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Mentiras en cadena

Mentiras en cadena

Mentiras en cadena

Por César Arceo

A la propagación veloz del virus que azota al mundo se le emparentó la dispersión de otras formas cáusticas, corrosivas, virulentas. Alrededor del mundo, sobre las pantallas de millones de dispositivos electrónicos, se despliega un caudal informático. El flujo cibernético creció exponencialmente desde su aparición comercial a finales del siglo XX y diversos escenarios continúan inyectando vitalidad al torrente. El aislamiento es uno de ellos.

Con el resguardo social como medida precautoria frente a la pandemia, la cotidianidad parece haber quedado suspendida en un impasse. Por el contrario, el mundo virtual manifiesta un aceleramiento. La celeridad no cesa de estar presente en la vida moderna, su efecto narcótico se expresa por antagonismo: sobrexcitación. La activación estimulante se despliega con el resplandor del fanal electrónico. La vibración de los dispositivos anuncia la llegada de un nuevo paquete informático y se enlaza con la agitación del usuario.

Como si de una coreografía se tratara, ambos cuerpos (el electrónico y el carnal) se mimetizan de forma trepidante. La agitación del dispositivo parece prolongarse por el cuerpo del usuario hasta el estremecimiento interno. Podemos encontrar vestigios vibrantes en el cuerpo, desde automatismos sorpresivos hasta espasmos musculares alrededor de los ojos. La convulsión es apenas el preludio de una decodificación, es el anuncio de un mensaje que arribó. La codificación binaria, fragmentada para su viaje, se recompone después de trasladarse para aflorar y casi inmediatamente esparcir el germen de su contenido. La tipología de los mensajes es diversa. Imágenes estáticas, bustos parlantes llamados videotubers, giffs, memes y cadenas desfilan sin parar en las autopistas informáticas. Al interior de cada dechado habita una ramificación que en conjunto bosqueja una arborización hirsuta.

Cada tipo de mensaje parece tener correspondencia con una generación específica, como si de un metacódigo se tratara. En conjunto, todas estas manifestaciones electrónicas materializan el programa del constructivismo operativo que Niklas Luhmann teorizó. Su aplicación cotidiana da vida y cuerpo a las empresas de fabricación de realidad social que Juan-Luis Pintos estudia. En síntesis, todas estas formas comunicativas producen posibilidades perceptivas de “lo real y en consecuencia de “lo verdadero. A pesar de lo inverosímil y distópico que yace en estos contenidos, no se puede frenar su impacto en el imaginario colectivo y su paulatino paso hasta instaurarse en los sistemas de creencias. Precisamente el carácter esquemático de tales contenidos armoniza con el moldeamiento perceptivo. Estos mensajes no solo explican lo que se estima como realidad, sino que también la intervienen operativamente.

El acoplamiento entre los tipos de mensaje y las generaciones es una franca concordia. Basta con revisar algunos de los rasgos que caracteriza a cada generación para ubicar el tipo de mensaje de mejor adherencia. Así, mientras la llamada generación Z se caracteriza por la irreverencia, la generación Y (también llamados millenials) se destacan por cierta susceptibilidad a la frustración. Por su parte, la generación X parece identificarse con la obsesión por el éxito, mientras que los llamados baby boomers coinciden en la búsqueda de altas aspiraciones. No se puede negar el debate que dicha taxonomía propicia. No obstante, en ella podemos observar ciertos aspectos de las personalidades que conviven en un mundo pandémico. De entre éstas, la generación baby boomers parece relacionarse armónicamente con cierto tipo de mensajes electrónicos: los mensajes en cadena. Modalidad informática y generación articulan un ligamen doble por forma y contenido.

Respecto a la forma de operación, los mensajes en cadena expresan rasgos peculiares. El antecedente directo de estas formas comunicativas son las cadenas de mensaje por correo electrónico. La práctica de los correos en cadena en las primeras décadas de la masificación del internet fue un hábito abrazado por los baby boomers, quienes fascinados por la innovación tecnológica cayeron en las trampas cibernéticas. Haciendo uso de diversas formas de sugestión y coerción como la petición, la amenaza, la manipulación emotiva o la superstición, estos mensajes garantizaban su diseminación a través de los usuarios. El hábito no ha desaparecido.

Actualmente la mensajería instantánea conforma una plétora electrónica y es uno de los servicios con mayor demanda en todo el mundo. Por Whatsapp o Messenger, los baby boomers trafican largos mensajes que terminan con la consigna de compartir, sello genético de sus predecesores, los correos en cadena. En ocasiones la amenaza tiene un franco tono infantil. Los mensajes en cadena parecen ser la predilección de una generación que quizás alivia su actualización cibernética con prácticas caducas. Los baby boomers hicieron de la mensajería instantánea y de casi todo espacio virtual, un nicho para lo comunicación en cadena y en consecuencia para la información fraudulenta.

Respecto al contenido de la operación, los mensajes en cadena son aún más inquietantes. De dudosa autoría, en éstos se dan cita teorías conspirativas, promulgaciones ideológicas, predicaciones religiosas y delirios científicos. En algunos casos todo es amalgamado en lo que podemos considerar dignos guiones de ciencia ficción apocalíptica. En ellos, como en todo el espacio virtual, yace el nicho para lo que ahora no dudamos en llamar noticias falsas, y que conforman la base de ese terreno movedizo nombrado la posverdad.

Todas estas prácticas articulan un complejo sistema epistemológico abiertamente visual, donde lo imaginable, lo visible y lo pensable se engarzan con las necesidades emotivas que descansan a los pies de toda verdad en potencia. Así se garantiza la efectividad de dichos mensajes en ese sector poblacional. Revisando algunas condiciones con las que creció esta generación, podremos detectar ciertas líneas sobre sus aspiraciones y motivaciones. Si notamos que uno de sus rasgos más característicos es la ambición, esto se puede deber en gran medida a las condiciones sociales que permitieron la proyección de un futuro prometedor. En ese escenario, una vida prospera y una relativa pacificación empujaron la idealización de certezas y con ello el establecimiento de proyectos, lo cual produjo a su vez la explosión demográfica que les nombra.

Aceptando la generalización de estos datos, podría estimarse que las necesidades emotivas de esta generación siempre decantan por el orden y la armonía, lo cual los hace menos tolerantes a la frustración de lo que se estima a la generación Y o millenials. Quizás esto explica por qué en los mensajes en cadena y en el contenido de los mismos, se despliegan todas las explicaciones imaginables (y por ello estimadas como posibles), para frenar y acotar la ansiedad suscitada por un escenario caótico e incierto al que otras generaciones reciben con familiaridad. En el afán de reencontrar la calma que les crío, son receptores de las falacias más descaradas que les equipara en inocencia con el niño ante el regalo decembrino. Delfines en los canales de Venecia, rinocerontes blancos en Nueva York, supuestos estrenos de películas que vaticinaban un maquiavélico plan, sectas secretas que planean hacer prisionera a la humanidad y comerciar su carne con seres de otras galaxias, son parte de una larga lista de mentiras. Prácticamente todo es viable en el imaginario de quien busca un poco de luz en un universo que, de acuerdo con la astrofísica está constituido por 85 por ciento de materia oscura y que vale la pena aclarar, no es oscuridad sino transparencia.

 

Imagen: Gonzalo Baeza/ Flickr

 

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