Icono del sitio Revés Online

Poesía: un texto de Erik Moya (Segunda parte)

Fotografía de Bruno Molina

Poesía: un texto de Erik Moya (Segunda parte)

Segunda entrega de «De la página cae un derrame fluvial que no es mi llanto»

*
La ausencia del mar: una luna encallada en el fango; un arrecife seco; las huellas de animales no descubiertos y luego tú, rodando en la cuenca oceánica de tu voz de niño.
Juluis,
¿ves la gran sombra ante tus ojos:
25 metros, un olor a crustáceo y arena mojada?
Es el pronóstico de todo mal tiempo.
*
Estás repleto de hematomas de un color impotente, como la noche dentro de una ballena. Tomas fotografías a la extrañeza del cuerpo. Escribes una protesta en las redes sociales; la publicas junto con las fotos. Duermes de forma inexacta.
Despiertas, revisas las redes sociales: una marea por sí sola no es violenta. Alcanzas la viralidad exacta, el punto medio de las preocupaciones falsas. Solo basta un elemento que provoque tal alboroto. En medio de las aguas, un casi ahogado. Entre la multitud, solo algunos saben nadar y, de esta porción, no todos saben de salvamento.
*
Continuamente disfrutas ver a las anguilas que se asoman por tus poros, no evades los espejos. Tienes los labios morados, las escamas secas. En los ministerios públicos no hay muro refleje nada, no hay rostros. Todos llevan el mismo cáncer en la cabellera.
Te muestran retratos digitales. El lubricante de tus ojos desaparece. Horas después, identificas a policías. Faltaron pruebas de agua y designios divinos del mar abierto. Nadie es castigado por la fuerza del tridente.
Una alberca de olas fabrica el movimiento rígido del agua. Difuminar la escala de la tormenta; desaparición de los cuerpos en la arena. Pocos peces sobreviven a la caída y siguen el curso de la corriente.
Te encierras en un cuarto de renta más servicios.
Caminas por la banqueta dos veces a la semana; un jersey deslavado, licra y gogles; te espera el rectángulo incrustado en el pavimento. Te sumerges en el lago vencido de la piscina. Tallas tus piernas; recuerdas que fueron motor de agua; palpas el fondo; encuentras una ciudad inundada; encuentras un pergamino donde se lee:
Me han sacado del mundo .
*
Decidí contar secretos de ultramar a desconocidos. Pronto nos sumergíamos en un líquido afable. Me invitaban nadar en cualquier agua oscura. Felices, porque necesitábamos de la penumbra de un fondo, un abismo distinto al de nuestros estómagos. Fue ahí donde se revelaron los secretos de la carne y su luminiscencia. No quisimos acatar la regla principal de nado: Esperar por lo menos 2 horas si se tiene la barriga llena (un abismo es una profundidad sin fondo, un vacío. El vacío también ocupa un lugar en el espacio y nuestros espacios clamaban ser llenados). Sin embargo, es un mito que la sangre se desvíe de brazos y piernas hacía el tracto digestivo, leí esta línea en un artículo científico. Entonces, ¿por qué siempre nos ahogábamos uno frente al otro?
Nadar abrazados no era la mejor forma de sobrevivir.
*
Observas el gran espejo en la pared del agua: el desastre natural de las cosas.
Imaginemos una ola de 25 metros a la orilla del mar: el resultado son estas dos alberca destruidas, Juluis. Detrás de una ola inmensa le prosiguen otras de menor medida: 22, 20, 18, 15, 12, 10. A pesar de los daños, tu cuerpo recuerda a través del pecho; memoria muscular. Tus brazos reman el agua hacia los pectorales; asomas la cabeza; tomas aire; tus manos como dagas hacia enfrente para escapar del mosaico.
Un espejo es cualquier agua en calma. Tan extraño, piensas. Dentro de toda tranquilidad hay movimiento. Observas tus ojos, grandes rectángulos encajados en el rostro, destruidos.
Ahí, dentro de ellos, nace la furia
de un mar picado.
*
