Revés Online

Kike Ferrari presenta: Un paso atrás

El argentino Kike Ferrari (Buenos Aires, 1972) no es un escritor común: trabaja por las noches como limpiador en el metro de su ciudad natal, y en sus tiempos libres escribe y lo hace tan bien que ha ganado reconocimientos como el Premio Casa de las Américas, el tercer lugar del Premio del Fondo Nacional de las Artes 2008 y la Mejor Ópera Prima en la Semana Negra de Gijón.

Al diario El País le dijo que se consideraba «una suerte de Hemingway sudamericano», y es que lejos de la pose de un escritor clasemediero, Ferrari ha sido de todo: panadero, fletero, electricista, taxista, vendedor de seguros, de jubilaciones y de celulares.

Su trabajo —que incluye cinco novelas, un libro de ensayos y dos de relatos— ha sido publicado en Argentina, México, España, Francia e Italia. Su obra más reciente es el libro de cuentos Nadie es Inocente (2017) editado en nuestro país por Nitro Press, y con su autorización, les dejamos el cuento «Un paso atrás».

Si quieren comprar el libro, dense una vuelta por la tienda virtual de Nitro.

 

UN PASO ATRÁS

It all comes down to what you

had and what you lost.

Ellroy

 

Round uno

Una cuadra antes, cuando una paloma le cagó la solapa del saco azul, el Oso Villagra supo que iba a ser un día de mierda.

Ahora levanta la vista al pedazo de cielo plomizo que el enjambre de edificios deja ver y maldice por lo bajo. A su suerte, a Peralta, a las palomas y a la puta madre que lo parió.

Después sigue caminando hasta la esquina mientras, con un pañuelo sucio que encuentra en un bolsillo del pantalón, intenta limpiarse la solapa. Pero sólo consigue un enchastre peor, una condecoración entre verde y amarilla construida con mierda de pájaro y mocos viejos.

Apenas enfila por Morelos, ve al grandote en la puerta.

Nuevo, piensa mientras se acerca.

—Vengo a ver al Señor Peralta —dice.

—Vos debés ser Villagra, te están esperando.

Debés ser, repite el Oso, contento de haber acertado y de que el grandote sea nuevo. En este laburo, piensa, reconocer la forma de caminar, de pararse, la silueta de un cuerpo a la distancia, es más importante que recordar las caras.

—Pasá —dice el grandote, abriendo la puerta y haciéndole lugar.

Y una vez que pasan:

—Las manos, por favor.

El Oso levanta los brazos y se deja palpar mirando para otro lado, como si no le importara. Conoce las reglas.

—Listo —dice el grandote—; pasá, creo que tienen trabajo para vos.

—¿Ah, sí? Vos sos nuevo, ¿no?

—Hace menos de un mes que estoy.

—Bueno, tendrías que hablar menos, pibe —sugiriere el Oso antes de seguir camino. Y no escucha al grandote que a sus espaldas murmura sí, justo vos me venís a dar consejos.

Cuando pasa junto al busto del General y después de persignarse, el Oso se besa dos dedos de la mano derecha y los apoya en la sonrisa de bronce. Después duda ante las escaleras, pero decide subir por el ascensor. Son tres pisos.

Estamos viejos, piensa mientras espera.

Una vez en el ascensor se mira en el espejo. Los bigotes encanecidos, las bolsas bajo los ojos. La mancha de mierda y mocos en la solapa.

Qué cagada, piensa.

Awards

Round dos

Entra sin llamar, ya con el saco en la mano. Mabel lee una revista de chimentos.

—Hola, Rubia.

—¿Qué hacés, Oso? —contesta Mabel, sin dejar de leer.

—Lindo muñeco pusieron en la puerta, eh.

Ahora sí lo mira. Hace una mueca que puede querer decir sí o no o a mí qué me importa.

—¿Cómo estás vos? ¿Cómo anda todo por acá? —pregunta el Oso prendiendo un cigarrillo.

