Comencemos enterrando una cosa: La Casa de las Flores no es una telenovela, no al menos como las miles de telenovelas producidas por Televisa, tampoco como las pretenciosas y malas telenovelas de Argos o las fallidas de TV Azteca. Como bien lo dice el crítico Alonso Díaz de la Vega, esta producción de Netflix tiene más elementos cinematográficos que televisivos, carece de elementos como el uso de varias cámaras, la edición simplista y el drama ordinario. Es una buena producción, con mucho dinero de por medio y un elenco actoral que mezcla, eso sí, a la exreina telenovelera con histriones de moda y la actriz fetiche del joven director Manolo Caro: Cecilia Suárez.
Manolo Caro es un fan de Pedro Almodóvar, tan fan, que hace películas y ahora una serie con todo el universo del manchego. En La Casa de las Flores hay una matriarca (Virginia de la Mora, por Verónica Castro) que comanda una familia perfecta, exitosa y millonaria, pero un suicidio en plena fiesta irá desencadenando el colapso de padres e hijos acostumbrados a mentir sin que pase nada. La narración de la trama la llevará la voz de quien acaba de morir, lo que ya de entrada nos remite a Desperate Housewives (con todo y la vecina entrometida). ¿No pudo el también guionista de la serie encontrar un recurso más original?
Después vendrán planteamientos que parecieran del siglo pasado: ¿en serio una señora fresa de Las Lomas se asusta cuando la hija que vive en Estados Unidos (Elena de la Mora, Aislinn Derbez) le presenta a su novio negro?
Tenemos también a un hijo bisexual medio torpe (Julián de la Mora, Darío Yazbek Bernal), que de pronto pareciera el clásico Javi Noble-Chava Iglesias, aunque lo alcanzan a salvar con ciertos rasgos de sobriedad. El trío de hermanos lo completa Paulina de la Mora, a cargo de Cecilia Suárez, quien deja de lado su entonación de labios entrecerrados para dar vida al personaje más polémico dada su desesperante forma de hablar, una lentitud expresiva supuestamente como consecuencia de su adicción al tafil. Dicho rasgo ha dividido las opiniones de quienes ya vieron la serie, algunos la aman, y otros la detestamos; en lo particular me parece uno de esos personajes cercanos a Doña Lucha, pero fresa, de las Lomas y no de la Guerrero. Pero eso le parece muy chistoso a muchos, ni hablar.
¿Más personajes al estilo Almodóvar? Cómo no, ahí está el exesposo de Paulina, quien se hizo mujer, se largó a España y ahora regresa porque la familia lo necesita dado su prestigio como abogado, aunque cuando llega la escena para demostrarlo, las líneas son tan pobres que un leguleyo de verdad se sentirá decepcionado. Manolo Caro se complace con la forma, con el travesti rubio, pero le da hueva escribir un buen guion para darle fortaleza. ¿Hace reír esta comedia negra? Más o menos, o depende del sentido del humor de cada quién. Diálogos como los de Paulina con su padre preso son acertados, lo mismo que ver a la Verónica Castro de nuestras mamás fumando mota y justificándose porque “está libre de sangre”.
Con más travestis disfrazados de Yuri y Gloria Trevi, con la presencia del Luis Miguel adolescente de la otra serie viral, y con una crítica a la burguesía mexicana, además de burlas a los argumentos de la telenovela clásica, La Casa de las Flores es un producto mediano de entretenimiento, una serie más preocupada por la puesta en escena que por la coherencia del guion, pero eso sí, es infinitamente superior al peor bodrio de Netflix en su corta historia: Ingobernable, un insulto hasta para quienes disfrutan los insufribles culebrones de Televisa.