Por Óscar Quevedo
Relatar la muerte propia. El desconcierto, la rutina de saberse desahuciado. Harold Brodkey se entera a sus sesenta y tres años que tiene sida, después de un libertino y gozoso pasado homosexual mientras vive en calma felicidad con su esposa. Esta salvaje oscuridad (Anagrama, 2001) da cuenta de ese tiempo, donde el autor lejos de caer en el melodrama, ni en recuentos sumarios que busquen expiación, comparte en este libro la soledad del enfermo (aún con la fiel presencia de su esposa) infectado de sida. Toda la amargura y las agrias esperanzas que circulan sobre un cuerpo cargado de químicos y radiación.
Es digno testimonio de un escritor que muere como mejor puede, y nos la muestra como es: necesaria y atemorizante. El encuentro entre las sombras con uno mismo. “Encuentro que el silencio de dios es muy bello, aun cuando está dirigido a mí. Me gusta estar solo, yo y las paredes. Hago lo que hago, pienso lo que pienso, y al diablo con el resto, con el resto de ustedes; de todos modos para mí, ustedes no existen de verdad; son mitos que hay en mi cabeza”