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Ella quiere venganza: la crónica sobre She Wants Revenge en México

Es 5 de mayo del 2006. Éramos tan jóvenes y el concierto de Depeche Mode en el Foro Sol había sido tan esperado que en el frenesí nos olvidamos en dónde se venden las playeras, dónde estaban ubicados nuestros boletos y quién era el grupo telonero que abriría el concierto -la misa- tan esperada. Al llegar al concierto, la banda telonera termina su última canción. De tanto esperar a Depeche Mode, no sabemos que She Wants Revenge, esa nueva banda de San Fernando Valley, tuvieron chance para tocar 6 canciones de su primer disco, homónimo: She Wants Revenge (Ella quiere venganza). La maquinaria Depeche Mode echa abajo todo lo que pudiera recordarse de She Wants Revenge. El camino sigue, la noche será un antes y después.

Es septiembre u octubre del 2006. Ella se llama Claudia y su nombre me recuerda a una escena de Entrevista con el vampiro. Tom Cruise regaña a la niña (Claudia) por haberse comido a su niñera. Claudia – dice Tom Cruise – you have been a very, very naughty little girl. Claudia y yo salimos a tomar una cerveza. Es martes. Le digo que me recuerda a esa escena. Ella suspira por dentro. Nos enamoramos. Nos emborrachamos. Nos golpeamos -no físicamente-, nos volvemos a amar. Manejo a toda velocidad, alguna noche, en algún lugar de Morelia. I wan’t to fucking tear you apart – suena en el radio. She Wants Revenge acompaña medio litro de vodka, la velocidad y sus besos. Ella quiere venganza. Yo también.

Es 24 de septiembre del 2016. En el primer piso del World Trade Center hay un espacio escondido, conocido para muchos: Pepsi Center. Hace unas semanas la noticia fue tan discreta como la muerte de un desconocido en alguna esquina de este país. Vuelve She Wants Revenge. Pienso en Claudia pero Claudia ya no está. No obtuvo venganza, sino un matrimonio o algo que ella dice que es un matrimonio, mascotas y una vida adulta. Yo no. Así que hurgo en mi lista de contactos, aunque ya he pensado en quién pudiera venir, alguien cómplice, tal vez no tanto, tal vez sí. Ella dice que sí, afortunadamente. Entiendo que nadie mejor que ella para acompañarme a este reencuentro con una banda que era vecinos cuando mi código postal era 91604.

Es agosto del 2014. Berke vuelve a actuar como la niña inmadura que siempre fue. No es amor, es pasión, es lo que resulta de un ritual de cortejo, apareamiento, la poesía de encontrarse desnudos. Una canción de She Wants Revenge suena tanto en la cabeza que se convierte en un lema de despedida, de tantas despedidas, todavía no la definitiva: alguien saldrá herido y no seré yo / Someone must get hurt, it won’t be me. Envío la carta. Ella responde, una y otra vez. Hasta que por fin, desaparece. Espero para siempre.

Es septiembre del 2016. Tal vez sean 500, 600 personas esperando que She Wants Revenge salga al escenario. Ella toma una bebida de cortesía y yo una cerveza Heineken que cuesta 180 pesos. Cervezas chicas no tenemos, dice la empleada. Si tuviera otra vida, la dedicaría a boicotear los vasos de cervezas grandes. Son las 9 y algo de la noche. Afuera sigue lloviendo. Casi todos visten de negro. Hay tan pocos fans que uno se pregunta si es la banda, es el clima, es la productora. Cuando no se trata de Ocesa, los conciertos se vuelven familiares. Cuando se trata de Ocesa, son transacciones mercantiles antes que reuniones de fanáticos que buscan comulgar con su profeta musical en puerta. Gracias o no a los Zepeda Brothers, gracias o no a que la industria olvidó a She Wants Revenge, el concierto será algo tan íntimo como tenerlos en la sala de la casa. Después de dos bandas teloneras las luces se apagan.

La primera canción es el primer tema del primer disco. Todo vuelve a empezar. Sus piernas son delgadas y debajo de su playera se esconde un abdomen tan suave como deben de sentirse las hojas después de la lluvia. Justin Warfield aparece con el cabello largo y un sombrero. Sobrio, sin desdeñar al público como hacen tantos frontliners, canta Red flags and Long Nights. La sorpresa continúa como una premisa que se prometió desde el inicio: tocar el primer álbum en su totalidad. Así, vienen These things, I don’t want to fall in love, Out of control. “Como en la canción, ella también seduce con sus caderas: Miro sus pies moverse, sus caderas balancean, se quita el cabello y dice: ¡es mi canción favorita! La jalo hacia mí y ella canta”. La canción se vuelve el guión de nuestra escena. Me acerco a su cuello y su cuello se acerca a mi boca. La quinta canción es Monologue, seguida de Broken Promises for Broken Hearts (Promesas rotas para corazones rotos). Las influencias de Joy Division, Depeche Mode se disipan. She Wants Revenge no brincan en el escenario, no corren de un lado a otro. Solo tocan y lo hacen muy bien. Sister, Disconnect y Us continúan la promesa que no estaba rota: tocar el primer disco en su totalidad. Los recuerdos de 10 años se resumen en «Us»:

 

Late last night I was looking through pictures
Flooded with memories I lie on the floor
And spread them around me like friends at a party
There faces remind me of all that I’ve known.

 

(Anoche veía fotografías,

invadido de recuerdos, acostado en el piso.

Los reparto alrededor como amigos en una fiesta,

sus caras me recuerdan todo lo que he conocido)

 

Así llega el primer climax de la noche: Someone must get hurt. Su piel y mi piel se esconden entre la ropa. Su vientre es como lo imaginaba: suave y rígido. Los labios se encuentran como una promesa que nunca se rompió pero tampoco se había prometido. Nadie tiene que salir herido. Las cervezas y el tequila se quedan en el piso. Una señora pasa con un trapeador. Al lado, una chica conversa con el vocalista de una de las bandas teloneras mientras su ‘date’ se queda parado, esperándola. Muy pocos bailan, algunos hacia el centro saltan y gritan. Esperamos la (pen)última canción: Tear you apart. La última en realidad no es la última. Seguirán She loves me, she loves me not. Saldrán del escenario pero regresarán a tocar siete canciones más. Al final del concierto, Justin saludará a los 400 que quedan. Tomará su caja de efectos y se marchará, como se van los músicos que no fueron encumbrados como dioses en un Olimpo tan lleno de vacuidad.

Sin embargo, su gran éxito Tear you apart sigue siendo arrebato, delirio, frenesí, agitación. Es la canción que acompaña al sexo, a las bocas que recorren el cuerpo como si fuera la noche la que debe abrirse en dos. La canción concluye el fin un ciclo. Los besos ahora son mordidas, son recuerdo, son la hostia que ofrece el padre al final de la misa. Aunque la misa no termina aquí, el primer álbum tiene este clímax, que se canta al oído, presionando los labios en el lóbulo, como cuando uno confiesa suavemente que te quiero desgarrar’:

 

I want to hold you close
Skin pressed against me tight
Lie still, and close your eyes girl
So lovely, it feels so right

I want to hold you close
Soft breath, beating heart
As I whisper in your ear
I want to fucking tear you apart

 

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