Por: Héctor Echevarría
Hay en Uruapan una colonia edificada entre unas enormes tuberías oxidadas. Irónicamente, se llama El Vergel. Al mirar los techos desiguales de las casas, pienso que hay una belleza implícita en el desmembramiento urbano. A pesar de la pandemia, aquí vienen los jóvenes a chapotear en los pequeños canales de agua; también vienen a fumar marihuana. Ríen. El tiempo no pasa. O transcurre muy lentamente, auspiciado apenas por el monótono ruido de un chorro de agua que emerge de una tubería dañada, incrustada entre dos casas de madera.
Pienso, asimismo, en el drama de habitar. El ser humano busca refugio en medio del carácter intempestivo de la vida. Hasta en las cloacas. Supongo (sólo supongo) que la mayoría de las personas que habita la colonia El Vergel — aledaña al Centro Histórico— en un principio no poseía ningún título de propiedad: la conformaron, en todo caso, paracaidistas. Obligados por la necesidad, construyeron sus casas a la vera de un sistema riguroso de tuberías, como en el libro de Etgar Keret.
Sin embargo, los tres árboles que aún forcejean majestuosos entre las casas hundidas señalan un pasado glorioso que acaso hizo honor al nombre de la colonia. Es entonces cuando recuerdo las palabras de los más viejos: “Uruapan era un paraíso en la tierra, un vergel. Kilómetros y kilómetros de verdor ininterrumpido, donde florecían las más variadas especies de frutos y plantas.”
Semejantes descripciones corresponden a un tiempo perdido, inexplicable para los más jóvenes. Como sabemos, Uruapan en el presente es un lugar destinado exclusivamente al cultivo del aguacate, que, dicho sea de paso, deja inservible la tierra. Cada vez que pienso en el drama que sufrimos los habitantes de Uruapan, lo vinculo inexorablemente con la descripción que hace Juan Rulfo en su célebre cuento Nos han dado la tierra: “Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.”
En eso se está convirtiendo Uruapan. En un “duro pellejo de vaca”, como diría Juan Rulfo. ¿Qué sembraremos en el futuro? ¿Ya no existirá ni el más mínimo vestigio de ese vergel que relataban maravillados moradores y viajeros? ¿Sólo quedarán los recuerdos? Mientras estas preguntas embargan mi alma, un niño camina entre las rutas laberínticas de las tuberías. Se aleja hasta desaparecer. Con él se marchan uno a uno mis pensamientos.
Otro día más en mi ciudad natal.
Imagen: Jaec/ Flickr
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