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Los innecesarios textos

Por Adán Echeverría

El 16 de abril de 2011 el escritor Heriberto Yépez causa revuelo entre un sector de lectores y escritores de México con la nota Qué chula mi narcocultura, donde apunta: “Es frecuente que la intelectualidad nacional pida la legalización. Yo también estoy a favor de ella, pero estoy más a favor de que mientras la droga sea traficada por personas sin escrúpulos —narcos o policías, militares, funcionarios corruptos— seamos radicales: renunciemos al narco-consumo. Vamos al grano: el consumidor de droga mexicano, junto con el gringo, es el patrocinador directo de todos estos asesinatos.” Mientras leía la discusión que se armó al respecto, pasaba las páginas del libro Escribir poesía en México que apareciera en 2010, por Bonobos Editores, en su colección Postemporáneos, y me detuve en estas líneas de Maricela Guerrero: “Naturalmente la forma de hacer crítica en nuestro país ha oscilado entre el ninguneo y la ofensa, (…)”, y entonces para saldar la discusión ñoña sobre cruz cruz cruz que se vaya el narco y venga Jesús, me quedé con mi propio ideario ¿por qué son peores la coca y la mota, o las demás drogas duras que el cigarro, la taurina, la cafeína y el alcohol? ¿Por qué tenemos permiso de emborracharnos a libre albedrío y no fumarnos un churro? ¿Por qué? ¿O acaso los poetas, aburridos en ocasiones, tenemos que denostar los ideales del otro para no llegar a nada, y tener el sano pretexto de escribir?

Sobre la discusión, Vivian Abenshushan contesta: “Hace meses que no prendo un churro, pero si lo hiciera, no tendría por qué sentir que estoy, por eso, del lado del “mal”, como no lo hago cuando acompaño mi comida al lado de mi hijo y mi esposo, con una botella de vino tinto. ¿Cuál es la diferencia? Que una es legal y la otra no. Punto.”

Pero qué tiene que ver esta introducción de unos escritores discutiendo si las drogas son malas o no, si los que las consumen son responsables directos de los más de 30 mil muertos en los últimos cinco años en México, o si la legalización puede o no ser una solución. Tiene que ver con que los escritores mexicanos igual son ciudadanos de esta malograda república y tienen el medio y la capacidad para poder debatir. Yo lo celebro.

Y lo celebro porque al revisar el libro Escribir poesía en México, los compiladores señalan sobre el carácter del proyecto que “la discusión en torno al binomio arte y sociedad está en el aire”, y van más lejos al intentar definir lo que el lector encontrará en el libro: “Ensayos que exploran la pulsión estilística, paratextual y simbólica que entrelaza las prácticas poéticas contemporáneas con la dinámica social, cultural y política de nuestro país.”

Agrupados por Santiago Matías, director del proyecto Bonobos Editores, y los poetas Julián Herbert y Javier de la Mora, los ensayistas compilados se cuestionan el presente, se contradicen y confrontan entre sí, lo que establece un atractivo espacio para la discusión. Cuál es el siguiente paso, que llegue a los lectores. Sirva este pequeño texto para informar y enseñar un pedacito del trabajo que los autores compilados y sus compiladores encierran en el libro Escribir poesía en México.

Desde ya quisiera invitarlos a tener el libro, creo, sin temor a mentir, que contiene ensayos que puedo considerar imprescindibles. Aclaro que puede tratarse de mis propias búsquedas, pues como afirma Tedi López Mills (1959) “Sus miembros señalan: esto es poesía, esto no es poesía y, generalmente, la que aprueba el examen se asemeja a la que escriben ellos. La tradición se busca en los otros. Como si el conocimiento sólo pudiera ser autorreferencial”.

Ernesto Lumbreras

A mi gusto son de destacar, además del trabajo de López Mills titulado “Poesía y tradición desde el ahora”, los trabajos de Luis Alberto Arellano (1976), Ernesto Lumbreras (1966), Maricela Guerrero (1977), y para todo editor en México el texto que nos deja León Plascencia Ñol (1968); volviendo con lo mismo, quizá puedan ser mis búsquedas, pero en estos textos uno se siente contaminado por la actualidad, por el deseo el poeta de mirar su mundo, de sentir desde el ahora, de reconocerse como lector dentro del “drama” vivencial que los autores desarrollan.

