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¡Más música y menos burocracia!

Por Chito Wett

Cuando era pequeño, por diversas circunstancias me tocaba estar en contacto con la música de otros lugares gracias a familiares que de vez en cuando cruzaban sus caminos para intercambiar muestras de afecto. Las fiestas familiares o de amigos las recuerdo siempre con un grupo norteño, un trío, un grupo de salsa, o una grabadora con los grandes éxitos de Miguel y Miguel.

Mi primer acercamiento de manera personal hacia un gusto específico fue en el rock, que en ese momento era el hit (Depeche Mode, U2, The Cure, Tears For Fears, etc.) De ellos aún poseo esos invaluables cassettes y/o vinyles; pero al mismo tiempo, logré escuchar también tanto cumbia chicana, synth pop español, miami bass como hip hop comercial y underground.

A pesar de que viví en un constante bombardeo de cultura popular desde que recuerdo, siempre me interesó aportar con mi grano de arena tratando de crear o transformar mi entorno auditivo; desde que tomé lecciones de música mi percepción se instaló con una base sustentada en el principio más básico de todos los humanos, compartir y enriquecernos.

Cuando un artista se dispone a compartir su música frente a su público existen demasiadas plataformas para que se logre dicho objetivo; pero supongamos que lo que aquí nos interesa es la más palpable de esas plataformas, cuando no se logra ver al artista en vivo, me refiero a la grabación.

Muchísimos discos, cintas en diferentes presentaciones hasta los formatos digitales han hecho que miles de personas logren tanto escuchar música de cualquier parte del mundo, hasta difundir la propia. ¿Pero qué pasa cuando un artista toma un elemento grabado y lo incorpora a otros elementos sonoros para así crear una pieza musical distinta?

Esta pregunta ha hecho que muchas empresas o empresarios del entretenimiento sientan cosquillas en sus asientos de oficina corporativa cuando escuchan los términos nuevos de esa cultura como “Sample”, “Fear Use” “P2P” y hasta en México resonó mucho “Crestomatía”.

Desde Sony Bono que aun después de la muerte quería proteger su imagen y sus creaciones logrando que el Congreso restrinja aún más la figura de Dominio Público por 95 años; hasta Armando Manzanero demandando a empresas porque tocan sus canciones en dichos establecimientos alegando que con esos temas la empresa lucra sin permiso (claro, entonces yo lo demandaría porque sus canciones me hacen extrañar y gastar mucho en llamadas).

Tanta restricción a la comunicación de las ideas llegó a la cúspide cuando hace unos meses los corporativos de los medios intentaron frenar la comunicación de ideas haciendo la famosa Ley SOPA con sus respectivas réplicas por todo el mundo, que no fue aquello más que una jugarreta que cualquier persona notó como pasquín cuasi-fascista de protección de intereses, intereses de propiedad intelectual, claro.

Un punto argumentativo de dichas “propuestas” se basó en que los artistas que toman una idea de otro y la modifican no representa una conducta creativa, pero las comunidades nacieron de la oportunidad que esta tecnología brinda, creando un lenguaje en el que se comprometen a retribuirse entre ellas tomando lo que en algún momento hizo la otra parte agregando algo, es decir, lo mezcla, lo arregla, lo cambia por medio de un proceso creativo en el que con solo una computadora o un pequeño dispositivo estas comunidades comunican su visión de las cosas.

Entonces, ser creativo significa que necesariamente tiene que mostrar una posición moral al respecto, se me ocurren dos:

A) El artista que crea una obra tomando elementos de otro sin necesidad de colgarse de la premisa principal, que en este caso sería alguien que toma una pequeña muestra (sample) de una canción y editándola por completo logrando hacer que suene distinto al establecerla en un rango de complejidad amplio; o

B) Los artistas que toman las ideas creativas de otros, no a manera de soporte, sino por completo de otras personas para establecer una misma técnica y discurso, en este caso existen muchos, los hay por ejemplo el esquema básico del Pop comercial en México, hasta los que únicamente copian y pegan sonidos de librerías que producen empresas de producción musical, con la finalidad de decir a sus clientes que copiar y pegar samples ya es hacer una obra creativa.

Si queremos entonces plantearnos en un mismo plano conceptual acerca de la profesión artística, tenemos que ponernos la etiqueta de “Profesional” y establecer un canal de comunicación de igualdad al respetarnos todos de la misma manera sin ningún tipo de impedimentos, y no me refiero a cuestiones técnicas de inversión o formalidad, me refiero al plano humano, de respetarnos y adecuarnos a convivir como seres creativos que somos.

¿Por qué se restringe el derecho a la publicación de una obra por medio de burocracia que muchas veces el creador no puede mantener? Hay muchas respuestas a esta pregunta y por supuesto se pueden y existen miles de preguntas más al respecto, pero, ¿por qué perder el tiempo tratando de entender que hay muchos intereses de por medio? Mejor dejemos la protección a las ideas y mantengamos una posición de que somos un grupo de personas disfrutando música, no un mercado de marcas y patentes.

La cultura se alimenta del pasado y el futuro se beneficia por obviedad, por lo tanto las ideas son un mercado que debe beneficiar a la sociedad para retroalimentarla. El prohibir que alguien no pueda utilizar una canción, digamos de Luis Miguel, en un hospital para relajar a un paciente; me suena tan prepotente y pretencioso como el hecho de que la cura para el Cáncer o el Sida está a la vuelta de la esquina pero las empresas farmacológicas mundiales por competencia no permiten que se usen sus fórmulas patentadas en estudios médicos porque les costaron millones producirlas.

Por muchos años estas empresas me dijeron que era el Pop, el Rock y hasta el cómo ser músico profesional, entonces ¿por qué no puedo hacer algo creativo basándome en canciones que siempre me impusieron? Es una reacción lógica que miles poseemos en el mundo.
Yo ya eché un granito más a la maceta: cierta noche desperté con una canción en mi cabeza, la había escuchado muchas veces cuando era niño y se perdió para siempre, hasta que la encontré en un cassette viejo que conseguí en el mercado de pulguitas, la pasé a formato digital, le agregué otros elementos y suena renovadora, no tanto mejor o peor. Este cassette es de una banda mexicana que considero de las mejores aunque hayan pasado al terreno de lo vendible; por lo mismo, ¿qué importa de quién es la música original? ¿Qué importa quién la volvió a arreglar y darle un toque diferente? Las canciones, una vez públicas, flotan en la inmensidad, y lo único que queda es disfrutarlas, ¡A BAILAR!

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