¿En qué momento las bandas de viento dejaron de tocar música popular mexicana para emular a los más cursis exponentes de la música pop? La degeneración de estas agrupaciones comenzó en la década de los 90, ante el aumento de un público, tanto rural como citadino, ávido de explayar su más básica y elemental sensiblería…
Que me toquen la cococha
Que me toquen la cococha,
lo que quiero es pachanguear;
que me toquen la cococha,
lo que yo quiero es gozar.
Canción popular
Por Jorge A. Amaral
No hace mucho, el estimado y serio director de una revista en línea para la que gustoso escribo, se quejaba de los ensayos nocturnos de la banda de viento con la que está avecindado; yo le sugería comprar unas caguamas, unos cigarros e ir a escucharlos, incluso llevarles dos botellas de cualquier bebida espirituosa. Con mi pueblerina idiosincrasia es lo que yo hubiera hecho, pero por otro lado, se entiende el hartazgo. Me explico.
Ah, tiempos aquellos cuando las bandas de viento tocaban música ranchera, sones, boleros, una que otra cumbia, marchas y valses; cuando eran realmente de viento, cuando de verdad reflejaban ese ambiente campirano, cuando obedecían a la tradición de las bandas sinaloenses como El Recodo, aún en vida de Cruz Lizárraga, o La Costeña, de Ramón López Alvarado, cuyos acompañamientos a Antonio Aguilar hicieron de “Lamberto Quintero” y “Tristes recuerdos” auténticos himnos de la borrachera.
Y si nos vamos más atrás en la historia, referencia obligada es la Banda Los Tamazulas de Culiacán. Acá, cerca de Morelia, teníamos –no sé si siga activa– a la Banda Intermunicipal de Tarímbaro, de mi muy estimado maestro Pedro Samuel Medina quien, teniendo yo doce años, me enseñó a tocar la trompeta de tal forma que pude con “El niño perdido”. Desde entonces siento un gusto especial por la vieja guardia de las bandas de viento.
Pero esa forma de hacer música de banda vino en declive cuando, aprovechando un naciente mercado juvenil rural y urbano, comenzaron a incluir vocalistas en sus alineaciones, algunos instrumentos eléctricos (las llamadas tecno-bandas de la primera mitad de los 90, principales culpables de este degenere) y, al haber quién cantara, letras que comenzaron a volverse melosas, y es que los novios gruperos también tienen emociones y necesitan una catarsis muy a su medida, sin complicaciones poéticas, sin metáforas: cursilería en su estado más bruto. Lo malo de esto fue que, más allá de las cumbias, corridos y temas rancheros, comenzaron a recrear baladitas insulsas emulando a la música pop y su recalcitrante patetismo.
Siempre que escucho esas muestras de sensiblería grupera suelo pensar, o decirlo si hay confianza: “A mí que me canten un corrido o una ranchera, que me toquen un son o me pongan a bailar con una cumbia, que para baladitas pendejas ya tenemos a Mario Domm”. ¿Exagero?, échense este trompo a l’uña: “Me iré ya por el camino / de la vida incierta / dejando mi corazón en tu regazo, / para que lo guardes / como un cariño incierto / en el cofre encefálico, / viviendo en tus recuerdos / mientras regreso espero no haya muerto”, Banda Pelillos, “Frío de ausencia” (¡mocos!). Y claro que este tipo de comentarios en YouTube no se hicieron esperar: “K linda cansion ..y k recuerdos” (Sic.).
Afortunadamente no todas las bandas han caído en esa dinámica mercantilista de tratar de afresar, y en su defecto abuchonar, al público grupero, pues hay agrupaciones que se mantienen fieles a una tradición de casi 100 años en la música popular mexicana. Un ejemplo de esto que les digo es la Banda MM, una banda sinaloense en toda la extensión de la palabra pues a pesar de no sé cuántos discos grabados (yo sólo tengo 20) no han caído en la tentación de grabar con un vocalista, ni mucho menos de tocar baladitas o alteradas; no, lo que la MM ha hecho ha sido mantener en el consciente colectivo esas melodías que ya forman parte de una tradición musical.
Por poner ejemplos, en su disco Corridos famosos tocan “Valentín de la Sierra”, un corrido que fue compuesto entre 1926 y 1929 durante la Rebelión Cristera, y en el mismo disco aparece “Caballo prieto azabache”, que yo conozco con Antonio Aguilar y que cuenta la historia de un equino que salvó a su dueño de ser fusilado por las tropas de Pancho Villa, un corrido verdaderamente excelente.
Por eso es que, tomando en cuenta el repertorio actual de la mayoría de las bandas de viento y grupos norteños (aunque estos aún conservan cierto arraigo), se entiende la molestia de este amigo del que les hablaba al principio. Esa es la razón por la que ni me salgan con su toro pinto cola enroscada (me dueles Banda Zirahuén, antes eras chévere), que yo prefiero “El toro mambo”; no me jodan con su pinche mechón, a mí, que me toquen la cococha. Salud.