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Sabe a melón o la ruta del lubricado vértigo

Antonio Monter Rodríguez

 

Uno. Comienzas por los pies. Quitas los grilletes, los amarres a la moral en turno, los zapatos o las botas aferradas al qué dirán, a la fidelidad de cuerpo y alma… Desnudas los dedos, cinco del gordo al minúsculo. Ya sabías, pero cuentas uno a uno, con parsimonia, con ternura dactilar, con caricias de alfabeto, cada letra repasada entre sus dedos, hasta donde llevas tus labios y los besas. Los pies de una mujer, sus dedos como alas abiertas, mariposa en vuelo a la densidad erótica.

Dos. Entre los dedos de los pies y los tobillos, hay una resbaladilla inversa. Subes. Aunque suene extraño, te deslizas hacia arriba, a una cumbre rematada en columna. Sostén del cuerpo. La fuerza tractora que hará posible el andar y el prodigioso movimiento. Coyuntura que permite mover en círculos los pies, adelante, atrás, ven mira, soy tuya, te anuncia con el pie cuando hay deseo y uno asiste a ese par de tobillos sin ánimos de zapatillas de cristal ni andar de infausta princesa rosa…

Tres. Hincado, con el culo encañonando al cielo, es como se debe tratar los pies de la mujer amada, amada la que tienes frente a ti en el momento que puedas y lo consigas y ella diga sí o la convenzas acaso con la fragancia densa de un ron pasado por barriles de roble… roble como la textura de sus piernas. Primero las pantorrillas, leve curvatura si acaso no es deportista o juega futbol. Pero a ti no te interesa la mujer de gimnasio, sino la fresca y natural, convocada únicamente por la herencia y la genética… Explicado así, habría sido tan fácil entender aquello del Ácidodesoxiribonucléico.

Cuatro. La rodilla de una mujer es una breve bola de cristal… Allí comienzas a mirar tu destino, si acaso puedes violar los cerrojos de las ansias prisioneras. Las Ansias, son el verdadero nombre de las once mil vírgenes ansiosas de dejar de serlo. Las miras y te miran. Si alguna te cierra el ojo y te hace un gesto de aprobación, esperanza tendrás de subir hasta el límite de sus piernas. Si no, busca la escalera de emergencia porque la patada es inminente. La rodilla de una mujer, esa bola de cristal diáfana, es también palanca para colocar su empeine, en tu nariz prominente…

Cinco. Si los muslos del pollo a las brasas son cotizados en la comida informal de un domingo cualquiera… imagina los de una mujer, sedosos y lisos luego de la depilación y las incontables cremas. Si no eres creyente, santíguate ante un par de muslos bien torneados… es lo más parecido a los brazos de Dios, y reza por que alguna vez abracen tu cintura y se transfiguren en víbora y te aprieten y te ahoguen. El clímax no es como el cartero, el clímax no llama dos veces… sólo una, y procura estar entre los brazos de Dios…

Tatoo

Seis. La gloria no se desnuda a la mitad del camino, Alicia llegó hasta el castillo de la Reina de Corazones y Dorothy Zapatitos Rojos caminó todo el empedrado amarillo para llegar hasta el fraudulento mago… Así que, hagamos un salto en garrocha en pro del crecimiento paulatino de la fiebre. De los muslos cruzaremos por los aires sobre el océano pacífico, para hallar, en la orilla opuesta, un pequeño orificio. Cráter simétrico por donde alguna vez se nutrió la belleza que hoy admiras… y pretendes.

Siete. Hoyuelo en planicie… Podrías jugar con una canica para atinarle al prodigioso agujero… cráter de invisible humor que se trasmina desde los intestinos y te baña las mejillas, lo repasas una y otra vez, lo frotas con el ir y venir necio y agreste para corroborar la suavidad del vientre, caricia, oleaje sin marea, tranquilidad que adormece y baja las defensas, te vuelves trapo, languideces. Te mira el ombligo. Te derrota el vientre… Sencillo: Ardes.

Ocho. Cuando las costillas son visibles hay que correr a la cocina y preparar un platillo saturado en grasas… o llamarle al doctor para denunciar a la mujer anoréxica. Corre y ve, huye de los huesos, que nunca te atrapen la existencia… Las costillas salientes de una mujer son barrotes infranqueables, cárcel de alta seguridad… Almoloya sin deberla ni temerla, sin delito inmerso entre tus dedos y las teclas de un piano… Si es así, huyeen el primer tren y desaparece.

Nueve. De los promontorios pectorales se han escrito ensayos, enciclopedias y burlesques. Grosera reiteración decir que se engullen a besos. Cada boca tendrá la medida de sus senos. Tema agotado. Mejor hablar del cuello, ducto de la ventilación. Fuerte porque sostiene una cabeza, pero a su vez frágil, delicado, sutil, fino. El cuello ha de ser delgado o de lo contrario es la estafa de un cargador del mercado. Se depositan los labios como si fueran dientes, besos mordisco sin lesionar, sin huellas para la investigación, por si el marido o el novio, poseen celos de alta graduación y espesor de lupa en los lentes.

Diez. De la barbilla al cabello tallada la pieza por artesano en útero materno… Ojos que reflejan el cúmulo de espasmos conseguidos. Dilatación mercurial, atropina en la mirada irrigada desde el comienzo en los pies, en la sabiduría de beber del dedo gordo y subir escalera arriba con lentitud oriental. Slow cinema. Contemplación vespertina de pueblerinas maneras. Barbilla, labios, lengüetazo rápido entre dientes. Nariz. Beso esquinal. Cíclope. Mirada encima de su mirada. Mirada de niña mala.

Once. Listos. Fuera. Calentura suficiente. Motor encendido, Auto dispuesto a estrellarse Anunciación evangélica del éxtasis… Ahora sí, al medio del cuerpo, descenso inversamente proporcional a la lentitud esgrimida. En adelante será la enfermedad. Animal. Lengua. Lengua. Animal. Animal. Lengua. Lengua. Animal. Labios sobre labios. Otros labios. Otra boca de lengua más corta. Rajada breve que parte en dos el horizonte. Volar. Locura repentina. Plátano eléctrico. Azafrán. Amarillo suave. Sabe a melón. Y a lubricado vértigo.

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Antonio Monter Rodríguez. Periodista y escritor defeño (1972), defensor de los placeres cotidianos que regala la buena conversación en compañía del ron cubano. Reportero noctámbulo, ha publicado en diferentes diarios de la ciudad de Morelia sobre las innumerables posibilidades de hurgar y desentrañar la noche. Lo mismo enseña periodismo, literatura que comparte lecturas con internos del Centro de Readaptación Social. Guionista de radio, televisión y cortometrajes, lector de tiempo incompleto (tiene que trabajar para sobrevivir y sobrebeber) y maniático coleccionista de historias sobre el heroísmo existencial del mexicano promedio. ¿Qué promedio? Según PISA, reprobatorio…

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