Arellano nos narra el paso de tallerista literario a punto de tirar la toalla por la burocracia imperante en un reclusorio donde “Todos los lunes, durante dos años, llegaba a medio día (…). Cada lunes en ese pasillo me preguntaba si valía la pena dejarlo y no volver la siguiente vez.” Con una prosa limpia, serena, clara, anecdótica, llena de camaradería te lleva de la mano por las vivencias que tuvo: “Mis talleristas hablaban mucho sobre lo que los llevó a prisión. Constantemente revisaban dónde fallaron, por qué los agarraron, a quién olvidaron sobornar.” Y con base en el anecdotario vivencial del cual deja testimonio, en ocasiones de manera que hierve la sangre, expone su planteamiento como creador: “Como otros tantos, he sido tomado por una poética más inestable que enseñe marcas del proceso y de la persona que participa en él. Estoy en una búsqueda que no tiene un punto de llegada deseable”.

El texto de Maricela Guerrero me recordó mucho el de Sylvia Koniecki, Análisis sobre el mito de Kurt Cobain, (2004) en el que se retrata a la generación de jóvenes nacida en la década de 1980. Guerrero define a su generación, la nacida en la década de 1970, “(…), una de las preguntas más complicadas de responder a estas alturas sería aquella que interroga por la pertenencia a un tiempo y un espacio…”. Luego de definir, con base en su nostalgia, en los recuerdos de su infancia y desarrollo adolescente, y extrapolar sus vivencias a su generación, con base en sus lecturas y estudio literario, da muestra de que los poetas que comenzaron a publicar en la década de los noventa: “… optaron por la búsqueda del lenguaje en poemas metafísicos con vocabulario enrarecido, en los que se aspira a un cierto frenetismo verbal con poemas de un grado magnánimo de precisión y exacta manufactura de altos vuelos retóricos; poemas de lujo intelectual en los que se aspira a la descripción de estados del alma en tránsito espiritual hacia el infinito de la música de las esferas, estados del alma viajando en la búsqueda del sentido sagrado del lenguaje y la eternidad, algo así como la búsqueda de la divina gracia, poemas en lontananza y amadas etéreas inalcanzables (…) , poemas en los que se prescinde de lo biográfico o histórico y se adopta una postura de iluminado en trance en loco afán contra la corporeidad que tanto nos ata a este mundo material, caduco e incierto”, con en encantador tono burlón.

Hernán Bravo Varela

La intención de la autora se logra, leer este ensayo sobre la generación de poetas mexicanos nacidos en la década de 1970, da muestra de un ojo avizor que todo creador debe tener. El poeta es un ciudadano más con credencial de elector. Que vive y convive dentro del mismo contrato social, y desde ahí, se aisla, se corrompe, se rompe, se desborda, se aniquila y se vuelve a levantar para decir: existo existo existo.

El trabajo de Lumbreras es una crónica vivencial sobre la toma de Oaxaca por las autoridades federales en el 2006, mientras brindaba una serie de talleres literarios. Un foto reportaje de imágenes poéticas narradas. Como lector puede uno estar ahí, caminar con el autor y sus talleristas en las noches oaxaqueñas, de baricadas y bombas molotov. Sentarse con ellos a discutir la necesidad de la poesía en la sociedad: ningún poema ha servido para aniquilar a un tirano, para destruir un imperio, para sacudir a un pueblo y encaminarlo a la revuelta, y no ha dejado de hacerlo. El texto de Lumbreras es genial, pues como dice López Mills: “Nunca he sabido qué obligaciones tiene el poema”, y en el texto de Lumbreras uno puede palpara y darse cuenta de esa aseveración.

