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Michoacán, Guerrero y el espíritu jabalí

A la música tradicional hay que seguirla alimentando, aunque no sea fácil. Son palabras de César Vázquez en una charla realizada en un jardín céntrico de la ciudad. Trae gafas oscuras y cubrebocas, así que hay algo de misterio en ese joven que representa a una nueva generación de músicos enamorados de los sones de Guerrero y Michoacán.

Si alguien sabe aprovechar las herencias es él. De su padre absorbió el talento para tocar la guitarra cuando apenas tenía ocho años, pero no conforme con eso, la vida lo llevó a buscar otros sonidos, otras historias, otras culturas.

Nativo de Ciudad Hidalgo, ya en los territorios urbanos y con la suficiente edad para salirse a la calle retomó las cuerdas y probó suerte con un pequeño proyecto de música de protesta latinoamericana. Tiempos donde recuerda a un profesor llamado Lázaro Quintana, aunque él mismo duda si el apellido es el correcto.

Dice que se decidió a estudiar filosofía porque encontró un camino ideal para el análisis del campo artístico. Así se involucró en terrenos como el teatro, la danza, la pintura y la reconstrucción de instrumentos prehispánicos, lo que concretó con el grupo Popochtli.

Todo comenzó en Guerrero

En esas andanzas conoció a un artista nacido en Guerrero, en Tlapa de Comonfort, para ser exactos, quien interpretaba sones de Tixtla. Fue lo que lo enganchó a la música mestiza, por ahí del 2013. Ese contacto lo llevó a lecturas sobre el arpa grande de Michoacán, y entonces se desencadenaron una serie de buenas conexiones. Conoció a músicos y promotores como David Durán, Jorge Amós, Gustavo García y varios más que ya se dedicaban a tocar e investigar la música de la Tierra Caliente en el estado.

Nunca estudió la música de manera formal. “Todo ha sido lírico”, dice, aunque recuerda que su cercanía con otros colegas lo llevaron a talleres donde perfeccionó la ejecución del arpa grande. En este punto es donde vale la pena recordar el enorme esfuerzo de una generación anterior, la de personajes como Durán Naquid, Raúl Eduardo González, Camilo Lachino y Jorge Amós, unos en el ámbito de la investigación, otros en el trabajo de campo.

Sin la realización de festivales independientes, campamentos de enseñanza y publicación de obra, tal vez no hubiera existido la semilla para que un joven como César se interesara por los sones de esos terruños.

Buscando un nombre

El gusto por los fandangos, el baile de tabla, la fiesta en familia y la poesía campesina lo llevaron a formar en 2014 una agrupación bautizada como Yolotl Irericha. “Queríamos tener un proyecto propio, uno que fuera más allá de las fiestas que se hacen en los pueblos”, recuerda. Y precisa que comenzaron con sones de Tixtla, para lo cual tuvo como aliada a Maricela Roca. Era una fusión de culturas, que en cuestiones sonoras exploraba sones abajeños y de la Meseta Purépecha.

El siguiente paso fue fundar Los Fandangueros, por lo que incorporaron el violín, la guitarra de golpe, la vihuela y el arpa. Sin embargo, ese nombre ya era usado por otros artistas y resultaba demasiado genérico. Luego de una lluvia de ideas se inclinaron por Los Jabalíes, conformado en la actualidad por Hirepan Madrigal en el arpa, Marisela Roca en la vihuela, Monserrat Araluce en la guitarra de golpe y el propio César Vázquez en el tamboreo y la voz.

¿Pero cómo es que César concibe esta música? “Para saber lo que estás haciendo es importante conocer de dónde viene, o cómo es que a México llega el son. Es una mezcla de lo indígena, lo afro y lo europeo. Es necesario entender eso para concebir al son de manera más amplia. En los sones se reflejaban muchos comportamientos humanos, desde el cortejo y otros detalles que al final la música de tierra caliente recoge”.

Es una música viva, dice, pero tiene sus matices, no cambia de manera tan constante.

Por razones de edad, nunca conoció a los maestros que se pueden considerar leyendas como Leandro Corona o Andrés Tomás Huato, pero durante estancias en la costa-sierra sí que ha conocido a muchos maestros tradicionales, tal vez no tan afamados, “porque se trata de una zona donde hay mucho celo por las tradiciones y no se comparte ni se abre tan fácilmente”. Entre sus profesores están Rodolfo Garibo Ruelas, a quien reconoce como una de sus grandes influencias.

Que la creación no se detenga

Aunque se trata de una tradición, César afirma que es viable seguir componiendo, renovar el repertorio. “Puedes meterle nuevos versos al son de la Peineta, es válido, hay que respetar la estructura, saber si es verso, si es décima o seguidilla. Si mantienes las reglas musicales y en la poesía, claro que puedes componer, ya sea en el sentido de la crítica, la reflexión y hasta lo chusco”.

A los sones de Tixtla los concibe como una música mucho más cadenciosa en comparación con los sones michoacanos. “Los acompañamientos con arpa te transportan a otro lugar, es muy provocativa, menos arrebatada, es el cortejo constante, poco a poco”.

César cree que esta música se va a preservar, pero también distingue que las masas no están interesadas en ella. “La gente ignora su raíz musical, pero a nuestra generación nos corresponde contribuir a que se mantenga viva, aunque es un camino difícil”.

Agrega: “En Morelia vamos juntos Jabalíes, Marcumbé, Arrieros del Son. Nos salimos a la calle o donde sea y de una u otra forma llamamos la atención, ya sea por el violín, por el arpa, por la voz. Esa labor cotidiana genera algo más allá del evento, rebasa al espectáculo mismo. Conservarla depende de todos, de los artistas, de las instituciones y del público”.

Por fortuna, Los Jabalíes ya forman parte de las producciones de la Fonoteca Nacional cuando participaron en el Encuentro Nacional de Jarabe. “Hay que aprovechar cuando hay buenos momentos, y creo que ahora la interpretación del son pasa por una buena racha”, dice César, que después se quita las gafas y acaricia el arpa grande.

 

 

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