo sordo en proceso.

Información que cura

La obra se presentará todos los lunes de octubre en el Foro Eco, ubicado en Nicolás Bravo 430, en el centro de la ciudad. La entrada cuesta cien insignificantes pesos y empieza a las ocho de la noche. O sea, lleguen un poco antes porque la empresa es puntual en sus compromisos.

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