Una vez que abandonó su antigua casa, el señor Villalpando buscó asesoría legal para que pudiera enlazarse con su vehículo de dos ruedas, lo que logró gracias a que los usos y costumbres de su comunidad son abiertos a “casarse con quien le plazca a cada ciudadano”.
De esta forma, la boda se llevó a cabo en un pequeño rancho al que acudieron parientes del hombre y amigos de la bicicleta; es decir, gente que alguna vez se subió a ella para trasladarse a la escuela o trabajo.
“Me siento feliz por encontrar a la musa de mis sueños”, dijo el jarocho para después plantar un beso en pleno freno delantero de la bici.