Revés Online

Región Monopoly

Por Mauricio Neblina

Aliento perfumado a pulque agrio que a diario descansaba en su boca, más un leve empujón, fue la fórmula perfecta que él utilizaba para robar con delicadeza carteras y monederos que descuidadamente estaban guardados en algún bolsillo de las prendas de la gente que viajaba en el metro.

Esta mañana el Gobierno Capitalino inauguró la linea 12 del Metro que corre de Mixcoac a Tlahuac. La imagen en la estación Atlalilco FOTO: Miguel Dimayuga

El que era despojado de sus pertenencias lamentablemente no se daba cuenta de lo sucedido durante su viaje en transporte público hasta que requería pagar alguna necesidad. Mientras, Timoteo, o Teo, como gustaba que le llamaran, desechaba fotografías, tarjetas de crédito o débito, licencias, identificaciones, condones, imágenes religiosas, notas, cheques y cualquier basura que se pudiera guardar en una cartera o monedero. Con lo único que se quedaba era con los billetes y las monedas que le servían para pagar un asqueroso cuarto donde vivía solo, su dieta basada en sopas instantáneas y garnachas; alcohol, frecuentemente pulque, y tabaco.

Acostumbraba visitar una pulquería en la calle de Mesones en el Centro de la Ciudad, donde regularmente se intoxicaba de un sanador pulque sabor avena. En aquel lugar, mientras bebía grandes cantidades, disfrutaba de conversar con otros borrachos, con estudiantes e incluso a veces se atrevía a charlar con mujeres, intentando llevarlas a un hotel cercano para acostarse con ellas. Alguna vez tuvo éxito. Así pasaba sus lunas; platicando, fumando y bebiendo hasta que el elixir le indigestara y provocara una explosión dentro de su estómago que como consecuencia hacía que trozos de masa, carne y pasta artificial provenientes de su boca, se depositaran en el suelo.

Las elecciones en el país daban un resultado nefasto para algunos, impensable para otros y maravilloso para unos pocos. Bajo el lema de “Ahora sí” y una cancioncita más o menos como la siguiente: Porque ahora sí/ ahora sí/ rumbo al cambio/ vamos juntos/ ahora sí/ ya cambiamos/ renovamos/ reformamos para ti/ porque ahora sí/ ahora sí… se esperaba una nación reconstruida con base en decisivas reformas estructurales y pasos precisos, que a manera de manual, el gobierno debería seguir para que supuestamente la condición de vida de los habitantes de aquella región mejorara.

Debido a la información difundida por diferentes medios de comunicación independientes y fuentes alternas a la televisión, en poco tiempo se desenmascaró el verdadero mundo orwelliano basado en promesas, ilusiones y simulaciones construidas que se vivía a diario en todo aquel territorio funcional que dicen que no me acuerdo cómo se llama, y que sirve a sus políticos y a sus empresarios como un descomunal tablero de Monopoly donde pueden desplazarse por toda la superficie comprando propiedades que simultáneamente generen ganancias.

Algunas personas se preguntaban cuándo bajarían los precios de la luz y de la gasolina. Otros peleaban por la inseguridad más acrecentada que nunca. Otras tantas exigían la renuncia del actual gobierno. El vandalismo crecía. La estupidez de los ciudadanos se acentuaba. Los militares eran agarrados con las manos en la masa o lo que es igual, con las armas a punto de hacer explotar la cabeza de los ciudadanos. En tanto, los políticos compraban réplicas similares de la White House de Estados Unidos. Las personas que habitaban en esa tierra, llámese como se llame ese pedazo de suelo, vivían a diario un ambiente pestilente como si caminaran sobre un río de fétida basura; no sólo por los malos manejos de la burocracia, sino también, como ya lo mencioné, por la idiotez acrecentada de cada una de aquellas personas.