—Bien. Qué sé yo. Aburrida. Acá no pasa nunca nada.

Nunca nada, piensa el Oso. Paladea el humo.

Nunca.

Nada.

—¿Está? —pregunta.

—Sí, ya te anuncio. Apagá eso, ¿querés?

—¿Vos también, Rubia?

Ella se encoje de hombros y vuelve a la revista. El Oso se sienta en uno de los sillones, justo frente a la fotografía en la que el hombre de bigotes, sonriente, sostiene el paraguas en alto.

Qué épocas, piensa. Y apaga el cigarrillo.

Mabel termina lo que estaba leyendo y se arregla un poco el cabello antes de ir a anunciarlo. Tiene una pollera gris.

Se le está viniendo abajo el culo, piensa el Oso, todos nos estamos viniendo abajo.

Mabel vuelve enseguida.

—Dice que pases.

Awards

Round tres

—Bueno, contame.

Peralta siempre empieza así. No importa si él te llamó, si él es el que tiene algo que decirte, ni las putas ganas que tengas de estar ahí: contame.

—No, mucho, jefe, lo de siempre. Los chicos en la escuela, la nena ya termina la secundaria…

—Victorita…

—Sí, la Vicki. Y el pibe, Juancito, ya está en segundo. Terminamos de construir el quincho. Eso. Todo tranquilo, gracias a Dios.

—Bueno, mejor así, Oso, mejor así. Qué grande, Juancito, segundo año… ¡Que lo parió, cómo pasa el tiempo! Y Victoria, che, parece mentira… Menos mal, Oso, que te salieron derechos… Con tanta falopa, tanta porquería, dando vuelta… Pero ellos estudian, ayudan en tu casa, la piba que hace danza en la escuela de Castelar, Juancito que sigue con la barrita de amigos del barrio y jugando al pool en lo del Poyo… Pibes sanos, una tranquilidad para vos y para tu jermu, que ya bastante tiene con sus viejos…

El Oso se tensa en la silla. A Peralta siempre le gusta dar vueltas, hablar de boludeces antes de entrar en tema, pero no entiende a qué viene esta conversación.

—Por acá, en cambio, las cosas están más bien complicadas —dice Peralta y le señala con el mentón el diario doblado sobre el escritorio—. Entre el quilombo con el Grupo y el pibe ese que se cargó la gente de García; los medios, los jueces, todos tienen un ojo puesto encima nuestro todo el tiempo.

El Oso no dice nada. Mira el diario. Trata de que no se le escape ni un gesto. La puta que lo parió. Creyó que se lo iban a dejar pasar. Fue un accidente. Y además la macana fue más de Riccardi que suya. Él prefiere laburar solo, Peralta ya lo sabía.

—No nos podemos equivocar así, Oso, ahora estamos en la tapa de los diarios…

—Jefe —intenta el Oso, pero Peralta sigue como si no lo hubiese escuchado o acaso no lo escucha.

—Pero no es de eso de lo que te quería hablar. ¿Querés un café? El tema son las vacaciones.

Hay un paréntesis mientras esperan el café. O eso cree el Oso. Con Peralta nunca se sabe, piensa.

Hablan de boxeo.

—¿Te acordás de Martillo Roldán?

—Cómo no me voy a acordar, jefe. Era una aplanadora, tiraba paredes con esa piña.

—Sí, pero era un mal definidor, Oso. Y es porque no sabía dar el paso atrás, tomarse unos segundos para pensar, apuntar y golpear firme y claro. Acordate de la pelea con Hearns.

Llega Mabel con los cafés.

El Oso piensa en la pelea Hearns–Roldán. La Cobra de Detroit contra el Martillo de Freire. Iba poco menos de un minuto del tercero cuando Martillo lo encontró con una zurda en la pera. Hearns trastabilló, con la mirada extraviada y las piernas flojas, pero en la desesperación por liquidarlo Roldán se abalanzó y entonces el yanki pudo trabarlo. En el round siguiente el que colocó las manos fue la Cobra. Quien sí dio un paso atrás, sí pensó, sí lo liquidó. Dos derechas a la sien y a cobrar.

