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Querido Diario

Por Omar Arriaga

El mundo es para quien nace para conquistarlo

Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón

Fernando Pessoa

Abierto a todos los males capitales, el corazón, poco a poco, primero, después, como una ráfaga, llenándose de angustia entre calles y calles que no tienen salida: te espero siempre de pie, como los árboles mueren, junto a la plazoleta aquella que tanto te gusta. Mírame bien, ¿puedes distinguirme entre los colores de la piedra, recargado? Estoy esperándote. Ven ya, que esta pared se adensa, cicatriza con mi espalda que sólo quiere sentir las sabanas frías de tu cama tocándole el comienzo de la espina dorsal. Me detengo frente a ti cuando pasas, finalmente, aunque acompañada por ese chiquillo insolente de tu novio que no te deja jamás. Me detengo frente a ti y él no reacciona; espera, al igual que tú. Te amo, he estado buscándote desde hace tanto que lo de menos es ya si eres tú… aun así te amo. Ahora lo sabes.

Son como las doce y media de la noche. Estoy emputadísimo porque ella no está, no ha hablado en todo el día y pase lo que pase soñé que se iba a coger con algún otro; no con cualquier otro, ya te imaginarás con quién. Es cierto, de sobra las cosas que uno imagina son más reales que eso que llamamos realidad. La realidad debería de ser le rêve y no esta caricatura. Te gusta que escriba en francés, ¿verdad? La vi, haciendo eso que los franceses llaman “la pequeña muerte”.

Por mi parte, yo no estoy hecho para querer a nadie; ahora mismo te digo que te amo, pero mañana mismo podría estar imaginándote con, por ejemplo, este tipo, el imbécil que es tu novio. Además, por si no fuera suficiente, sigo extrañando a la Petrarca aquélla, la que de cierta manera me tiene así: envejecido prematuramente como el pavimento de un verso de Mallarmé. El amor, la estupidez que creí que era, me está venciendo; es una losa muy pesada para irse cargando por más de cinco años: y voy por el sexto. Crees que soy un demente; ¿a poco no? Me lo imaginaba. Ya no te quiero. Puedes irte por ahí, como la desgraciada ésa; puedes irte a desgraciarle la vida a alguien  más, con tu asquerosa y ridícula cara de paloma venida de Francia.

No, no quiero nada y no quiero a nadie. Lárguense todos. Yo solo puedo levantarme. Yo solo puedo ser ciudad y habitantes, yo solo puedo cargar el mundo en mis espaldas y tocar con mi lira para que el día de mañana en la mañana amanezca nuevamente. Jajajaja, qué risa de espasmo.

Pero ¡largo de aquí!; he dicho que no quiero nada y nada quiero. Salgan de este escrito de una vez; salgan les digo; dejen de leer; déjenme solo, no quiero estar con nadie. Largo… o si no, apagaré la luz. Dejaré de escribir. No se entenderá nada. Pondré punto final y nadie volverá a oír de mí.

Lárguense, ¿no entienden? Soy el estúpido que piensa que su juicio puede cambiar al mundo pero que se empecina en confesarse incapaz de todo, aunque en realidad, su realidad, mi realidad, es que diga lo que diga todo va a seguir de la misma manera estúpida, porque le monde está hecho para los que pueden conquistarlo y no para los que sueñan que pueden hacerlo aunque tengan razón ¡y al diablo con esta tontería!, que si no se largan, yo… pinches viejas hijas de la chingada, fisgones, lector fisgón hijo de la chingada al que aciaga e inevitablemente estas páginas están ungidas, mujeres imposibles venenosas para el amor: el mundo, como dice el borracho de Los Ángeles, nos falló a ambos, ¿me oyen?, ¡a ambos!, y si no se largan en este momento, si no dejan de leer ya, me largo yo. Bien, pues me largo yo.

omarastrero@hotmail.com

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