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La deuda


Diana Ferreyra

Sabía que debía pagar la deuda aunque fuera costosa, por culpa de su hermano. Estaba en un espacio enorme donde antes se peleaban los hombres, incluso con los leones, hasta que el Emperador decía sigue vivo o a darle cuello, mientras las personas los admiraban. Ahora le tocaba allí pero no iba a pelear con nadie sino le iban a cobrar. Le empezaron a cuestionar por qué no detuvo a su hermano, por qué estaba a su favor, qué sentía al dividir a la tierra del cielo. Éste no respondía, solo recibía los escupitajos.

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Cuando vieron que ya no ponía de su parte, decidieron darle su merecido y también enseñarle que su propio caballo podía traicionarlo. Al principio el potro se percató de los planes, por ser un enviado del cielo, y les daba cabezazos. Era un pura sangre, de linaje persa azabache, por eso los podía derribar, pero era tan temeroso como un caballo mortal y le echaron ceniza a sus pezuñas que pronto comenzó a correr, sin percatarse que se llevaba entre las patas a su dueño.

Le picaba el fuego que llevaba. El humo cobraba vida, hasta convertirse en sombras que lo perseguían. A su amo lo arrastraba. Los brazos le quemaban, las piernas también. Pasaron por donde los gladiadores cortaban sus cabezas, usaban una espada por miedo a morir, o por su honor. El caballo no se percataba de las manchas que había en el piso, como testimonio de las batallas, ni tampoco de los huesos que quedaban. Él corría, corría y corría. La primera vuelta fue en el transcurso del sol; la segunda era con la llegada de la luna y la tercera con la aparición de las estrellas. Siendo pura sangre, lo seguían los espectros del fuego, lo seguía su amo entre las patas.

Cuando estaba durmiendo la luna, una voz le hablaba. Era uno parecido a él pero con un plumaje denso, brillante: parecía que Febo lo iluminaba. Le dijo que estaba destruyendo a su amo, que lo iba a romper. Él dijo que no sabía dónde estaba su amo, pues los fantasmas lo seguían. “Está detrás de ti: deja de ver a los espectros que juegan contigo. El fuego es del cielo, no de los mortales”.

Pronto se detuvo. Volteó a ver su amo y descubrió que la voz le dijo la verdad: estaba destruido. Sintió que en el cielo lo iban a castigar por no defenderlo, por haberlo herido, por permitir tanto dolor. Se inclinó y esperó a que el tiempo le entregara la nueva deuda que debía pagar durante el transcurrir de los años hasta quedarse como una figura de arcilla sin que nadie lo recordara en los próximos siglos.

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Diana Ferreyra (1990) nació en Morelia, Michoacán. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas y estudiante de la maestría en Historia, de la UMSNH. Ha sido publicada en revistas nacionales, como Radiador MagazineSalvo el Crepúsculo y Punto de Partida, e internacionales, Narrativas (España) y Hontanar (Australia); y antalogada en libros como Pereza (2013), La ciudad de los poetas (2013), Dulces batallas que nos animan la noche (2011), entre otros libros.

 

 

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