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La rubia de los orgasmos (de 100 dólares)

La puerta de enfrente, de Ramón Lara (Unicach. Colección Boca del Cielo, 2010)

Por Francisco Valenzuela

Manzy Gregory está enamorado de una bailarina rubia y exótica, de esas de las que todos nos hemos enamorado la primera vez que vamos a un oscuro y enigmático teibol. Vive con su madre pero extraña mucho al abuelo, al que le escribe cartas sin la esperanza de recibir contestación. Se queja de su madre, dice que está loca, que es como un fantasma que vaga por la vieja casona y que se pelea con el sol por calentar tanto, “de puto no lo bajaba, abuelo”, le confiesa a lo que se supone es el alma del anciano.

Manzy, adolescente mental hasta el hartazgo, sueña con que su rubia, de nombre Bertha, deje el oficio y se vaya con él para formar una bonita familia, pero mientras eso pasa, se resigna para que tan sólo sea un personaje de ficción ante los ojos de Clara, su madre, la que se pelea con el sol, la que le busca un empleo en las hojas del periódico, la que ya piensa que su hijo es un inepto que sólo sabe escribir cuentitos.

Difícil que el protagonista acceda a la rubia puta si hasta en los cuentos la dibuja como un ser inalcanzable, “…al verla completa, majestuosa, imponente, no me atrevo”. Y eso que apenas es una ramera más de Palenque, en cuyas calles convive con payasos, tragafuegos, los de la bolita, la banda y los fayuqueros; las mismas calles que merodean a El Renacimiento, un prostíbulo “con tradición”.

Manzy no se atreve a más, pero ni por equivocación le pasa descartar a esa primera mujer por la que se ha liado a golpes, esa que desde los 14 ya era una lindura, pleito de los perros que la perseguían, “devastadora de ilusiones y enterradora de hombres”.

Esta ágil novela de Ramón Lara, editada por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, cuenta una historia sencilla y con toques campiranos que dejan al lector la decisión de tocar el hombro del protagonista como símbolo inequívoco de consuelo, o bien, de buscar a la rubia oxigenada en el teibol de El Renacimiento y provocarle un orgasmo (fingido o no) a costa de 100 dólares.

A fin de cuentas, en los tiempos que corren a nadie le incomoda que ciertas mujeres de buenas caderas aseguren que “los hombres no son capaces de dar amor; sólo dinero… y si lo tienen”.

Si quieres leer más de Ramón Lara, síguelo en su blog

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