Caliche Caroma es un escritor underground que recientemente presentó su libro Todo y siempre, casi y quizás en la ciudad de Morelia, les dejamos el texto que para su presentación realizó nuestro amigo Josafat Pérez Velázquez.
Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. Podría escribir casi telegráfico para la globa y para la homologación simétrica de las lenguas arrodilladas al inglés. Nunca escribiré en inglés, con suerte digo go home. Podría escribir novelas y novelones de historias precisas de silencios simbólicos. Podría escribir en el silencio del tao con esa fastuosidad de la letra precisa y guardarme los adjetivos bajo la lengua proscrita. Podría escribir sin lengua, como conductor de CNN, sin acento y sin sal. Pero tengo la lengua salada y las palabras me cantan en vez de educar.
Pedro Lemebel
Escribir bien ha sido la consigna para las generaciones que viven a la sombra del patriarca, ese con voz de pito y premio Nobel incluido. Escribir bonito, pero no como alguna vez jugaron los brasileños (jogo bonito), sino en pos de la pose seria del poeta en primera plana (ceja fruncida y un aire de atormentado, cual dandy baudelaireano). Escribir no por ansia, necesidad o goce, sino por respetabilidad; domesticación de bestias, de eso se trata la literatura mexicana, salvo honrosas excepciones. “Casi y quizá”, sostengo cantinflescamente, “ahí está el detalle”.
Algunos respetables críticos (de esos que se ahorran la terapia publicando una columnita semanal), han dicho que el proyecto de las vanguardias artísticas está superado, en tanto eterna institucionalización de la disidencia triunfante, y que sus aportaciones no pasan de ser impulsos dinamiteros. Yo me pregunto si alguna vez fueron asimiladas y traducidas cabalmente, en México. De haber sido así, el disenso sería programa y lo auténticamente vanguardista consistiría en ser un timorato, entre tanto revolucionario. No es así. Muy pocas son las escrituras que desestabilizan al lector, que imprecan sus certidumbres y, vaya, logran desquiciar la lengua, tan acostumbrada a las estepas del periodismo y las “cumbres” retóricas de la política.
Una vez le dije a Caliche que su prosa (o lo que eso signifique), era la menos burocrática de sus contemporáneos en activo, pero no le dije por qué. Además del afluente marinettiano-dadaísta-estridentísta (o lo que eso signifique), que circunda su selva de palabras, guiños, asociaciones, paronomasias, retruécanos, epigramas y versos precozmente eyaculados, los textos de Caroma ya no se devanan los sesos con el dilema ¿la escritura o la vida? Son registros, descripciones del drama (y la inconstante alegría) de escribir sin tener que abandonar la vida, así como de vivir afirmándose en la escritura. A estas alturas (de parálisis social, de burocracia inmanente, de incertidumbre a cucharadas soperas), y en estas circunstancias (de apocalípticos, más que integrados, enmudecidos), no encuentro mejor forma de resistencia (y de catarsis) que asumir la tarea y olvidarnos de ese dilema.
Walter Benjamin en sus “Tesis de filosofía de la historia”, dice: <<Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si este vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer>>. Caliche, cual historiador del presente inmediato en “Todo y siempre, casi y quizás”, sabe que probablemente el enemigo nunca dejará de vencer, porque cambiará de rostro, de nombre, de color, de nacionalidad, de estrategias, incluso de forma, y esa no es razón para amedrentarse; de vivos y muertos, tanto los cadáveres como los aquí presentes, algo tenemos, y no nos hagamos pendejos, la esperanza no es lo último que muere –y si así fuera–, resucitará desencantada en forma de cinismo, cosa que –por cierto– no está nada mal.
Siendo, entonces, cínicamente honesto y optimista de nada, bien podría responder a Theodor Adorno que sí es posible escribir (poesía, prosa, listas del mercado, transcripciones de auto-parlantes, glosas de los clásicos, hibridaciones fallidas y aforismos chingaquedito) después de Auschwitz, porque contar y cantar es algo necesario, a pesar del duelo eterno por exceso de civilización, por tanta barbarie, pasada/ presente/ futura.
Sospecho que en los cenáculos literarios de este rancho grande, ya sea entre los gremios ADIDAS de escritores o la vieja guardia carraspera, Caliche ni siquiera alcanza el título de escribidor. Y no porque carezca de talento, obra o voz propia; lo que hace mella en los jóvenes galgos que conciben la escritura como “carrera” y los señoritos dedicados a estudiar eso que, sin temor al ridículo, llaman “literatura michoacana”, es la incorrección política y la crítica escatológica que hay en sus textos. Caliche disgusta porque cuando alude y atina, el saco puede quedar a la medida y la pedrada –al descalabrar– hace que te muerdas la lengua. Al respecto, bien podría suscribir lo que dice Gombrowicz sobre los intelectuales porteños (léase Borges, Bioy, las Ocampo, etc.): <<Decidieron, pues, que yo era un anarquista bastante turbio, de segunda mano, uno de aquellos que por falta de mayores luces proclaman el elán vital y desprecian aquello que son incapaces de comprender>>.
Carlos, celebro aquí, en el auditorio María Zambrano de la facultad de Filosofía Samuel Ramos, siendo las dieciocho horas con treinta y tres minutos, del cuatro de septiembre del año en curso, que te hayas rebelado ante la explotación laboral de Mark Zuckerberg, del Facebook que no te paga lo justo por estos bodrios, y compartas con tu lectores, familiares, amigos y enemigos, estos retazos de vida que aún hieden a calle, salitre, ansiedad, furia y desconcierto por una realidad que se diluye y florece en estaciones que duran instantes. Además, agradezco que no seas, del todo y siempre, un filósofo profesional, sino un casi y quizás anti-filósofo, pues, en palabras de Robert Musil <<Los filósofos son seres violentos que no disponen de un ejército, y por eso se apoderan del mundo encerrándolo en un sistema>>.
Morelia 4 de septiembre 2014