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La mujer de mis sueños: el mudo que no lo era

Hotel mudo

TERCERA PARTE

Por Jorge Leonardo

-Si no quieres tomar fotografías, entonces ve a comer, no sé si quieras autógrafos o algo -dijo el director de la película con cierto aire de desdén, luego de haberme negado mi única oportunidad para reencontrarme con Julieta.

Llamó a Esthela y continuó tomando fotos.

Me senté en un sillón sinuoso y el Mudo se acercó a mí. Me hizo una seña con la cabeza, pero la decepción ya me había consumido. No se me ocurría otra forma de conseguir información, me estaba resignando a que Julieta habitara únicamente en mis recuerdos, a que esas piernas largas solo pudieran aparecer en mis más profundos sueños. El Mudo volvió a hacerme una seña y luego con el dedo pulgar apuntó hacia el balcón. Todavía seguía en toalla. Lo seguí. Abrió la cortina de vidrio. El director ni caso nos hizo.

-Oye, perdón por lo de antes, Sergio me dijo…

-Ni hablar, manix, no pasa na.

El gigante habló con una voz aguda, muy aguda, bien lo pudiese haber confundido con un castrati si no fuera porque previamente vi sus huevos del tamaño de pelotas de tenis.

Ahora yo era el mudo.

-Mira –continuó con su reducida y hormonal voz-, escuché lo que le dijiste a Fershi… sé de quién hablas.

Me emocioné cuando entendí a qué se refería. Me aceleré a preguntar, casi por confirmación innecesaria.

-¿De verdad?

-Sí, yo grabé con ella. Es de otro mundo, y no solo eso, es muy sensible, lo mejor fue la plática.

-¿Fueron algo?…

-Nada de eso, manix, no soy buga… no te conozco, pero me das una vibra diferente, no eres como los chaqueteros que vienen aquí a tomarse fotos con las chicas. Por ahora solo puedo darte su correo, lo que hagas con él es cosa tuya.

-¿De verdad? –volví a las preguntas estúpidas.

-Claro que no se llama Julieta, ese es su nombre de actriz.

-Lo imaginé.

-Es Graciela, toda una intelectual, creo que estudió Letras… va a estar un rato más en México, luego se va al Paso.

Me pidió mi teléfono en el bloc de notas y anotó un correo.

-Muchas gracias, Mudo.

-Soy Andrés, pero nadie sabe que hablo, y así quiero que siga.

El hombre se cuadró y lo vi más enorme que antes.

-Pues, creo que con esto es suficiente, los dejo trabajar -dije.

Me di la vuelta, pero apenas lo hice y sentí una enorme mano callosa.

-Oye… ¿aún tendrás la pastilla?

Asentí. Me esculqué los bolsillos y ahí encontré la laminita ya corrugada. El hombre tomó la pastilla y la tragó.

Salí del hotel sin despedirme, ¿quién necesitaba eso de mí? Solamente salí y empecé a maquilar un plan. Estaba cada vez más cerca, y sin embargo el plan iba surgiendo conforme iba obteniendo más información. No sabía cómo llamarle sin que se asustara, no sabía qué haría si me decía que no, o peor, si me decía que sí. ¿Cómo podría llevar una conversación?

Me senté en una banca de un parque cercano. Saqué mi teléfono y entré a mi e-mail. Presioné en el botón con el símbolo de “más” y comencé a redactar.

Estimada señorita Graciela:

Con el gusto de saludarla, y esperando se encuentre bien, tanto en sentido físico como mental…

Paré de escribir, leí lo que llevaba y dudé. Borré el mensaje. Volví a teclear.

Estimada Graciela:

Es un placer para mí enviarle esta misiva con el objetivo de solicitarle una entrevista para El redactor+, el medio digital para el cual trabajo, pues tengo un amplio interés en conocerla y hablar sobre el personaje “Julieta”, el cual ha creado y ha tenido bastante interés para los internautas.

Esperando obtener una respuesta favorable, le deseo tenga una excelente tarde.

Respiré profundamente, luego bajé el teléfono. ¿El redactor+? No suena a un medio que llame la atención. Ni siquiera se me ocurrió crear un correo electrónico falso para enviar el mensaje, ella sabría mi nombre incluso antes de que yo se lo dijera. Puede que sospeche de la formalidad con la que escribí el correo, es probable también que sea de esas personas que ignoran su bandeja de entrada por meses, o hasta años.

Me levanté. Sentía el hueco en el estómago característico de tener hambre, pero no contar con apetito. Compré un par de tacos de canasta, y dos huevos cocidos. Impregné de sal los blanquillos y pensé en el gigante diciéndome “es una intelectual”, su voz era tímida en el video, imaginé a Julieta desprendiéndose del antifaz frente a mí.

Un correo en mi bandeja de entrada me sorprendió mientras le ponía salsa verde a un taco de chicharrón que ya tenía salsa roja.

Lo abrí.

A quien corresponda:

Estimado(a) comunicólogo(a), con el placer de saludarlo(a), le envío un tabulador con los precios actualizados para medios:

Entrevista para medio escrito——$600

Entrevista para podcast de no más de 15 minutos—-$800

Entrevista para podcast de menos de una hora—–$1000

Entrevista para medio audiovisual——-$1600

Los precios no incluyen una sesión de fotos publicitarias, por estos serán $200 más.

 

Aún tenía 2 mil pesos guardados en la tarjeta de débito, más los 300 en efectivo que cuidaba como Portillo al peso.

Contesté el correo que obviamente era un machote que utilizaba, lo que me llamó la atención fue que no había encontrado nada de información sobre Julieta, quizá nadie daba un peso por conocerla, quizá por ello cobraba, pedí el paquete de medio escrito.

Pronto me respondió para citarme en un café al día siguiente. Tendría que quedar un día más, buscar algún hostal suficientemente barato, pero suficientemente seguro. El cielo se empezaba a poner anaranjado. El día siguiente sería domingo, y el lunes tendría que regresar a casa para trabajar, así, debía comprar el boleto para el domingo en la noche.

LEE AQUI EL SEGUNDO CAPÍTULO

Esthela estaba desnuda

 

Foto: Flickr/Gerard Stolk

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