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Festival de Música de Morelia: un balance

En las noches, había un programa de música clásica en el Sistema Michoacano de Radio y Televisión (SMRTV) organizado en ciclos de compositores; antes de iniciar, el conductor leía una breve descripción y un pasaje de la vida del autor, vinculados ambos con la obra a escuchar.

Cuando terminaba la pieza, la sinfonía, la sonata, el concierto, el fragmento de ópera o el lied, el conductor seguía el relato donde lo había dejado, o bien, iniciaba uno nuevo que se relacionaba otra vez con la obra que había concluido. Al siguiente día, era similar el procedimiento, y las semanas se encadenaban y los compositores surgían y desaparecían.

No sé sabiéndolo, pero formaba públicos aquel programa: uno imaginaba el entorno del compositor y, sin darse cuenta, se iba a apropiando de su época; se volvía un personaje más concreto en su mente. Todo ello servía de marco a las obras, que además se enriquecían cuando el locutor leía textos que describían los trabajos y su método.

Una noche, sin embargo, empezó a poner otro tipo de música, algo de corte ‘new age’, a leer biografías de personajes famosos de la cultura pop sin mediar aviso, y perdió parte de lo que había construido con el tiempo. Buscó un punto de apoyo fuera de las obras, en cuestiones ajenas a la propia música y al mundo necesario para entender y apropiarse de la música. Algo más pasó, porque luego volvió a la música clásica ese conductor, pero ya no leía los textos y las obras se quedaron sin marco.

Esto lo escribe alguien sin mucho conocimiento musical, pero al que le parece que un Festival como el de Música de Morelia (FMM) debería presentar programas más compactos, con una relación más estrecha entre jornada y jornada, y entre obra y obra, además de escribir notas más amenas y con una narración más detallada que ubique al espectador no avezado sobre qué detalles debe atender en cada concierto en específico, así obedezcan a la visión y el sentido del propio editor que redacta aquellos comentarios.

Mucho de ese trabajo quizá sea parte del crítico, cuando lo que resalta en la ciudad es que no existe una labor de esta índole en las publicaciones culturales o periodísticas; sin embargo, mucho de ese trabajo toca al FMM, si lo que busca es crear nuevos públicos y extender la música de concierto entre los habitantes de una ciudad de vocación cultural.

No obstante, la sensación del espectador, del asistente que se halla cercano a las artes -pero no así a la música clásica-, es la de no saber orientarse, no hallar un punto de apoyo para leer la obra ni saber ubicarse en el momento en que ésta fue creada, lo que muchas veces responde a la falta de formación -no sólo musical-, cuando no a antipatía para atender a la presentación.

Con todo, un evento como el FMM podría cubrir ese vacío con algo de promoción, con un libro de notas mejor armado, con un páramo de espejos en que unas obras y unos compositores se reflejen los unos a los otros, haciendo visibles la relaciones que los animan y que los conocedores quizá vean pero que el espectador no avezado no puede de inmediato reconocer, ello sin salir del propio mundo de la música.

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Fotos: Cortesía FMM

La música de conciertos es lo primordial en un evento de música clásica, pero queda la duda de si en su afán por ampliar sus alcances y buscar otros públicos, el FMM hace lo mejor al centrarse en cuestiones ajenas, que son lúdicas, es cierto, pero que no parecen añadir nada a Mozart o a Bach, sin tampoco quitarles nada a ellos, claro, aunque quizá sí un poco de lustre al festival, cuando la presentación de un ensamble de zanahorias, pepinos y pimientos comparte escenario con la Cuarta Sinfonía de Brahms; caso no sé si semejante al de dos pianistas que se suben a un ring de lucha libre y que salvo la presentación que hacen, de competir uno contra el otro, no cambia fundamentalmente el que ambos estén ejecutando un repertorio clásico.

¿Por qué no mejor organizar algún certamen de solistas de los propios estudiantes y egresados de la Facultad de Bellas Artes y el Conservatorio más antiguo de América Latina y que las finales tengan verificativo en el FMM, auspiciadas por éste? ¿Por qué no establecer una competición de verdad, que deje al estado y a la ciudad algo más allá de la presentación de unos cuantos músicos virtuosos que están sólo un día al año frente a nosotros?

La XXVII edición del FMM termina con un éxito similar al de otros años, con una cantidad de asistentes parecido al de otras ediciones, pero el programa ha cedido en calidad levemente, sin que por ello deba señalarse al videomapping de la Catedral Metropolitana con música de Miguel Bernal Jiménez, que hace de él un espectáculo monumental en todos los sentidos con todas las de la ley, además de ser para toda la ciudadanía sin distinción.

Antes, uno sentía que la ciudad se saturaba durante semana y media de música, que los conciertos no paraban mañana, tarde y noche; entonces, de unos años a la fecha, el FMM se dividió en tres semanas para colocar en éstas unas tres cuartas partes de lo que colocaba antes un día tras otro, ininterrumpidamente. Será tal vez como ocurrió con el programa del SMRTV, pero algo de continuidad y del propio marco del evento se ha perdido también en esos traslados. Esperemos que el FMM no sólo busque afuera, sino que también dialogue consigo mismo y busque en el mundo en el que ha nacido aquello que necesita para seguir creciendo.

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