La Presea Miguel Bernal Jiménez le fue entregada a la compositora finlandesa Kaija Saariaho antes de iniciar el programa de música contemporánea del International Contemporary Ensamble, que ejecutó tres obras de estreno para el festival moreliano.
Por Omar Arriaga Garcés
“Es mi primera vez en México, estoy muy contenta y agradecida porque este magnífico ensamble interprete mi música; y mañana tocarán otra obra mía (en el concierto de clausura)”, comentó Saariaho después de recibir de Sergio Vela, director artístico del Festival de Música de Morelia (FMM), la presea del evento.
Rota la retórica de la música contemporánea, la experiencia es siempre sorpresiva. Si la música es el arte que remite más a sí mismo la música contemporánea está por entero al volcada sobre sí; muestra el envés del alma.
“Parece como si (Carlos) Reygadas hubiera escrito esta música”, refirieron en el recital en Thirteen Changes, de Pauline Oliveros, que se estrenaba en México.
Pieza para flauta, violín, viola, violonchelo, piano, percusión y arpa, era como la banda sonora de una película que sólo existía en la mente de los escuchas por el instante en el que los sonidos retumbaban por el aire del Centro Cultural Clavijero.
Claire Chase, directora del International Contemporary Ensamble expresó en un español perfecto que el orden del programa cambiaría a partir de entonces.
Iniciado el también estreno de Drives, de Vasco Mendonça (para violín, violonchelo y piano), una señora no lograba tomar una posición (corporal) propicia para atender la ejecución: colocaba la mejilla en la mano derecha, se agachaba, movía un pie rápidamente, reincorporaba su figura sobre el respaldo de la silla. “¿A usted le gusta esta música? Es algo demente, está demente”.
“Imagine que es la banda sonora de una película que imagina en su cabeza”. “Ya estoy bastante demente como para venir a oír esto”, dijo antes de levantarse del asiento y salir del recinto.
Punto nodal del arte contemporáneo: su lenguaje no remite más que a sí mismo y cada signo va en pos del absoluto; desprendidos de cualquier objeto al cual aludir, los sonidos son pura alegoría de sí, significado y significante en sí mismos. Lo único que existe es la vibración en ese momento y lo que genere en quien la escucha.
El tercer estreno Parábola, del brasileño Felipe Lara, suscitó opiniones como la siguiente durante el intermedio: “no me gustó la obra en que la directora (Chase) estornudaba sobre la flauta, no le entendí”.
Nathan Davis, el percusionista del ensamble, acompañado de una pista con efectos electrónicos, interpretó Six Japanese Gardens, de la finesa Saariaho, una de las obras más interesantes de la noche.
Primer jardín
No adentrados del todo en la obra y por tratar de describir la sensación, recuerda a esos caminantes que suben al Tibet con platillos metálicos y un pequeño tambor al que dos bolitas amartillan.
Segundo jardín
Jardín budista, cánticos rituales
Tercer jardín
Jardín de destiempos, guerreros danzando en torno a una hoguera
Cuarto jardín
Jardín minimalista, templo japonés; los viandantes llegaron al recinto
Quinto jardín
Jardín inmenso, pequeños puntos de luz en la noche; todo esta obscuro pero las velas y las luciérnagas iluminan esporádicamente la escena
Sexto y último jardín
Promesa en el jardín del templo. Antes de salir a la batalla, cualquier batalla por pequeña que sea, antes del amanecer, el guerrero hace una promesa aun cubierto por las sombras y pide no morir al día siguiente, cuando vea la luz.
Nota del editor
En el intermedio del concierto, quien firma esta nota y su fotógrafo (que olvidó su cámara en casa, ja) optaron por retirarse del Clavijero. Era demasiada música atonal y experimental para un viernes por la noche. El firmante llegó a casa temprano, y su «fotógrafo» se refugió en un antro no apto para su edad ni para sus gustos musicales.