Pero la historia que cuento se centra en mi amigo Teo. Una de esas tantas reformas pretendía acabar con los actos delictivos no violentos, como el robo de carteras en el transporte público o cualquier otro asalto menor. Lo peculiar es que no era por medio de castigos penales sino a través de un programa de readaptación ciudadana que consistía en el cobro de fuertes cuotas fijas de impuestos a los que llevaran a cabo esos crímenes, o en su defecto, impulsar a los delincuentes menores a conseguir un empleo formal como oficinistas de alguna empresa. La idea aparentaba exclusivamente una buena intención a favor de la ciudadanía, pero la principal razón de esta ley era que, de una u otra forma, hubiera más contribuyentes. En aquel país lo que le importa al gremio político, como en el Monopoly, es producir dinero como se pueda.

Mediante vigilancias policiacas, Teo fue identificado como criminal menor y obligado a ser parte de dicha reforma de readaptación. Eligió seguir con su deshonesta actividad y retribuir la cuota correspondiente al gobierno por ejercer su delito, argumentando que prefería seguir vagando por las calles y pagar por ello que meterse en una oficina a seguir órdenes de cualquier mozalbete.

Al final de cada mes, Teo debía ir a rendir tributo a los líderes. Si le llegaba a faltar un sólo peso, inmediatamente lo meterían a prisión. A pesar de ello, aunque prescindiera de algunas comidas a la semana o redujera el consumo de sus vicios, lograba cubrir el precio tributario a su debido tiempo. Sin embargo, la estabilidad económica del país no iba del todo bien y como consecuencia los productos fueron subiendo de precio, los contratos empresariales se redujeron y los salarios se quedaron estancados. La gente ya no cargaba consigo billetes porque seguramente no los tenían, lo que para Teo significó que su bolsillo se viera casi por completo roto y estar a un paso de ser privado de su libertad. Hubo muchas ocasiones en que comía sólo tres veces por semana para cumplir con la tasa impuesta. Sus dos placeres y fuentes de felicidad, pulque y tabaco, desaparecieron de sus posibilidades.

Poco a poco en su rostro se percibían los recuerdos extintos de lo que alguna vez disfrutó. Su corazón, a falta de alimento, chupaba la energía que quedaba en su cuerpo hasta corromper su voluntad de mantenerse erguido. Paulatinamente se vio obligado a dormir en las calles porque le era imposible pagar el cuarto donde antes vivía. Su libertad se veía cada vez más limitada como la de todas las personas de aquella región.

Resignado y con el anhelo de tener una mejor condición de vida, decidió aceptar el trabajo como oficinista en una empresa que el programa reformista ofrecía. El gobierno había ganado una batalla más y unos cuantos pesos en sus cuentas bancarias por cada delincuente readaptado.

Condenado a percibir una limosna como salario y con anhelos imposibles de ascenso, su vida, por lo menos, regresó a ser la misma de antes. Volvió a rentar un asqueroso cuarto para dormir por las noches y comía sopas instantáneas o garnachas tres veces al día. Aunque le sobraba dinero para satisfacer su necesidad de pulque, dejó de hacerlo ya que al regresar a casa no le sobraban energías para visitar su pulquería favorita o conversar con más personas.

Sólo quería recostarse y esperar el amanecer para volver a hacer lo mismo una y otra vez. Tenía un horario que debía cumplir cabalmente. Permanecía sentado en una incómoda silla rodeado de cuatro paredes de plástico mientras atendía llamadas telefónicas durante casi todo el día. Sometido al estilo de vida cotidiano de permanente mecánica funcional no le quedaba más remedio que fingir una sonrisa e intentar a diario convencerse a sí mismo de que aquello a lo que se dedicaba en verdad le gustaba.

Creo que sigue trabajando en ese mismo lugar y seguramente brindará sus servicios toda su vida para que otros se hagan más ricos a costa de su esfuerzo mientras a él le lanzan unas cuantas monedas al suelo para que viva mínimamente cómodo. ¿Cuántos Timoteos habrá en aquel descomunal tablero de Monopoly?

Salir de la versión móvil