Estos tres ensayos sobresalen por su factura, por su intencionalidad, su denuncia, interrelación y claridad. Textos que muestran, enseñan, educan. A ellos puede uno sumar el de Plascencia Ñol; el trazado de una ruta como editor, texto confesional necesario para todos aquellos que quieren dedicarse a la edición de libros en México, más si la intención son libros de arte, más si se trata de libros de poesía: “Editar poesía es una aventura fallida. Sólo la obsesión permite seguir. Editar es el arte de la suplantación.”

Trece ensayos más los acompañan. Todos dignos de mayor discusión que la que me atrevería a señalar en estas líneas. Textos que invitan a reflexionar en el título y en la apuesta: Escribir poesía en México. Carla Faesler sobre los diferentes medios alternativos para la poesía, y un recuento de daños, Myriam Moscona nos regala un tramado “feisbukero” para desarrollar sus intenciones literarias muy ad hoc. Un adormilante texto de Pura López Colomé sobre la traducción, que encantará a los puristas y los interesados en el tema. Un casi-largo texto de Josú Landa sobre el valor y lugar de la poesía en el consumo preferencial del mexicano promedio: “(…) es estúpido esperar que la poesía ocupe un lugar más amplio y visible en el actual orden cultural, si no se le permite estar al tú por tú con la economía, la política, el deporte, el espectáculo y los noticieros, en los espacios ‘reales’ del presente”.

Son de destacar tres textos escritos por Juan Carlos Bautista (1964), Hernán Bravo Varela (1979) y Óscar de Pablo (1979) de amplios vuelos que terminan ahogándose por ser reiterativamente de apariencia entreguista. En los tres trabajos uno puede encontrar posturas, intenciones, una vasta cultura y capacidad para el desarrollo de las ideas, y yo me pregunto: ¿era necesario arruinar su texto hacia la adulación de la figura de Luis Felipe Fabre (1974)?

Primero el texto de Bautista va perdiendo vuelo sobre su digresión y apuntes de cómo ha ido permeando la violencia cotidiana del México bravo hacia la literatura. Toma como base a Velarde para luego tocar el trabajo y denuncia hecha por Teresa Margolles en la Bienal de Venecia y su ya célebre exposición ¿De qué otra cosa podríamos hablar?, pasar por Camelia La Texana, amansar su discurso, controlarlo y subirlo a la poesía de Villaurrutia, Gorostiza, Sabines, Paz, Julio Ortega, Novo, Reyes y uno debe acabar diciendo: “El que mucho cita, poco tiene que decir” y ellos solos se descubren.

Es entonces, cuando se han agotado las citas, que se abre la adulación: “Abro al azar el tomo recopilado por Fabre, Divino tesoro, antología de la jovencísima poesía mexicana, y leo cosas sorprendentes, que anuncian una sensibilidad inédita.” Yo en verdad que me quedo con cosas sorprendentes (porque igual abro al azar el Divino tesoro que extraigo de mi librero) y leo estos versos:

(…)

Ven. Dime daniel, danielito, niño de aliento

dime lindo, requetelindo, dolor de espina.

Lindo pájaro sin patas condenado al vuelo.

Pero ven aquí, no me ando por las ramas: existo alrededor de un árbol

(colorín o jacaranda de púrpura estampida). Daniel Saldaña París

Y bueno no me parecen versos ni cosas sorprendentes, y menos que anuncien una sensibilidad inédita. En su intervención en Escribir poesía en México Bautista recurre a un poema de Omar Pimienta (1979), que no parece tan tomada al azar como señala. La voz poética de Pimienta permea por sí sola en sus búsquedas desde mucho antes de Divino tesoro, pero como dice López Mills: “la que aprueba el examen se asemeja a la que escriben ellos. La tradición se busca en los otros”.

