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Lo que se quedó. Un cuento de Adrián González Camargo

Todo empieza con la llegada del Papa. Los que somos ateos, nos quedamos fijos, sentados con los codos sobre un balcón que alguien rentó en 1000 pesos. Andrés, no seas exagerado, me dice Mariana, la que al inicio del año fue mi novia. Le digo que no soy exagerado, pero ella insiste. Yo asumo que las mujeres que tienen hijos adolescentes son así -acríticas- y terminamos muy pronto. Casi en la misma fecha en que muere David Bowie. No importa tanto que muera él sino que el resto del año tendrán muertes que se irán apilando como revistas viejas en una esquina.

Al final del año, de tantas voy a perderle el interés a las muertes de Leonard Cohen, Prince, Fidel Castro, la unión de Europa con Bretaña, la idea de que Estados Unidos era progresista. Aún es temprano en el año cuando me entero que mi banda favorita de la adolescencia vendrá a México: Guns N’ Roses. Casi por automático soy juzgado. La yucateca con la que ahora salgo (por fortuna no le he dicho mis otros gustos) me dice que soy patético. No lo dice cuando cogemos, solo cuando discutimos sobre la importancia de Guns N’ Roses. Se burla de mi tatuaje de las pistolas y las rosas. No se puede esperar nada de alguien que tiene a Dido en su tono de celular, me repito una y otra vez. Ella dice que le recuerda a cuando vivió en Inglaterra. Yo insisto en que es una mujer pretenciosa.

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Llega el concierto. Por fortuna llueve antes y no durante el concierto. Por fortuna Axl y Slash vuelven a unirse. Por fortuna, antes de que salgan por última vez (volverán en Noviembre), Slash espera a Axl quien sale en muletas. El abrazo sí vino en esta vida. Me hubiera gustado besar a Valeria pero desde que vimos juntos a Pulp en el 2012 no he podido. Ella es muy famosa, toca en bandas y canta con un cuerpo escondido que tiene dentro de su pequeño cuerpo.

La política tiene que convertirse en un tema. Hacia la mitad del año la broma se vuelve realidad. O casi después. Como en un capitulo de Black Mirror, The Waldo Moment: un candidato que era una broma, una broma virtual, lo que nadie en su sano juicio esperaría. La burbuja del progresismo se reventó: si Estados Unidos pudiera representar el Occidente (que por fortuna no lo hace), entonces no habríamos avanzado tanto. Lo mismo sucedió en el Reino Unido. Al día siguiente de que votaron por salirse de la Unión Europea, mis tíos británicos (muy lejanos, obviamente) me preguntaron: ¿qué es la Unión Europea? Suspiré.

Este año la historia se quedó tendida como una res sobre el desierto de Arizona. Se volvió una calavera blanca, roída, que terminará en la pared de algún bar rodeo. She wants revenge parte la mitad de la temporada de conciertos, por fortuna en medio de cerveza Heineken y los labios que sabían a años de espera y tequila. Los domingos se volvieron una bocanada de oxígeno para tantas semanas de miseria: hubo una vida después de Game of Thrones, además de Veep, Last Week Tonight y los tragazones nocturnos de Netflix. ¿Y los libros? me preguntó Samantha cuando nos vimos, después de años y ella amamantaba su hijo (casi) recién nacido. Se quedaron esperando en el buró junto a la cama: Philip Roth, John Cheever, David Foster Wallace. No leo mucho, le confesé. Luego se marchó, de vuelta a Oaxaca, o no sé a dónde.

El siguiente concierto fue una reunión de viejitos que no tienen que brincar como los Rolling Stones, pero siguen sonriendo juntos, a pesar de haber perdido tres bateristas. Para The Who hay que comerse un ácido, fumarse un toque de mariguana, tomar una cerveza por lo menos. Cualquier cosa que recuerde que los tiempos eran lentos y llenos de esperanza. A diferencia del último concierto, LCD Soundsystem, los tiempos son llenos de una nueva poesía (no de la que escribía Leonard Cohen) que tiene 12 músicos y cuyo letrista/vocalista se da bocanadas de oxígeno entre canción y canción.

En la última semana del año ya estaba esperando, entre desorden y emoción, la muestra de Stanley Kubrick. También Cosmos del que falleció (también), Andrzej Zulawski. El mejor cineasta de la historia junto a la mejor película del año. El año va y viene, pero los mensajes (gracias, whatsapp) recuerdan que uno no está tan solo a pesar de estar solo, a pesar de seguir escuchando boberías que desde la adolescencia no escuchaba, a pesar de una operación que se convierte en una nueva forma de poesía, a pesar de que el Papa vino a México para que no cambiara nada. Llueve el 31, como si la lluvia pudiera lavarlo todo. Un mensaje dice «te quiero». Respondo que yo también. Por fortuna la historia del 2016 se queda tendida como una hoja que recordaremos años después, con un click en la página de wikipedia, como el resto de los días que están por venir.

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