—Una de azúcar, ¿no, Oso?

—Olvidate, Mabel —dice riendo Peralta—, ¿sabés lo que es la mujer del Oso? Una máquina, la Rita. Y no para, eh. La casa, los pibes, un par de veces por semana va a ver a los viejos a Ramos y todavía le queda tiempo para ir al gimnasio ese de 25 de Mayo… Además es una profesional, licenciada o algo. No, un infierno, la Rita, créeme.

Mabel resopla. No pensarán que me quiero coger al Oso, piensa. Sonríe, negando con la cabeza. Y se va.

Awards

Round cuatro

—Después de que se retiró —sigue Peralta—, Roldán se puso gordo como un cerdo. Nunca pudo ser campeón del mundo, Oso. Pero es el tipo más feliz del mundo, se reconcilió con su familia, vive en el campo, siempre anda de cacería y asado con los amigos. Eso debe ser vida, ¿o no?…

—Linda vida…

—¿Hace mucho que no vas a cazar, Oso?

—Uf, bastante. Más de un año debe hacer.

—Pero seguís teniendo el campito, allá en Lobos.

—Sí, lo que pasa es que la última vez tuvimos un accidente…

—Sí, me enteré, al otro muchacho se le disparó una escopeta…

—Mi cuñado. No pasó nada, igual, fue más el susto.

—¿Y de esa vez no fuiste más?

—Y, no. Las mujeres quedaron asustadas. Justo estaba la familia. Mala suerte. Yo suelo ir solo a Lobos, a lo sumo con mi cuñado, porque no me gusta que haya nadie alrededor cuando estoy cazando. Pero justo esa vez habíamos ido con la familia. Y los chicos se asustaron bastante y las mujeres se pusieron como locas: que es un peligro, que un día se van a matar…

—Es que hay que preservar a la familia, Oso, y hay que tener cuidado con los accidentes —dice Peralta terminando el café y levantando el diario del escritorio— o terminamos escrachados en primera plana…

—Jefe —intenta el Oso por segunda vez, pero Peralta vuelve a interrumpirlo.

—Me voy a ir de vacaciones, Oso, y hay algunas cosas que me gustaría que estuvieran resueltas cuando vuelva.

Hace una pausa, Peralta, se pasa las manos por la cara, con un gesto de cansancio, pero enseguida deshace el gesto con una sonrisa.

—Ya sabés cómo es: primero la Patria, después el Movimiento, por último los hombres. Pero para que el Movimiento funcione por la Patria, los hombres tenemos que estar frescos.

El Oso asiente. Sigue esperando instrucciones.

—Tomate unos días vos también. Desenchufate de todo: del laburo, de la familia, de todo. Andate a Lobos, solo. Dedicate a cazar, a pensar. Tenemos que dar un paso atrás, Oso, el paso atrás de Hearns, ¿me entendés?… —dice Peralta y se levanta.

Es obvio que la reunión terminó. Se estrechan las manos. Peralta vuelve a sentarse y a mirar el diario sobre el escritorio.

—Cuando salgas, decile a Mabel que lo llame a Riccardi, haceme el favor.

—Sí, cómo no —responde el Oso.

Da unos pasos hacia la puerta y se vuelve.

—Perdone, jefe, pero cuando me llamó creí entender que tenía un trabajo para mí…

 Peralta levanta la vista. Hay en su cara un gesto de asombro genuino.

—Ay, Oso, en serio estás jodido… ¿No entendiste nada de lo que te dije? —hace una pausa y después dice remarcando cada palabra—: Andate a cazar. Solo. Acordate que acá queda tu familia. Y hacelo parecer un accidente.

Salir de la versión móvil