La cosa no queda ahí. Cual evangelio sinóptico, Bravo Varela se trepa al ensayo y nos entrega una lucha entre Avelina Lésper y Teresa Margolles a propósito de la misma exposición: ¿De qué otra cosa podríamos hablar? (ajá, dice uno y continúa). De la misma forma recorre la tradición del arte y las poéticas, su contaminación o asimilación de la violencia (Eliot, Julio Hubard, Jorge Hernández Campos, Bertold Brecht, Pier Paolo Passolini, Gorostiza, Cuesta, Chumacero, Sabines, Segovia, por mencionar algunos de los autores que nombra y repito: El que mucho cita, poco tiene que decir), hasta caer de nuevo del cielo escritoril hacia la llanura adulatoria: “En contraste, el dogma establece la creencia en el ‘poema mexicano promedio’, definido así por Luis Felipe Fabre: Solemne, formalmente impecable, aséptico, apolítico, pretendidamente atemporal y sublime, tradicional con uno que otro detalle moderno: bellísimas aves surcando el éter”. Yo me pregunto si un creador del talante, sagacidad y capacidad de Bravo Varela requiere de esos trucos cuando es capaz de escribir: “La poesía mexicana no ha sabido corromperse –es decir, contradecirse- como debiera: le ha faltado decisión, cinismo, incertidumbre.”

Es entonces que uno tiene que leer y releer cada uno de estos textos y apartar las intenciones mitificadotas que los alumnos-compadres quieren hacer de su maestro-compadre, y quedarse con ¿qué diablos ha querido decir, explicar, proponer, debatir? ¡Que se arruinen solos, diría el editor!

No bastando, Óscar de Pablo, en un texto muy rico en soberbia se explaya en un ensayo sobre el valor de culto y el valor de exhibición. Luego de debrayar al estilo de los anteriores autores, cita tras cita (Aristóteles, Walter Benjamin, Homero, Góngora y Sor Juana, Huidobro, Gorostiza, Neruda, entre otros), misma fórmula, diferente capacidad, con un estilo pulcro, capaz, de fácil lectura si te tapas la nariz ante el tufo del histronismo ególatra, caminas hasta el final del texto con un delicioso sabor de ‘chido’, para descarrilarte de nuevo con un: ajá, va de nuevo, porque De Pablo se lanza con el mismo rubor: “(…) el buen gusto nacionalmente uniformado (marca del “verdadero poeta serio”) llegó a valorarse muy por encima del poder renovador de las ideas poéticas de fondo y de forma. El canto del cisne de esta forma de pensamiento único fue la muestra de poesía El manantial latente (publicada en 2002). Dicha muestra tuvo el inmenso mérito de reflejar la realidad de la joven poesía profesional de su momento: una serena uniformidad de gusto que, leída a la luz de los desgarramientos posteriores, resulta más bien asfixiante”, y uno tiene que jalarse el cabello y exclamar: ¡qué dijo!

No bastando este decir se atreve más (habría de celebrarse el atreverse a plantear el debate, si lo fuera): “Ahora bien, desde el momento de aquella publicación, ha podido constatarse entre los poetas jóvenes un verdadero cambio de sensibilidad dirigido a cuestionar radicalmente el ‘estilo nacional’. La muestra de poesía joven publicada en 2008 Divino tesoro, que no pretendía ser representativa de la totalidad, sino de la tendencia, consiguió demostrar la profundidad de este giro”.

Válgame dios, “la profundidad”, “el canto del cisne”, “el verdadero poeta serio”, “el estilo nacional”. Como decía mi Tía Evelia: eres como el henequén, te cultivas solo, a lo que yo añadiría: “dime lo que presumes y te diré lo que careces”. Pero qué necesidad de adularse unos a otros.

El “estilo nacional” entre ellos es recurrente: “¿Cómo se inserta, pues, Nosotros que nos queremos tanto en esta pequeña gran historia? Bajo el amparo, pienso de un risueño y cordial gesto alfonsino: los poetas que conforman el consejo editorial de El Billar de Lucrecia fueron invitados por Rocío Cerón, su directora, a participar en la antología; a su vez, ellos tenían la misión de invitar a otro u otra poeta a formar parte de la muestra. (…) los lectores deben, a mi juicio, tener en cuenta que se trata de una antología que se ríe de las antologías…” (Marcelo Pellegrini, Clichés de antología, que sirve de prólogo a Nosotros que nos queremos tanto, 2008). Inscrito con letras de oro al igual que textos de esta naturaleza: “A Divino tesoro no lo mueve, entonces, un afán canonizador, sino de registro”, dice Luis Felipe Fabre al iniciar el texto introductorio a su antología, para terminar diciendo: “(…) podría decirse que los modernos de hoy serán los cursis del mañana. Divino tesoro, desde su título, quiere evitar el trámite moroso del tiempo, así que se adelanta y asume desde ya esa gozosa fatalidad”. (Divino tesoro. Muestra de nueva poesía mexicana 2008). Entonces ellos son los modernos. Hasta el cansancio las palabras de López Mills: “la que aprueba el examen se asemeja a la que escriben ellos. La tradición se busca en los otros”.