Juluis (navegante), tus ojos no quieren, no deben estar llenos con agua del litoral. Comprendes que la venita roja no es una variación de la ternura, pero sí del delirio. El paisaje más hermoso está adentro, esperándote. Si lo deseas, tu nariz crecería en tu espalda. No un espiráculo. Una protuberancia arraigada en las vertebras. Así tu cabeza no traicionaría tu respiración y nunca saldrías del agua. Imaginemos que tu rostro no sigue maldito y que el paisaje más hermoso está adentro, esperándote. Cuentas las arrugas en las yemas de tus dedos, surcos donde se esconden las pulgas de arena. Imaginemos un mar casi transparente. Tratas de no olvidar el ardor de la sal. Das brazadas errantes en los ojos de agua, bajo las cavidades subterráneas, bajo las cejas. Te pones frente al espejo, un horizonte de espigones y el huracán muerto en tu espalda. Tras la ventana, el sol pestañea; con un dedo lo tapas: pantalla táctil y las ondas cortan el agua, el reflejo de tu cara.
*
La lámpara de noche apunta hacia un lienzo rocoso, hacia la tempestad: las costras de la piel. La sombra de tu cabeza es pulpo decapitado. Te absorbe. Derrame de tinta. Todo se apaga.
¿Qué lugar es este?
Esta vez no hay descripción, Juluis. Puede ser cualquier superficie: zona abismal, por ejemplo. Tratas de encontrar la luz.
¿Cuál luz?, no juegues conmigo.
De tanto palpar sientes el azulejo. Pequeños cuadros donde estás encerrado. Flotas verticalmente. Desprendes costras del pecho. Heridas que encuentran su lustre. La iluminación rebota en tu cara. Tus piernas, como las de un feto, recuerdan:
Empujar como rana para llegar a la orilla de la grieta
y después abandonarla.
*
No entiendo, aquí estamos a 1920 metros sobre el mar. No entiendo la tempestad de esta ciudad no marítima que me golpea con sus olas. En realidad, no sé si el cuerpo se desprenda con el agua, pero se transforma, porque las olas arrebatan el sebo que lo lubrica, y duele ver como el cuerpo se hincha, se arruga. El agua penetra en hilos como leves víboras punzantes. El agua llena los recovecos del cuerpo, ahí donde debería haber algo, pero no lo hay; huecos invisibles. Los científicos dicen que es una reacción autonómica del sistema nervioso y las arrugas de los dedos dan más agarre, como el labrado en la llantas de un carro, como la piel rugosa de un madero.
No entiendo, mi cuerpo sí se desprende con el agua y, a la deriva, también puede convertirse en un barco ebrio.
*
Si presagiaras el vuelo del albatros, el peso de las alas grandes, la extensión del mar, la ausencia de la tierra, la duración del viaje, el exilio. Si presagiaras, Juluis, sabrías que el albatros descansa sobre el lomo de una ballena blanca.
Se cree que las ballenas blancas existen donde nada toca la luz, donde no hay heridas, donde no hay voluntad.
Una ballena blanca fue vista tomando aire horizontalmente. En esa época no existían las fotografías.
Otras veces ha sido tocada por la yema que cambia una página.
Donde hay una extensión blanca, hay una fragata repleta de balleneros.
*
Siempre quisiste prenderle fuego a la alberca. Verla hervir de miedo. Sin embargo, fuera del agua eres vulnerable. Los balleneros desean el esplendor de la sangre. Te olfatean.
Y, he aquí, pues, capturado nuevamente, Juluis.
Judiciales bajan de una camioneta sin insignias. Te resistes.
En plena mañana, frente a toda persona, te suben. Te golpean. Te escupen en la cara. ¿Creías que tu denuncia iba quedar así?
Imaginas un vórtice de sangre en medio de una alberca.
Con nosotros no te metas.
El judicial enciende un cigarro y en este instante deseas invocar a voluntad un regreso furioso de las olas, un mar de alcohol que brote de tu pecho, que con el cigarro prendido alimente a estas aguas que son la hoguera perfecta.
*
Recuerda si cuentas mi historia, llámame Juluis.

 

*Fotografía de Bruno Molina

 

También puede interesarte:

Poesía: un texto de Erik Moya

Salir de la versión móvil