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Mi primer Mundial: El coraje del abuelo 

Mundial

Rosa Velázquez

“Cada vez que se acerca un Mundial, los aficionados revisamos recuerdos en busca de méritos sentimentales para recibir milagros. La autobiografía se convierte en una forma de cortejar a la fortuna”, menciona Juan Villoro (2014, p. 20) en su libro Balón Divido, lo cual sería ideal para una Selección Mexicana ante un panorama gris en Qatar 2022, sede con limitaciones para quien se aventure a vivir la gran fiesta desde el centro de este territorio, especialmente si eres mujer o perteneces a la comunidad LGBT+.

Es una situación paradójica, dado que la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) pregona de avances y derechos humanos dentro de todo lo que representa.

Evidentemente, hay intereses más grandes que mueven a este deporte, aunque le va bien el romanticismo que le adjudicamos a nuestras experiencias o la pasión que llegan a transmitir algunos de sus protagonistas. Sin embargo, esto no evita experimentar el suplicio Tricolor de cada cuatro años, pues ni una anécdota, el “¡sí se puede!”, “Cielito lindo” o un jugador clave han hecho la diferencia para conquistar el tan anhelado quinto partido.

Por lo menos es lo que he atestiguado desde hace 20 años, cuando tuve el primer acercamiento a esta competencia con la Copa Mundial Corea Japón 2002, misma que fue dolorosa para la afición mexicana, no solo porque no hubo cuartos de final, sino también porque pegó en el orgullo nacional.

Mentiría si dijera que recuerdo cada detalle de ese certamen; tenía nueve años y mi familia no es amante del deporte en general, solo mi hermana, pero con dos años menos que yo, era difícil convencer al resto de seguir los compromisos por las madrugadas y que nos permitieran pasar horas frente al televisor. Encima, el sueño siempre nos vencía.

No obstante, ¿quién se podría perder el México contra Estados Unidos? Ni mi abuelo, el cual jamás ha tenido el gusto de por lo menos jugar canicas, lo que repite constantemente. Algo más relacionado por la forma en la que lo educó su padre, pero eso ya es otro partido. Aquí lo memorable es que optó por disfrutar de un juego con sus nietas, que por alguna razón se entretienen con “unos monos en calzones tras una pelota”, frase que todavía le dice entre risas a mi abuela, quien en repetidas ocasiones pidió dejar de ver eso, “¡todos a dormir!”.

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Por primera vez mi abuelo no hizo caso a la señora de la casa, ya que se presentaba un México dirigido por Javier Aguirre con elementos como los michoacanos Rafa Márquez y “Ramoncito” Morales, al igual que Jared Borgetti, Cuauhtémoc Blanco y Luis “Matador” Hernández. Sin olvidar a los porteros: Óscar “Conejo” Pérez, Jorge Campos y Oswaldo Sánchez. ¿Estaba mal emocionarse y querer dejarle claro al Tío Sam quién manda?

Desafortunadamente, esta vez existía un tal Landon Donovan que gozaba de calentar a los rivales y a la afición, en particular a la mexicana. Para el abuelo significó el mayor de los disgustos, no porque fuera un hincha que respira fútbol y no puede faltar al estadio para gritar por los colores. No, esto iba más allá de las estadísticas entre ambas selecciones, esto era un insulto para los mexicanos y su historia. ¿Qué se creía ese güero? “¿Cómo sus hamburguesas le pueden ganar a nuestros taquitos?”, expresión que no solo le escuché a mi abuelo sobre el delantero de las Barras y las Estrellas. Puesto que en los años venideros, ese «Capitán América» era el gran enemigo de nuestros aztecas.

A mis casi 10 años, no sentí la molestia o incluso odio que provocaba un futbolista de apenas 20 años, pero sí hubo una sensación de tristeza porque México ya no tendría otro partido, al menos eso decían en el televisor: “terminó, no llegamos”. En cambio, para mí fue el comienzo de una complicidad con el abuelo. Él abogaba por nuestra causa, para que junto a mi hermana tuviéramos la complacencia que dejan los compromisos en el campo, por lo menos algunos.

Actualmente, este entretenimiento no se ha ganado un espacio en su vida, mas hace lo posible por entenderle. Sea un Mundial o ahora, para nuestra alegría, una Liga MX Femenil, al igual que una reciente decepción por parte de la Selección Nacional de esa rama; él está listo para escuchar sobre jugadas, jugadores o jugadoras.

Así es el fútbol, una catarsis o curiosidad que despierta una desbordada pasión cada Mundial, esa que desea otorgar la coraza para finalmente vencer al fantasma del quinto partido.

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