Es entonces que el afán mitificador de Bautista, Bravo Varela, De Pablo se traza dentro del libro Escribir poesía en México ¿les es tan necesario crear el mito? Los compiladores Julián Herberth, Javier de la Mora y Santiago Matías señalan en su prólogo: “Por mera formalidad, y como gesto de cortesía dirigido a los campeones del resentimiento, incurrimos en la falta de resaltar lo obvio: esto no es una antología –en el sentido justiciero y omnímodo que suele darse a tales documentos-; es simplemente la expresión de una conjetura colectiva.”

Si uno teje puentes entre Nosotros que nos queremos tanto, Divino tesoro y el texto que ahora nos ocupa Escribir poesía en México, ¿en verdad pensamos que el afán de decir “campeones del resentimiento” es algo que al común del ciudadano le importe? Trataré de explicarme.

Como se aborda de manera clara e interesante dentro de los 17 ensayos que conforman el libro, los poemas, las poéticas y los ensayos sobre el tema solo le importan a aquellos buscadores de poesía, aquellos interesados en el poema, en dedicarle su tiempo, lectura, dinero –el menos de ser posible-; entonces, si los mismos que formamos la tradición nos leemos una y otra vez, supongo que escribimos en una inteligencia para nosotros mismos, los lectores que somos cuando no escribimos.

Lectores atrapados ya en la tradición o que quieren saber de ella y penetrarla. Lectores de poesía-poetas, poetas-lectores de poesía. Pero si una persona que recién quiere entrar a este entorno, a este cuarto, a esta escena poética mexicana le entregamos “mitos”, “nosotros somos los buenos, los demás nos odian, y como nos odian, los odiamos más, diciéndoles que no nos importa que nos odien”, qué ganamos.

Una vez me decía mi sobrina: es que el maestro de matemáticas es un ‘pendejo’, tío, le dije que la forma en que había explicado las ecuaciones estaba incorrecta, y por no reconocer que se equivocó, se enojó y enojó y ahora me tiene tirria. A lo que le contesté: pero si has dicho que el maestro de matemáticas es un ‘pendejo” para qué discutes con él y pierdes el tiempo. ¿Si discutes con alguien que para ti es un ‘pendejo’ en qué te convierte a ti?

Nos quejamos de que no haya lectores de poesía, pero a los que quieren acercarse los atrapamos en el camino, hey, no te lleves con aquellos, acá está la piedra filosofal, Luis Felipe Fabre es el mejor, no no y no, Mario Bojórquez lo es, y los cansamos, hartamos para que nos grieten: ¡Estamos hasta la madre de sus acusaciones de mafias. Ellos son los de la mafia, no, ellos son, no, ustedes, no aquellos, todos somos, nadie es, y la mafia se ríe y se ríe desde su cómodo sueño.

Qué ganamos. Que cada quien lea lo que tenga que leer, y lo que quiera leer.

Me causa tristeza, insisto, en que tres compañeros inteligentísimos y de grandes vuelos poéticos como Bautista, Bravo Varela y De Pablo tengan que recurrir a mitomizar la figura de un camarada, el tiempo pondrá en su lugar a los poetas, pero bueno, cada quien sus búsquedas.

Como lector de poesía les comparto a los interesados. En verdad, adquieran el excelente libro compilatorio Escribir poesía en México, sé que no se van a arrepentir.

Foto de Slide: Alejandra de la Torre

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