Me dan vértigo las alturas, me siento como James Stewart cayendo desde un campanario, como si a mi ex esposa muerta me la hallara caminando por la calle y yo volviera a caer; agreguen que muchas de las canciones del concierto creaban una atmósfera como de Elizabeth Taylor en Súbitamente el verano pasado.
Hasta arriba me enviaron los de prensa, me dijeron: al tercer piso, allá, por las escaleras, todo hasta arriba; no me dieron derecho de réplica, y aunque no le podía ver bien la cara a Romain Leleu, el chico trompetista francés que venía con su Ensamble Convergences a amenizar el rato, los sonidos de su instrumento, más los violines, más la viola, más el chelo y el bajo, sí que llegaban hasta el techo y resonaban. Me hacían sentir que todo daba vueltas.
¿No se irá a caer este barandal? Y entonces miraba hacia abajo y pensaba de nuevo en la película de Hitchcock. Por eso me arranco.
De Antonio “Tom” Carlos Jobim otra versión de Águas de Março, canción de bossa nova utilizada en varias cintas, pero últimamente en Una mirada dentro de la mente de Charles Swan III, comedia olvidable de 2012 con Carlos Estévez en el papel Charlie Sheen. Aplausos por favor.
De Pablo de Sarasate otra versión del Zapateado, ahora no con violín, sino con la trompeta, pieza que formó parte del soundtrack de Honeymoon, de Michael Powell en 1959. Aplausos, aplausos. Romain Leleu se presenta, no puede hablar bien español y la concurrencia ríe. Vuelve a aplaudir. No le veo el rostro, primero por el ángulo, luego por el humo como de fiesta que sale de atrás del escenario, luego porque siento que me voy a caer y recupero la vertical.
De Kurt Weill, Youkali, usada muchas veces en el cine pero a últimas fechas en La fée (El Hada), película de 2011; una tango-habanera para cabaret, pasional y contenida a un tiempo, que sirvió para mostrar las dotes de Leleu y continuar con la cadencia latinoamericana y española con la que había iniciado la tarde. Más aplausos.
De Ryuichi Sakamoto, Talons Aiguilles (Tacones lejanos), ritmo íntimo pero firme (“el género no importa, hay cantantes pequeños, no géneros pequeños”, Plácido Domingo dixit. Se empieza a respirar ambiente de thriller en la sala, de asesinato sentimental. Me voy a caer. Más.
De Joseph Kosma, Les Feuilles Mortes (Las hojas muertas), creada ex profeso para el filme La puerta de la noche (1946, de Marcel Carné) y con letra de Jacques Prévert, aunque habría jurado que era de Paul Verlaine (“Canción de otoño”). El violín al inicio -como música figurativa- ilustra el caer de las hojas y pienso en la caída. Sigue saliendo humo. El público moreliano ya debe tener rojas las manos.
El trompetista hace una pausa, habla, refiere, que la canción previa “es una melodía que me sigue desde mucho tiempo atrás, pero mis inspiraciones no vienen sólo de los compositores del pasado: mi amigo Vincent Peirani nos compuso una pieza, cuatro miniaturas que corresponden a la ideología de este ensamble”. Jajajaja, lanzan los asistentes ante la pronunciación de Leleu.
De Peirani se llama la pequeña suite Random Obsession, que hasta donde sé no es de ninguna película, pero constituye en sí misma un thriller psicológico, o bien la Luna amarga de Roman Polanski, mientras martillean esas palabras que aparecen en el trailer: “Los amantes no saben cuando detenerse”. Aplausos, alguien hace señal para que se callen. Todavía no.
Humo. El segundo pequeño movimiento está más bien imbuido del barroco inglés; el tercero, de una especie de jazz. Esperen, van más de 37 minutos y la gente sigue entrando al Teatro Ocampo. En el cuarto movimiento, el último, una suerte de himno triunfal. Llega el intermedio.
De Ennio Morricone el tema de Cinema Paradiso, del brasileño Jobim de nuevo ahora Chega de saudade, bossa nova al que incluso le hicieron su propia cinta en 2007, dirigida por Laís Bodansky. Vértigo y nostalgia. Aplausos, aplausos, ya casi se acaba.
Leleu habla del repertorio del segundo acto. Sigue de Joaquín Turina La Oración del Torero, una película en sí misma, en el que casi se puede ver al matador rezando antes de salir a la plaza, mientras se escucha ya el pasodoble en la arena. No está Leleu, ha dejado a la viola, los dos violines, el chelo y el contrabajo tomar posesión de la escena. Aplausos merecidos, la mejor pieza de la tarde.
De Luiz Bonfa Manhã de Carnaval, compuesta exclusivamente para la película Orfeo negro (1959) de Marcel Camus; de Astor Piazzolla culmina el programa Fuga y misterio, que no estoy seguro si apareció en alguna cinta. Más aplausos y los músicos se retiran del escenario, luego reingresan y lo ya sabido: dos encores: Hora staccato del rumano Grigoras Dinicu y una pieza desconocida que suena al aria “Ombra mai fu”, de Handel, usada en Las relaciones peligrosas (1988) de Stephen Frears, sólo que sin el ‘castrato’ cantando. Aplausos. Hora y veinte. Nadie se cayó, pese al vértigo. Encienden la luz, podemos bajar de los palomares.