Revés Online

Enjambre en Morelia

LA PUERTA NEGRA

Reveco Gallo

Estoy frente a mi laptop tratando de recordar lo que pasó el viernes. Hoy es domingo y he celebrado un poco el triunfo de los Pumas, quienes han derrotado en la final a ese pinche equipo mugroso de Monarcas.

A mí el fútbol no me gusta, pero el viernes he conectado a una chavala que portaba una playera universitaria, pretexto ideal para abordarla. Mentí, inventé un amor profuso hacia ese equipo y agregué que había estudiado alguna ingeniería en la llamada máxima casa de estudios.

Este ligue exprés pasó durante un concierto. Bueno, no era lo que yo llamo un concierto; yo le llamo concierto a un espectáculo como el de AC/DC en Londres, como el de Pink Floyd en Berlín o mínimo como el de U2 en el estadio Azteca. Pero no, yo estaba en una especie de tardeada juvenil, en la presentación de dos banditas de rock admiradas por decenas de jovencitas. Mi patrón, el licenciado Valenzuela, me mandó a un bar moreliano para que estuviera atento a la tocada de Caviars y Enjambre, cuya crónica ahora intento compartirles.

Debo concentrarme un poco y recordar aspectos importantes de este evento, como la hora en que inició, las canciones más celebradas y si hubo o no un encore. También debí documentarme acerca de las agrupaciones, escuchar sus rolas, bajar sus discos o mínimo leer sobre ellos. Es importante que un cronista sepa aspectos como éstos, pues el lector experimentará un delicado gozo al enterarse que su grupo favorito posee influencias de tal o cual banda, o bien, conservará el texto en el  que se narran esos detalles que para él pasaron un tanto desapercibidos debido a la euforia por la que atravesaba.

Ya me perdí; ah, estaba en lo de la muchachona. Sí, su ramera era blanca con un pumota azul en el frente. Un momento, “ramera” es un término que en México no se utiliza para describir a una camiseta, sino para referirse a una mujer más bien de cascos ligeros. Entonces olviden lo que acabo de escribir. Debí referirme así: “ah, estaba en lo de la muchachona. Sí, su playera era blanca con un pumota azul  en el frente”. Es mejor así, vivimos tiempos de corrección política y cualquier confusión puede ser usada como pretexto por esos radicales grupos feministas que andan echando ojo a todo lo que se publica, máxime si se trata de revistas tan prestigiadas como ésta.

Como traía yo mi cámara fotográfica profesional (una Eos Rebel T2i) y un aparatoso gafete de Revés on Line, la muchachona que les digo se me acercó para preguntarme si era yo del staff de Enjambre o por qué portaba yo cosas que los demás no. Ahí, confieso, es que logré recordar el nombre de la banda estelar, a quien jamás había escuchado antes. Mientras encendía un cigarrillo, le dije a la nena que efectivamente yo pertenecía al staff de Enjambre y que estaba tomándoles fotografías durante toda la gira.

-Mañana estaremos en Coahuila, luego en Monterrey y de ahí nos descolgamos a Estados Unidos.

-¡Qué emocionante, tienes un trabajo envidiable!

En eso estábamos cuando empezaron a tocar, así que la chicuela me tomó de la mano para juntos instalarnos frente al escenario donde ya saludaban los enjambres. Ella se sabía todas las canciones y yo ninguna, así que no tardó en preguntarme por qué no las coreaba.

-Nena, los escucho todas las noches y lo seguiré haciendo…

-Sí, entiendo -dijo, y me plantó un besillo en la mejilla mientras yo apuntaba con mi Rebel hacia los músicos.

Así pasaron algunas canciones para mí desconocidas, que sumadas a un calor del diablo me empezaban a poner de malas. Entonces me apliqué.

-Cariño, ¿no te gustaría conocer a los de Panal?

-¿A quién?

-A los de la banda.

-¿A Enjambre?

-Ah, sí, a Enjambre.

-Puff, moriría porque eso suceda.

-Mira, yo tengo acceso al bar donde se irán de after, pero la cosa es irnos ya, para que nos toque una mesa junto a ellos y podamos cotorrear a gusto.

La palabra “cotorrear” es un poco vieja, en desuso, lo que me hizo lucir anticuado, pero creo que no fue factor para que la ilusa se tragara el cuento.

Abandonamos el brumoso lugar y terminamos en un bar fresísima de Morelia. Le invité algunos tragos, la emborraché, la besé y después le pregunté algo.

-Oye, ¿y quién es el que más te gusta de la banda?

Me dijo el nombre del vocalista y lo memoricé, aunque confieso que para hoy domingo ya lo he olvidado. Pero para llamarlo de una manera, pongamos que se llama Rubén. Esto es necesario para recrear lo que pasó después.

Bailábamos una canción de Thalía cuando fingí que mi celular estaba sonando. Descolgué, tomé a esa chica de la mano y me salí a una terraza del bar fresa.

-¿Rubén? ¿Pues a qué hora piensan llegar, cabrón? ¡No me digas eso! ¿Es en serio? Mmmm, pues ni pex, yo llego al rato al hotel. Bye.

Miré a la morenaza con un halo de resignación y pena.

-Me dice Rubén que el bajista se sintió mal….

-¿Eduardo? -seguramente dijo otro nombre, pero para efectos de esta crónica también ha cambiado de identidad-

-Ajá, algo le ha debido de caer mal, ese man es bien delicado.

-¿Y entonces? -preguntó la princesita.

-Pues… si quieres te llevo al hotel, a lo mejor Rubén sí quiere fiesta, aunque me advirtió que ya estaba cansadísimo.

-Ash, pues entonces ya mejor así hay que dejarle. Oye, ¿me invitas otro wiskie?

El resto de la historia es algo personal. No quiero que se hable mal de esta chica con la que ahora domingo he celebrado el triunfo puma.

Epílogo

-¡Reveco! Son las 11 de la mañana, ¿no se supone que te ibas con los de Enjambre a las 10 para Coahuila?

-Renuncié, cariño, creo que en Morelia he encontrado al amor de mi vida. ¿Me pasas un cigarro, plis?

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