¿Cuántas veces te pasa que en una junta de trabajo se dirigen a tus compañeros hombres y tu pasas solo por acompañante, o en un restaurante el mesero solamente se dirige a tu amigo o novio para preguntarle si se le ofrece algo al “caballero”? Es verdad que vivimos en un país que acepta la igualdad de las personas sin importar el sexo, pero no es el mismo caso en cuanto a igualdad de género, esas formas preconcebidas que la sociedad otorga es de donde parten la mayoría de las formas de discriminación.
Aunque se supone que somos seres libres con poder de decisión, este status a la hora de la práctica no está del todo reflejado en la sociedad, en la que muchas veces las mujeres tenemos menos influencia u opinión; desde el núcleo familiar hasta nuestro entorno laboral.
Es probable que estemos viviendo un parteaguas en cuanto a la manera en la que estos temas se socializan y se enfrentan, vivimos una época en la que parece que las generaciones están inmersas en la virtualidad y la tecnología, pero también es un momento en el que hay más acceso a la información, lo que supone poder generar reflexiones antes impensables.
Por eso, actualmente se pueden provocar diálogos acerca de las actitudes y los actos que lastiman de manera sistemática la integridad de la mujer, a la vez que pueden hacerse más visibles los estereotipos que nos separan.
México en su historia quizá no tenga un momento ideal para repensar las violencias hacia la mujer, discutir las masculinidades y enfrentar las diferencias de género, pero podemos estar construyéndolo justo en este momento, y no bajo extremos que a nadie benefician, porque la violencia desde cualquier trinchera no es la respuesta.
Desgraciadamente, hay un gran trecho por recorrer aún, pero nunca estará demás seguir intentándolo para modificar esa realidad en donde nos encaramos al menoscabo, incluso disfrazado de buena educación, al igual que a los estereotipos que dictan que por ser mujer tienes tal o cual rol dentro de lo laboral, lo familiar y aún con los amigos; ya no digamos en la calle, donde ciertas actitudes preservadas hieren nuestra integridad, nuestras emociones.
Es innegable que vivimos en una sociedad patriarcal que si bien ha disminuido ciertas potencialidades de las mujeres, no ha hecho mella en sus capacidades. Pero quizá sean pertinentes algunas preguntas ¿Qué tanto contribuimos a la resistencia del cambio? ¿Qué tan peligroso puede ser lo que decimos? Es una puta, se pone borracha y afloja, esa vieja se metió con él, yo solo quiero que él me quiera, lo único que quiero es que se case conmigo, quiero que la deje, los niños no lavan los trastes, eso es cosa de niñas, deja que tu hermana lo haga, rosita porque es niña, etc.
El feminismo no es un movimiento que busque erradicar a los hombres, busca la equidad de género, y la reversión de conceptos de masculinidad que ya no aportan nada a nuestra realidad. Vivimos un tiempo en el mundo en el que podemos ver claramente que no todo tiene que ser negro o blanco, en el que las luchas unidas se convierten en resultados tangibles, en el que necesitamos escucharnos, proponer, reflexionar y retroalimentarnos.
Crecemos obligados a adoptar los roles de género desde la familia, la escuela, el trabajo, la pareja, pero podemos reaprender y darle los verdaderos rasgos fundamentales a nuestra identidad personal, partir de ahí para generar nuevos y mejores valores que no permitan castigar a las mujeres solo por serlo.
Es necesario poner las cosas en verdadera perspectiva, porque a pesar de levantar la voz y de los movimientos feministas, la violencia hacia la mujer está lejos de erradicarse.
Tal vez sea el momento ideal para mirar con ojos diferentes y no apropiarnos discursos que están lejos de nuestro entorno, sino conseguir los propios y admitir que sí, la violencia es un problema social que afecta a las personas sin importar el género, pero que cuando el género es “el problema” causante de esta violencia, entonces no podemos cerrar los ojos, porque se vuelve un problema de todos. No importa el ámbito en el que nos encontremos, siempre generemos espacios donde podamos reflexionar, charlar, entender, y a partir de ahí provocar verdaderos cambios en nuestro entorno.
Tal como es el caso de Zigzag Minifestival de enfoques y expectativas de género en el cine, un proyecto impulsado por tres creadoras: Anna Soler, Sunya Madrigal e Inés Da Luz, quienes buscan involucrar a la sociedad en este tipo de reflexiones a través de las expresiones artísticas y culturales, como es el cine y el perfomance. Además se adhieren al evento otros creadores como Kathia Tovar, Isela Mora, Tsade Trigo, entre varios más.
Siempre será bueno encontrar la manera de acercarnos a estas iniciativas y mucho más cuando involucran las cosas que más nos apasionan, además poder aterrizar estas reflexiones en nuestro entorno más cercano, como es la cultura. Así que sin miedo participemos, abramos nuestros sentidos y nuestra mente para ayudar a ese cambio que necesitamos con urgencia.
*Ilustración de Iurhi Peña