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Media Luna: una familia forjada en Michoacán

Ireri hace una expresión de angustia cuando le pregunto algo absurdo. Si tuviera que elegir entre seguir tocando con su familia o solo con sus proyectos personales, ¿qué camino tomaría? Desde luego que tal escenario no tendría por qué ocurrir, pero la respuesta es clara y sin dubitaciones: “Lo que más felicidad me produce en la vida es tocar con mi familia, pero tampoco podría vivir sin componer. Para mí, la música tradicional representa la colectividad y todo lo que hago es en ese sentido, contra la individualización que promueve el capitalismo”.

A ella la hemos visto crecer como artista en diferentes proyectos, el más reciente como solista creando una personalidad única. Pero esta charla es para que nos cuente de cómo surgió Media Luna, el grupo de música tradicional mexicana integrado por seis hermanos y sus padres.

La historia, que seguro ha contado muchas veces, la narra desde su casa, en el Centro Histórico de Morelia. Ahí nos cuenta que su abuelo paterno, José Mejía Ayala, nació en un pueblito llamado El Chilar, en plena sierra de Villa Madero, cerca de la región de El Balsas, en la Tierra Caliente michoacana. Ese hombre no tendría una vida sencilla, fue víctima de una enfermedad que le impidió unirse al trabajo de campo, así que su padre le enseñó a tocar el violín y la guitarra, a leer y a escribir. Eran los tiempos de las tiendas de raya donde, mientras la gente esperaba sus pagos, ya se escuchaban sones del Balsas y la Huasteca.

El padre de Ireri, don Leonel Mejía, desde luego que heredó el gusto y la habilidad para ejecutar los instrumentos. Primero fue la guitarra y luego un violín que recibió a los 17 años, por lo que comenzó a tocar los sones y gustos del Balsas.

Sones y gustos

Aquí vale la pena detenernos un poco para citar al investigador michoacano Jorge Amós, quien explica así estas vertientes: “El gusto es un ritmo en 3/4 que es acompañado generalmente por el canto, o muy rara vez, ejecutado de manera instrumental llevando la melodía el violín y acompañado por los acordes rasgueados de la guitarra, con la percusión y redobles de la tamborita”.

Y del son, dice: “Los sones también pueden ser cantados o instrumentales; pero al contrario del gusto, los sones con letra son raros. El son calentano tiene un ritmo difícil de acompañar por los guitarreros. Estos tienen que haber aprendido bien las interpretaciones melódicas y las variaciones rítmicas que da el violinista, para saber donde dar las entradas y los remates que se tocan a contratiempo en el tiempo de 6/8”.

Si quieren saber más del tema busquen los libros de Amós, o para una introducción certera, les dejamos este enlace.

Ahora, retomemos la charla con Ireri, quien nos desmenuza cómo es que su madre, la señora Odilia Almonte, tiene una voz privilegiada para los cantos populares. Ella nació en la comunidad de El Caulote, pegada a Cieneguillas del Huerto, municipio de Turicato, tierra de músicos tradicionales. No lo sabían, pero los Almonte resultaron parientes de Los Jilguerillos del Huerto, uno de los grupos más reconocidos de aquella región. Odilia, por si fuera poco, tuvo una abuela (doña Chayo) que bailaba jarabe, lo mismo que su padre, Don Juan, por lo que no hay duda de que la unión Mejía-Almonte era puro arte, puro amor.

Rumbo al XV de Media Luna

Dice Ireri que aprendió a tocar la guitarra a los siete años y que sus primeras participaciones frente al público -suspira y sonríe- ocurrieron en el coro de una iglesia. Pero pronto llegarían los sones, así que tanto ella como sus hermanos fueron aprendiendo a tocar y a bailar como se suele aprender: observando, de forma lírica. Así se formaron esos seis herederos: Erandi, Juan, Marisol, Hirepan, Yunuén y nuestra confidente. “Formamos el grupo en 2007, mientras mis papás andaban de viaje”, acepta, y aunque no pretendían ningún plan ambicioso, ya se enfilan a los 15 años de trayectoria.

Su primer concierto fue en Villa Madero, “y de ahí salieron más y más, a lo mejor les gustaba porque nos veían chiquitos, no lo sé”, reconoce Ireri, quien corta el diálogo y se emociona ante la idea de que el próximo año pudieran festejar sus XV. En esos primeros años llevaban los sones y gustos del Balsas, pero luego incorporaron son jarocho, aprovechando que Juan y Erandi radicaron por un tiempo en Veracruz. Se sumarían los sones de Apatzingán y los huastecos, que tocaban a su manera, pues no contaban con instrumentos como la jarana huasteca y la huapanguera.

Ese es el abanico sonoro de Media Luna, que no incorporaría a don Leonel sino hasta cinco años después, cuando tuvo que cubrir a Juan, que emprendió una larga gira con la Bola Suriana. El sueño de Ireri se cumplió en 2017, cuando su mamá se unió formalmente a la aventura familiar incorporando su extraordinaria voz.

Y aunque nunca se habían planteado la idea de grabar un disco, éste llegó gracias a un estímulo federal, porque era importante dejar la huella, heredar, además de todo, un objeto, un momento histórico. Lo curioso es que fue por partida doble, pues el disco pactado se grabó en el Laboratorio Nacional de Materiales Orales (LANMO) y de pronto les propusieron hacer un registro extra, que capturara la esencia de las presentaciones en vivo. Así, siete días después de meterse a los estudios, los Mejía Almonte salieron con dos producciones bajo el brazo.

Media Luna música tradicional Michoacán
Imagen: Cortesía Media Luna

La colectividad

Luego de presentarse en muchísimos escenarios de México y Estados Unidos, Ireri acepta que le gusta tocar en una fiesta familiar pero también en un concierto, aunque esto último no sea tanto del agrado de su hermano Hirepan, quien a veces se siente incómodo. “No veo que se pierda la tradición”, dice, y comienza a defender la postura de mantener a las tradiciones vivas, a evitar que se queden quietas. Parafrasea a Jacques Derrida: “Para mantener a las tradiciones, se precisa una cierta fidelidad infiel”. Y ya de paso, recuerda a Vincent Velázquez y Guillermo Velázquez, de la Sierra de Xichú, quienes decían: “Que la tradición vaya cambiando, que sufra modificaciones, significan que están vivas”.

Ya hacia el final de la conversación, que se desearía no termine nunca, Ireri reafirma que su canto es por la libertad, contra la individualización del capitalismo. Y es que si hoy se abre camino con una propuesta contemporánea, todo, dice, se lo debe a la música tradicional y al canto latinoamericano, sus dos escuelas de música y de vida.

Imagen superior: Cortesía Jesús Cornejo/Media Luna

 

 

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