A Antonio Sánchez le podríamos decir el Iñárritu del jazz, solo que como este género no es de grandes audiencias en nuestro país, su nombre fue reconocido a partir de que hizo la música para Birdman, la cinta del Negro que se alzó con varios premios Oscar, excepto el de banda sonora, que ni siquiera fue nominada por criterios extraños de los miembros de la Academia.
Y si el Festival Internacional de Cine de Morelia invitó el año pasado al multipremiado director mexicano, ahora el Festival de Música Miguel Bernal Jiménez hace lo propio trayendo al baterista nacido en la Ciudad de México, y quien emigró en 1991 a Nueva York, pues a su consideración, “si quieres escalar el Monte Everest, pues ve a donde está el Monte Everest”.
Considerado como uno de los mejores compositores y ejecutantes a nivel mundial, Sánchez llegó a Morelia para presentarse con su grupo Migration con todo y su nuevo disco The Meridian Suite, pero antes, habló con la prensa y concedió una entrevista exclusiva para los lectores de Revés Online.
Decíamos que por sus logros, a Sánchez le podemos decir el Iñárritu del jazz, pero eso solo es en el terreno del reconocimiento internacional, pues en lo que se refiere al trato personal, hay un abismo entre los dos mexicanos: uno, el cineasta, es prácticamente inalcanzable, no concede entrevistas personales a la prensa local y huye en cuanto se le toman las últimas fotos. En cambio, el baterista es accesible, te mira a los ojos, agradece por cada entrevista y contesta con paciencia a la tanda de preguntas.
Con una carretada de nominaciones y premios Grammy, a Sánchez no le incomodan estos reconocimientos pero tampoco los glorifica, pues sabe que en esas esferas cuentan muchas cosas más allá del talento de los artistas, “a veces no gana el mejor compositor porque ya ganó el año pasado y ni modo de repetirlo, o a veces gana alguien al que ya le debían un premio… así son los norteamericanos, les encanta premiarse entre ellos”.
-¿Qué fue lo más complicado de componer la música para Birdman?- le preguntamos.
Una de las partes más difíciles es que ellos hicieron las tomas con el baterista que aparece en la película (Nate Smith) antes de que yo hiciera la música, así que cuando tuvimos que coordinar lo que yo iba a hacer con lo que él ejecutó, tuve que aprenderme todos los movimientos, buscar la orquestación ideal para que no hubiera duda de que él era el que tocaba lo que estás escuchando. Alejandro es una persona muy minuciosa y oyendo lo que yo había hecho me decía: “No, es que aún no parece que él sea quien está tocando”, así que tuvimos que repetir hasta lograrlo. Todo lo hicimos en dos días, porque la mayor parte es improvisación, y como es mi especialidad reaccionar a lo que hay en mi entorno, es decir, reaccionar ante lo que ejecutan los demás músicos, pues acá fue parecido, intervenir en las escenas de la película.
La idea original era que el propio Sánchez apareciera en la película, pero su agenda de conciertos no pudo coincidir con el rodaje y recomendó a varios bateristas. “El primero en contestar el mail fue Nate, así que simplemente se quedó para aparecer en escena”.
-¿Cuánto de cine hay en tu música?
Creo que sobre todo la última pieza que hemos compuesto, La suite de los meridianos, es bastante cinemática, por llamarle de alguna forma; tiene muchos colores, muchas atmósferas, detalles que pueden evocar ciertas cosas en el público. Obviamente que uno no le puede decir a la gente qué pensar, pero eso es lo interesante de la música, que cada quien se imagina lo que quiere.
-¿Qué músicos que compongan para cine admiras?
Pues todo lo que hace John Williams lo respeto y disfruto al máximo, ese tipo de orquestaciones me parecen impresionantes, sobre todo porque son cosas que yo no podría hacer. Pero también muchas cosas que ha hecho Hans Zimmer o el propio Trent Reznor; no sé, me gusta tanto el cine que creo que la música es una parte fundamental, algo que puede hacer que la película funcione, o al contrario, que no cuaje del todo.
Antonio Sánchez reconoce que la batería no es el instrumento más mediático, no es considerado el líder, pero sí el que marca la pauta en cualquier agrupación, es el corazón de la banda: “La batería es el instrumento perfecto para mí porque siempre estás participando”, y añade que la energía que lo nutre es la música misma, pues a veces el cuerpo está agotado y solo se activa cuando sucede la magia de tocar en vivo. “La música tiene un poder transformativo brutal, y es mejor cuando la escuchas por placer y no por analizarla. Cuando escucho a Los Beatles o a Stevie Wonder simplemente los disfruto y eso es lo que busco con mi música, que a la gente le agrade, que le guste mucho.
El compositor dice que la deuda que tiene con su abuelo, el actor Ignacio López Tarso, es el haber tenido fe en perseguir una carrera artística. “El solo hecho de verlo hacer lo que él ama, de ver que con esa carrera pudo sacar adelante a una familia, fue la inspiración necesaria para buscar mi propio camino”.
Y del por qué se fue a Estados Unidos, dice que en México no hay montañas como el Everest, en alusión a la escena jazzística en la que quería trabajar, lo que no significa que un músico formado en nuestro país carezca de proyección; “fue una cuestión personal”.
Para terminar, se desmarca de las leyes que imperan en los recitales de música culta, como esa “regla” de que la gente no debe aplaudir entre movimientos. “Eso me parece absurdo, porque los músicos se esfuerzan por ejecutar algo muy complejo, en particular el primer movimiento que suele ser épico y encamina al resto de la obra, y que esté prohibido aplaudir, es horroroso. Por eso yo pido lo contrario, que nos aplaudan todo el tiempo, que chiflen, que griten, que nos contagien de su entusiasmo y nos transmitan energía”.