Aunque el patio central ubicado en la sede oficial del Ayuntamiento no se llenó como lo hubieran esperado, el recibimiento a la propuesta de Serguey Kossiak y Mario Quiroz fue tan positiva que al final brindaron el obligado score, y es que durante casi una hora los músicos combinaron cuerdas y teclados para sumar otro recital dentro del Festival de Música de Morelia en su edición número 18.
Pero comencemos desde el inicio, cuando se interpretó la Sonata Nöel para violín y piano, de Domingo Lobato, lo que predestinaba un repertorio contemporáneo si tomamos en cuenta que este compositor nacido en Morelia tuvo su mayor auge entre mediados y finales del siglo pasado, periodo en el que experimentó con estilos que fueron del impresionista al nacionalista. De esta pieza resalta su carácter sacro, con cuatro movimientos que inician con un Adviento y terminan con el Final Festivo.
Para hacer una conexión histórica y estilística, el dueto brindó tributo al inspirador de este festival cuando ejecutaron las Tres danzas tarascas para violín y piano, de Miguel Bernal Jiménez, amigo de Lobato, ambos caracterizados por un sello ecléctico que los alejó en su momento de expresiones visiblemente nacionalistas.
Para que la tarde no se quedara solo en la ejecución de obras ajenas, el dueto dio rienda a la Suite 1 de la ópera “Balmori”, original del propio Mario Quiroz, egresado del Conservatorio de Rotterdam y cuyo currículum indica que ha colaborado con la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez. Se trata de una reivindicación de las raíces mexicanas del autor sin renunciar a sus viajes, toda vez que violín y piano se conjuntan para que a través de cinco movimientos el público se dé un festín que ronda por el pasodoble, la polka, la pirekua, la mazurka y el tango.
A diferencia de otros conciertos, como ya se ha narrado en este mismo portal, los asistentes al Palacio se vieron bien educados en esta ocasión, pues ni celulares molestos ni aplausos a destiempo interrumpieron la propuesta del violinista de origen ruso y su amigo el mexicano.
Terminaron con Tesellata tacambarensia No. 6 para violín, piano, maracas y clave, del alemán Gerhart Muench, un casi mítico pianista nacido en Múnich que posteriormente emigró a Estados Unidos, donde, se dice, trabajó como peón antes de hacerse de amigos como Ezra Pound, Ernst Jünger, Aldous Huxley, Henry Miller y Jean Cocteau. Ya reconocido como un genio llegó a México donde conoció al propio Bernal Jiménez y enamorado de Michoacán decidió establecer su residencia en Tacámbaro, lugar donde vivió para el resto de sus días.
Aunque la incorporación de maracas podría dar pie a pensar en una pieza más alegre, lo cierto que este tributo a Tacámbaro es más bien experimental, por momentos atonal, pero con todo y eso no defraudó a los asistentes que vitorearon a los ejecutantes, quienes así concluían un paseo por los sonidos grandes maestros michoacanos, ya fueran nativos o adoptados.