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Regurgitación inmobiliaria

 Los libros tienen sus propios hados.

Augusto Monterroso

 

Por Paulo Neo 

Esta mañana iba tan dormido al salir que, sin notarlo, introduje la llave al revés. Luego de forcejear un buen rato, pude extraerla, cerciorándome de que estaba efectivamente cerrada. Apenas hice esto, sentí un ruido oscuro y denso que provenía desde el interior de la casa, pero no le di ninguna importancia, pues como dije, estaba apenas despierto y ya iba tarde al trabajo. Aunque lo cierto es que sentí como si algo se acomodara allá dentro, una especie de regurgitación inmobiliaria, si se me permite la imagen retórica.

Ahora bien, que en la oficina apenas si serví de gran cosa. Despaché algunos asuntos urgentes y me dediqué, el resto del día, a pasar el rato cavilando en el asunto de la puerta y el extraño sonido de la mañana. Conforme pasaban las horas, una ligera sensación se iba apoderando de mí. Por supuesto, no alcanzaba a entender de qué se trataba, pero la cosa no hacía más que preocuparme y me sumía en una profunda depresión anticipada.

A eso de las cuatro ya no pude contenerme más y pedí permiso para retirarme, aduciendo una violenta descompostura estomacal. Mi jefe, hombre de escrúpulos dudosos y sobrada falta de conmiseración, coincidió en que necesitaba algún reposo, pues dijo verme “pálido como uno de esos muertos recientes”.

Llegué a casa corriendo, con el corazón palpitando exageradamente fuerte. La puerta se abrió con toda normalidad, pero apenas giró la madera, entendí que algo no andaba nada bien.

Antes de entrar, volví al pasillo, asegurándome de que se trataba del piso de siempre. Allí estaba el felpudo gris del vecino del 2C, la pintura descascarada de la señora del 2B, la lámpara rota de la escalera. No cabía lugar a dudas, era el piso de siempre, la humedad y la mugre a la que estaba acostumbrado. Volví a pararme en el umbral y junté las fuerzas necesarias para echar una mirada al comedor. Podía reconocerlo todo, pero algo estúpido y demencial había sucedido. Alguien, o algo, más bien, se encargó de cambiar absolutamente todo de lugar.

La disposición de los espacios y los muebles ocupaban un sitio idénticamente contrario al anterior. Esto es: la cocina ya no estaba a la izquierda, si no a la derecha; mi escritorio no miraba a la ventana del frente, sino que daba contra la pared del comedor; las bibliotecas no sólo habían sido mudadas de lugar, sino que el orden de los libros había sido invertidos; lo mismo sucedía en el baño, pues apenas se abre la puerta, uno se encuentra con la ducha y debe pasar por encima de esta para poder llegar luego al lavamanos; la habitación no escapaba a esta absoluta lógica inversa: la cama y las mesas de luz ocupaban ahora el lugar bajo la ventana (más tarde descubrí que en el ropero, que ahora ocupa la esquina contraria, la ropa estaba dada vuelta al revés, con las costuras fuera); y así, todas y cada una de las cosas.

La única solución al enigma que se me ocurre es que, de alguna manera, esta misma mañana, al introducir equivocadamente la llave, he logrado abrir una puerta distinta. Sin quererlo, encontré el camino a cierta fisura en la existencia sensorial que dio lugar a una realidad paralela. Ahora bien, que esta nueva realidad termine resultando tan pobre y contraria a la anterior, no es en absoluto culpa mía, que conste.

My desk

Así las cosas, aquí me tienen ahora, escribiéndole una carta a mi mujer para decirle que la odio y nunca debería irse de México, deshaciéndome de todos estos valiosos volúmenes acumulados a lo largo de los años, llamando a algunos amigos para decirles que no se los extraña en absoluto y escribiendo estas líneas para que terminen directamente en el tacho de basura.

Que por cierto, ya no está a la derecha del escritorio, si no a la izquierda.

 

 

*Paulo Neo (1980, Santa Cruz, Argentina). Durante más de una década hizo música y radio. Algunos de sus textos participaron de antologías publicadas en España. También ha colaborado en diversos medios de Argentina, Colombia y México. Su libro Microficciones Ilustradas fue publicado en 2015 por la Editorial Libris y cuenta con ilustraciones del artista plástico mendocino Andrés Casciani.

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