Por Alejandra Maldonado
No hay momento en el que me sienta a gusto conmigo misma y últimamente, todo lo que está bien hecho, me molesta. Me fastidia la buena música, la buena literatura, pero sobre todo, las personas.
Cuando camino por las calles voy inspeccionando todos los ángulos de mi figura en los espejos de los escaparates. Examino todos los rasgos que me alejan del prototipo contemporáneo del cuerpo ideal. Afortunadamente vivo en la Ciudad de México y casi todos tenemos una apariencia diversa del canon. Esa es una sensación de alivio por la que no me mudaría de aquí jamás. Sería capaz de dar a cambio, por ejemplo, un año de vida para no sentir la inhibición que me invade cuando otros con mejor aspecto físico que el mío se quitan la ropa en una de esas fiestas donde parte de la diversión es vestir un traje de baño.
Me fastidia lo bien hecho porque mi mediocridad en todos los sentidos no tiene límites, en el único terreno en el que no soy mediocre es precisamente en ser mediocre; trabajé dos años como asistente de producción en una televisora que está a punto de desaparecer. Por otra parte no soy fea, pero tampoco soy bonita, no soy muy blanca ni muy morena, no muy chaparra pero tampoco alta y finalmente lo que más me caga es que no soy gorda pero tampoco estoy flaca y ¡carajo!, si al menos tuviera una apariencia repulsiva quizá podría refugiarme en ello para concentrarme más y convertirme en una persona de éxito. Es seguro que en ese caso nadie querría tener sexo conmigo, pero con los ingresos que me daría llevar una vida de puerca workoholic tendría la posibilidad de comprar la compañía de hombres guapos o de mujeres guapas, incluso hubiera ya terminado mi tesis; hecha un adefesio nadie me invitaría a fiestas y podría recluirme en mi departamento a comer mientras escribo pendejada y media en plan intelectual.
Pero no: dios no le da alas a los alacranes ni más dinero a la clase media. Hasta en eso soy tibia: no soy pobre, vivo sin trabajar, de la renta de unos pinches departamentos que, por falta de coraje, tampoco he querido vender y sólo largarme de aquí y gastármelo todo o incluso morirme de drogadicta. No, eso es una mala idea. Y es que para tirarse a al mierda y no chingarse a nadie más que a uno mismo se necesita valor, un cierto tipo de coraje que no cualquiera tiene. Este es un mundo de reglas, y hay que cumplir con ellas ¡sí señor!, incluso podría volver a viajar, pero después de haber visto sólo un poco, tengo la sensación de que todo es la misma mierda en distintos escenarios.
Si yo hubiera tenido un padre como el de las hermanas Williams, mi vida sería un éxito. Me contaron que él un día estaba en la sala de su casa, sintonizó un partido de tenis y se enteró de las enormes sumas que ganaba Jonh McEnroe así que decidió que sus hijas tenían que jugar al tenis. En una entrevista reciente declaró que Venus era muy buena jugadora, pero era una tonta, así que la inscribió en unos cursos de cultura general y le advirtió que si no progresaba en eso tendría que abandonar el tenis, eso es disciplina.
A nadie le enseñan como tiene que vivir todos los días. Me paso el tiempo fantaseando una vida llena de actividades productivas y buscando pretextos para explicar por qué no persevero. El último fue la falta de una computadora, ahora me compré una muy costosa, portátil, con capacidad para quemar DVD´s y CD´s. No tengo idea de cómo funciona, creo que es peor tenerla en casa, ya la odio, pues sólo con verla encendida, cuando me dirijo bien pacheca de mi habitación al baño, muy orgullosa ella luciéndome su perfecto look color blanco sobre la mesa del comedor, me frustro más pues sé que ahí está, esperando para ver qué hago con ella y yo que le tengo tanto miedo, no por las cosas que ella puede hacer, sino por las que yo no puedo hacer aún teniéndola.
psychokiller77@yahoo.com