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La Sinfónica de Xalapa vs el pop de Belanova

Mientras la banda jalisciense Belanova se aprestaba a amenizar en San Francisco con cuatro canciones, la orquesta más célebre del país, la de más rancio abolengo, una de las mejores seguramente, la Sinfónica de Xalapa, abría el Festival de Música de Morelia (FMM) con un poderoso programa de «oberturas» al que dio la puntilla con el “Danzón 8”, de Arturo Márquez.

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Por Omar Arriaga Garcés

Tras la simbólica alfombra rosa por la que desfilaron público, invitados y autoridades, y tras la declaratoria de inauguración hecha por Salvador Jara, gobernador sustituto de Michoacán, el Teatro Morelos se hinchó con las notas de la Obertura de Guillaume Tell, la última ópera escrita por Gioacchino Rossini, cuya cuarta parte, que alude a una carrera de caballos, es conocida por la Naranja mecánica de Stanley Kubrick.

Pero ya desde el segundo «movimiento» de esta obertura, “La tormenta”, la Sinfónica de Xalapa (OSX) mostró con su intensidad a lo que venía. La euforia por contagio que transmitió la obra de Rossini se redobló con el Capricho español opus 34, de Nikolai Rimsky-Korsakov, que en palabras del director Lanfranco Marcelletti, es “una obra que por su magnanimidad permite que se luzcan los solistas y cada sección de la orquesta”.

Mosaicos de colores, castañuelas, chisporroteo de luces en el sur de España dieron paso a la Obertura de Rienzi, el último de los tribunos, ópera del compositor Richard Wagner, con una interpretación señorial y elegante, encendida y poderosa por parte de la OSX, que puso de pie al público de Morelia.

En la Plaza Valladolid de Morelia, entretanto, un músico conocido en la escena local sentía que “nunca había visto un concierto gratuitito con más publicidad que Spotify; tres enormes pantallas con tantas marcas que sólo pude disfrutar el shortsito de la cantante de Belanova por tres minutos. No se vale, oigan”.

Marcelletti y la orquesta regresaron luego de un breve intermedio; el brasileño tomó el micrófono para apuntar que el repertorio de la noche tenía dos leyendas, la de Guillermo Tell y la de Rienzi, ambos batalladores en causas libertarias durante el siglo XIV (además del mencionado Capricho español).

Para la segunda parte, indicó que El triunfo de Wellington o La batalla de Vitoria, de Beethoven, así como la Obertura solemne 1812, de Tchaikovsky, eran obras que tratan dos derrotas de Napoleón en Europa, además de oberturas, por lo que pudo decir que el programa tenía una vocación libertaria y se componía de oberturas, con excepción de la obra de Rimsky-Korsakov, justamente para abrir el gala del FMM.

El panal de abejas que parecía la OSX, con los músicos vestidos impecablemente de negro y el resplandor dorado y ámbar de los instrumentos, siempre a tiempo y siempre a tono, mantuvo en vilo al respetable el resto de la velada.

Si la obra de Beethoven es una de las más famosas del compositor alemán, en cambio alberga pasajes enigmáticos que no dejan de sorprender y de los que cada vez puede obtenerse algo nuevo; además de los detalles pintorescos -efectos especiales, diríase- para representar las balas de las pistolas y los cañonazos de la guerra.

Si existe eso que se llama “el alma”, la obertura de Wagner y la de Tchaikovsky manifestaron que no se trata de algo aéreo, y que los músculos y los poros de la piel y los nervios deben participar de ella.

Salvo la inclusión de motivos de “la Marsellesa”, la de Tchaikovsky es una de esas obras redondas, donde los instrumentos bailan, corren, trotan, lloran, se desviven y marchan todos al unísono.

Culminó la obertura con los cañones y las campanas rusas doblando por la victoria y, una vez que los músculos se destensaron un poco por la alta densidad de la música, y una vez que el director salió de escena y regresó, y el público le aplaudió y reconoció el trabajo de los músicos, los de Xalapa brindaron algún encore, un regalo para los presentes.

Se trató del Danzón 8, de Arturo Márquez, de 2004, un homenaje que el compositor mexicano hiciera a Ravel por su Bolero y que, si tuviera que definir a qué suena, diría que a algunos de los pasajes más cadenciosos de la primera parte de la Consagración de la primavera, de Stravinsky; al Sensemayá, de Silvestre Revueltas; y, por supuesto, a danzón.

Claro que no es indispensable definir a que se parecía la última obra, más cercana al público que el repertorio clásico; el cual, de por sí, había logrado apoderarse del escenario, en tanto que con el opus de Márquez las palmas fueron simplemente atronadoras.

En su regreso a Morelia, la OSX se habría llevado dos orejas y rabo si hubiese sido una corrida de toros; era, en cambio, el concierto inaugural de la XXVI edición del FMM, que tuvo la suerte de contar con una de las mejores orquestas de México, al lado de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Orquesta Sinfónica de Minería, la Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional, la Orquesta Sinfónica del Estado de México, la de la Universidad del Estado de Hidalgo y la de la Universidad de Nuevo León.

En la plaza de San Francisco, mientras tanto, seguidores del evento al que convocó una estación de radio local observaban cómo Belanova tocó una nueva canción y tres de sus grandes éxitos: Rosa pastel, One, Two, Three, Go! y Me pregunto, para un total de 23 minutos de concierto, tras lo cual seguirían otros artistas del estilo.

Fotos: Cortesía FMM y Antonio Hernández
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